Sobre rieles a la Francia medieval

13 de Noviembre de 2011
  • La ruta férrea que conecta España y Francia exhibe tramos junto al mar Mediterráneo.
  • El centro histórico de Carcasona (toda una ciudadela medieval) impresiona encaramado en una colina.
  • La estación de París es el punto principal del sistema ferroviario de Francia. El tren compite con el avión en rutas menores de 3 horas y media.
  • El puente de Aviñón luce incompleto, ya que los locales decidieron dejar de reconstruirlo al verlo siempre destruido tras las crecidas del río.
  • El puente de Aviñón luce incompleto, ya que los locales decidieron dejar de reconstruirlo al verlo siempre destruido tras las crecidas del río.
  • El Palacio de los Papas en Aviñón estuvo bajo el dominio de la Iglesia por más de 400 años, hasta la Revolución Francesa, en 1789.
  • Fresco incompleto de Matteo Giovanetti que muestra perros de cacería.
  • El reloj de Aviñón, el cual da nombre a la plaza principal de esa urbe francesa
  • Esculturas en el interior del Palacio de los Papas en Aviñón.
  • Interior del Palacio de los Papas en Aviñón. Las decoración convocó a los mejores artistas de la época, bajo el liderazgo de Matteo Giovanetti.
  • El Palacio de los Papas funciona como un centro de convenciones. Aquí el salón principal, donde se realizaban las reuniones principales de las autoridades religiosas. Aquí se elegía al nuevo papa.
  • Frescos en el Palacio de los Papas, de Aviñón.
  • El llamado Puente Viejo de Carcasona, sobre el río Aude, que divide a la Ciudad Vieja con la Ciudad Nueva.
  • Vista exterior de la ciudadela medieval de Carcasona. Desde estas torres los soldados protegían a la ciudad de los ataques enemigos.
  • La palestra es una zona allanada en medio de los dos muros exteriores del casco histórico de Carcasona. Es como un pasillo que rodea la ciudadela medieval.
  • El interior de la ciudad medieval de Carcasona aún está habitado mayormente por negocios de souvenirs, restaurantes y tiendas de turistas. Sus calles estrechas hacen que el acceso de véhiculos sea muy restringidos.
  • El castillo dentro de la ciudadela medieval de Carcasona. Contrariamente a lo que se piensa, el pozo alrededor de la estructura nunca tuvo agua.
  • París también tenía su castillo medieval. Sobre sus restos se construyó el museo del Louvre. En su subterráneo se observa una representación de cómo era el castillo y algunos de los muros originales de esa fortaleza.
Texto y fotos Moisés Pinchevsky

Los palacios se abren al paso del sistema ferroviario de Europa. Carcasona y Aviñón, en Francia, muestran el brillo de la llamada edad oscura.

La palabra “tren” es demasiado corta para un artefacto tan extenso. Por eso le sienta mejor llamarlo “ferrocarril”. Mi muy humilde reflexión resulta válida estando de pie en la estación de la ciudad española de Tarragona, al sureste de España, mientras observo llegar ese serpentario vehículo que abandona su tímido rugido de metales para someterse en silencio al abordaje de los pasajeros.

Nunca apareció el tipo uniformado con gorra y campana para gritar: “Todos a bordo”. Pero igual subí (puro sentido común). Me embarqué junto con periodistas de Venezuela, Colombia, Perú, Chile, Argentina y Uruguay (uno de cada país) que llegamos invitados por la empresa parisina Rail Europe y la aerolínea española Iberia para conocer el servicio ferroviario en el Viejo Continente, particularmente en una ruta que en el sur de Francia nos aproximó a los destinos de Carcasona y Aviñón.

Rumbo al Medioevo

El ferrocarril abandona Tarragona para emprender velozmente una ruta sembrada de prados verdes y otros áridos. También de montañas y escenarios agrestes. Incluso de molinos de viento que sin Quijote trastocan en ocasiones el paisaje que nos acompaña durante una hora hasta llevarnos a Barcelona, donde tomamos otro tren que en una hora y 40 minutos cumple con dejarnos en la estación de Figueras, casi en la frontera con Francia.

Allí tomamos el ferrocarril hacia Narbona (una hora), ya en Francia, en cuya estación nos embarcamos en el tren que en media hora nos depositó en nuestro destino final del día: Carcasona.

