El Hollywood que se fue: Leyendas necesarias
En la historia del cine mundial, ningún otro nombre como el de John Wayne se identifica con el calificativo de “icónico”. Vista ahora, su película The Searchers es reconocida como una obra maestra.
“Es la mejor película de la historia”. Esto lo dice Steven Spielberg de The Searchers (1956), que en español sería Los Buscadores. Allí vemos a un John Wayne (1907-1979) que bordeaba los cincuenta y que llevaba a cuestas más de cien películas, de las cuales algunas ya se habían convertido en enormes éxitos, especialmente La Diligencia (1939), Río Rojo (1948) o The Quiet Man (1952), en una carrera que comenzó en la era silente cuando Wayne, cuyo nombre verdadero –agárrense– era Marion Morrison, comenzó trabajando de ayudante en los estudios a sus 20 años.
En marzo, el cinéfilo-historiador Scott Eyman publicó John Wayne, vida y leyenda, la voluminosa biografía de un actor que hace tres décadas desapareció de las marquesinas del mundo, porque los cowboys se convirtieron en palabra vetada en las iniciativas hollywoodenses. Durante un tiempo el género lo asumieron los aparatosos e hiperviolentos espagueti westerns con Clint Eastwood, gestados en los estudios de Cinecitta en Roma. Y después de eso casi podríamos decir que punto final, si no fuera por una u otra escaramuza malograda y reciclajes en series de televisión.
Wayne recibió su único Óscar por True Grit (1969), pero eso no dejó de llevarlo al paredón mediático por su posición política de ultraderecha y proguerra de Vietnam. Además, estaban todas esas películas donde el hombre era una especie de vengador justiciero. ¿Quién podía dejar de percibir al Duke (Duque, el apodo para sus amigos) cuando su imponente figura irrumpía en algún conflicto?
Verdaderamente grandes
Pero la magnitud de Hollywood –sus años de oro– están ligados estrechamente a los westerns y allí nada se iguala a la demoledora presencia de John Wayne. Y no estoy hablando simplemente de su poder en disparar. Junto con lo que parecía un recurso fácil de los buenos frente a los malos, que muchas veces eran “pieles rojas”, Eyman enfatiza en sus páginas que en esos tiempos las estrellas eran auténticas. “Nadie, absolutamente nadie –dice el escritor– tiene actualmente la aureola mítica que descubríamos en Wayne, o Cary Grant, o James Stewart, o Katherine Hepburn, o Bette Davis, o Humphrey Bogart”. Más que buenos o grandes actores, ellos eran igual que marcas en las que se podía invertir y muy rara vez salir decepcionados.
Algunas de sus películas llegan a nosotros en DVD actualmente, y bienvenidas sean. Porque al ser restauradas en una tecnología digital, podemos redescubrirlas muchas veces en proyecciones muy superiores a las copias en rollos estropeados que llegaban, más tarde que nunca en estado deplorable, a Guayaquil. No recuerdo cual fue mi primera película de Wayne, pero si registro perfectamente la primera visión de The Searchers, cuando yo tenía 12 o 13 años y las películas “de acción” no eran exactamente las que más me interesaban. Pero aquí había algo radicalmente diferente.
Los mitos
“Esto es el oeste. Cuando la leyenda se convierte en un hecho real, se imprime la leyenda”. Esta frase no viene de The Searchers, sino de otra gran película de Wayne: The man who shot Liberty Valance (1962). El director John Ford (1894-1973) hizo las dos y acompañó a su estrella preferida en muchas películas más. Ford sabía perfectamente donde ponía su cámara cuando encuadraba a estos ‘centauros del desierto’ (así le pusieron en España a The Searchers) en los escenarios que parecen de un planeta desconocido en Monument Valley, porque la historia que nos narra Ford tiene el mismo desgarrador esplendor de una tragedia griega.
Ethan (John Wayne) aparece de la nada en el umbral de una cabaña de pioneros en las áridas planicies de Texas. Allí viven su hermano, su cuñada y sus tres hijos. Ethan viene a devolver una deuda después de la guerra civil, sin darnos a conocer mucho de sus andanzas errantes. Después de investigar la proximidad de indios comanches, Ethan retorna a una escena dantesca: la familia ha sido masacrada y Debbie y Lucy (sus dos sobrinas) han sido raptadas. Ethan y Martin (Jeffrey Hunter) el joven de ascendencia indígena que vivía con la familia salen a la búsqueda de ellas.
Ethan es una especie de enigma en la película. Su valentía es lo único que brilla, porque debajo hay odio, pasiones ocultas y remordimientos por su racismo inherente y la sutil sospecha que florece en la trama sobre su posible paternidad de Lucy. Wayne humaniza el mito de estos cowboys con un trabajo sobrecogedor. Así, cuando años después encuentran a Lucy (Natalie Wood) convertida en la adolescente esposa de Cicatriz, el jefe comanche, el encuentro descubre los temores de Martin hacia él: la verdadera misión de Ethan podría ser encontrar a la chica para matarla y así enterrar sus secretos.
Una de las ‘top’
Nunca se vio antes un western con este complejo realismo. Y la visión del director, la inspirada recreación de la odisea de sus protagonistas es vigorizada por la escena que abre y cierra la película: Ethan aproximándose en la lejanía al umbral de un hogar visto desde la oscuridad, secuencia que se repite en el antológico clímax, bajo los acordes de la balada Ride away (Cabalga lejos). Así, el público está en una oscuridad que se abre a la llegada de una leyenda necesaria que trastoca la rutina.
En la era de los X-Men y demás héroes de cómics digitalizados en 3D, John Wayne, bajo la batuta de Ford, trajo a Hollywood semillas inmortales en la pantalla grande. Estas imágenes se imprimían en nuestra retina y también en nuestros corazones. En el libro de Eyman se refuerza el notable trabajo logrado en algunas de estas grandes obras cinematográficas. La famosa lista de la revista Sight and Sound (en 2012) realizada cada década a más de 300 críticos y directores de cine, vuelve a incluir a The Searchers en el canon de las diez mejores películas de todos los tiempos.