Así cruzamos desde España a Francia deslizándonos a través de los montes Pirineos y arrimaditos al mar Mediterráneo. Los transbordos no agotan al viajero independiente que busca conectarse con su entorno, sintiendo con profundidad los aromas y colores de las estaciones, pero quizá sí incomoden a una familia con niños pequeños y equipaje pesado.

Carcasona le agradece a un cerdo volador

La Edad Media es un periodo de la historia europea que para muchos comienza en el año 476 con la caída del Imperio Romano y concluye en 1492 con el descubrimiento de nuestro continente. Pensar en ese milenio nos remonta a castillos, invasiones de reinos locales y de pueblos asiáticos, y las cruzadas ordenadas por el papa contra los musulmanes para recuperar la Tierra Santa (principalmente Jerusalén).

El ferrocarril nos depositó en un pedazo de esa historia. Se llama Carcasona, un poblado de unos 50 mil habitantes en cuya estación nos esperaba Sara, una guapa trigueña cubana que tras casarse con un habitante local cambió los atardeceres de La Habana por los amaneceres en esta zona rural marcada por una fuerte industria vitivinícola.

Casi sentía vergüenza al solicitar un vaso de jugo en cada comida cuando los locales compartían sus bocados con el Cabernet Sauvignon, el Sauvignon Blanc y el Merlot. Incluso en un restaurante muy refinado me tocó explicarle a un mesero cómo se preparaba una limonada, atendiéndome con la misma seriedad como si le estuviera revelando la cura del cáncer.

Carcasona se jacta de producir excelentes vinos, pero mayor orgullo le brinda su zona histórica. No existe foto, plano turístico o página de internet que pueda prepararnos para la grata impresión que se siente al observarla por primera vez.

La ciudadela medieval se encarama sobre una meseta en la orilla derecha del río Aude, abrazada por una vegetación que hoy reemplaza a los invasores que antes solían rodearla para ocuparla por la fuerza.

Este complejo es conocido por ser una ciudad medieval fortificada, pero el hombre ya habitaba esa colina desde el siglo VI a.C., primero bajo la forma de un enclave galo y, después, como ciudad romana a partir de los siglos III a IV de nuestra era. Fueron precisamente los romanos –tan desconfiados ellos– quienes comenzaron a construir los muros, lo cual no impidió que los visigodos tomaran posesión de la urbe en el siglo V.

Los musulmanes se apropiaron de la ciudad en el año 725, lo cual sitúa en el siglo VIII la leyenda que explica el nombre de esa urbe. Resulta que entonces el emperador franco Carlomagno asedió esa fortificación mientras era gobernada por el rey musulmán Ballak, quien al morir heredó el trono a su esposa, conocida como la Dama Carcas.

El asedio de cinco años desgastó tanto a las fuerzas defensoras que las sumió en el hambre y el agotamiento.

Ya al filo de la derrota, se dice que la Dama Carcas vigilaba sola desde lo alto de las murallas acompañada de muñecos de paja que instaló para hacer creer al enemigo que aún había soldados.

Entonces, ella decidió cebar al último cerdo de la urbe con el único saco de trigo restante, para luego lanzar al animal desde lo alto de la muralla. El cerdo se estrelló en el suelo y de su vientre brotó gran cantidad del grano.

Ante tal espectáculo, Carlomagno pensó que la ciudad, lejos de pasar hambre por el asedio, tenía tanto trigo que lo utilizaban para alimentar a los cerdos, por lo cual ordenó la retirada. Y mientras el ejército franco se marchaba, la Dama Carcas hacía repicar las campanas de la ciudad para anunciar la buena noticia en los alrededores.

Según la leyenda, en aquel momento uno de los vasallos dijo a Carlomagno: “¡Sire, Carcas sonne!” (¡Señor, Carcas toca!), derivándose el nombre a Carcassonne, como es conocida la urbe en francés.

Ese mito nos acompaña mientras recorremos a pie las estrechas calles en el interior de la ciudadela medieval, reconstruida en el siglo XIX, en donde la mente nos convierte en imaginarios caballeros de armadura al conocer las diversas edificaciones, principalmente la basílica de San Nazario, bendecida por el papa Urbano II en 1096, el llamado castillo con su puente de piedra, construido en el siglo XII, y la palestra, largo espacio conformado en el siglo XIII entre las dos murallas que rodean la ciudadela, aún poblada y declarada Patrimonio Cultural de la Unesco en 1997.

Sobre el puente de Aviñón

El viaje en tren hacia Aviñón duró casi tres horas, dejándonos en la estación al pie de la calle de la República, considerada la arteria principal de esa ciudad francesa. Unos quince minutos de caminata a lo largo de esa avenida sembrada de cafeterías y tiendas de ropa nos depositó en la plaza del Reloj (Place de l’Horloge), llamada así por un añejo reloj que corona su torre.

Allí se encontraba nuestro hotel, desde donde partimos en un tour pedestre por los principales puntos de la urbe. ¡Todo queda cerca en esa ciudad! Al menos así nos pareció cuando tras caminar pocas cuadras arribamos al famoso puente de Aviñón, que por cierto luce incompleto debido a que las aguas del río Ródano se han encargado de destruir sus secciones a lo largo de su historia, que nació en el siglo XII con una versión de madera de 900 m de largo. Y los locales se cansaron de reconstruirlo ya que era más turístico mostrarlo incompleto.

Fue entonces cuando sentí mi infancia incompleta, ya que todos los presentes conocían una dizque famosa cancioncita que entonaron recién asentaron los zapatos en la piedra gris del puente.

“Sobre el puente de Aviñón / todos bailan todos bailan. / Sobre el puente de Aviñón / todos bailan y yo también”, cantaron todos, menos yo. Y la guía la cantó en francés (Sur le pont d'Avignon), lo cual sonó más chévere todavía.

La canción data del siglo XVI, aunque se hizo más popular cuando fue incluida en una opereta a mediados del siglo XIX. Pero los cambios afectaron la afirmación original, que señalaba que la pachanga era “bajo” el puente, en una isla que aún es lugar de recreo popular.

La caminata siguió al impresionante Palacio de los Papas (Palais des Papes), que en el siglo XIV funcionó prácticamente como una sucursal del Vaticano, desde que en 1309 el papa Clemente V abandonó una caótica Roma cuatro años después de su elección para trasladar la Curia Papal a Aviñón. Al observar que el regreso a Roma se veía lejano, el papa Benedicto XII (1334-42) comenzó a levantar el palacio obispal y lo continuaron sus sucesores hasta 1364.

Siete papas residieron en Aviñón, y aunque en 1378 el papa Gregorio XI retornó a Roma, los años siguientes –hasta 1417– estuvieron marcados por conflictos en la Iglesia católica, que incluso llevó a tener a sendos pontífices en Roma y Aviñón. A estos últimos la historia los recuerda como los antipapas.

Pero las confrontaciones no se asoman en este templo gótico adornado con frescos de pintores europeos de ese tiempo, liderados por el artista Matteo Giovanetti. El palacio revela muros de piedra con cinco metros de espesor, salones decorados con artísticas escenas (como cacería de animales y motivos religiosos) y un patio interior que en julio de cada año acoge el Festival de Teatro de Aviñón.

Conflictos como aquel han señalado a la Edad Media como una época oscura casi digna de desprecio. Pero siendo “oscura” una palabra sin brillo, resulta injusta para describir el legado que dejó el hombre en esos años.

El ferrocarril nos permitió ser herederos de esos tesoros. Como si su extensa estructura hubiera funcionado como un túnel al pasado.

Desde Ecuador

Rail Europe (París) comercializa las rutas férreas fuera de Europa. Australia es el mayor consumidor. Le sigue Sudamérica, operado desde su oficina en Buenos Aires.
Además de los trenes convencionales, cada año aumenta la oferta de trenes de alta velocidad, que van hasta a 330 km/h, compitiendo con el avión. Lucía de Roca, gerenta de Lujor (Guayaquil), empresa que representa a Rail Europe, señala que cada vez más ecuatorianos prefieren los trenes europeos. “Lo mejor es viajar con un pase comprado previamente en cualquier agencia de viajes de nuestro país, además de hacer la reserva con anticipación”, indica. Esos pases permiten al viajero embarcarse un número indefinido de ocasiones hasta por 15 días cualquiera, en un periodo de hasta 3 meses. Ese servicio incluye vagones de primera clase y, en las rutas nocturnas, cabinas con literas y baño privado. Metropolitan Touring también representa a Rail Europe en Ecuador.

 

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