A dedo por la Costa Brava, de Montpellier (Francia) a Barcelona (España)
En diez días, un joven aventurero con su cámara registra las maravillas escénicas de la legendaria Costa Brava del Mediterráneo. Una exclusiva para La Revista.
Bienvenidos a este recorrido gráfico y de aventuras por las arenas de Gaudí y Dalí, de olor a sal con tinte medieval, de continuos autostops por una costa nada brava, de alma gitana y corazón de Colón... mucho gusto: Leonardo Ampuero, creativo publicitario, fotógrafo, ecuatoriano, seré quien una vez al mes los lleve por algún rinconcito del mundo a vivir y revivir mis andanzas.
Dejamos atrás Montpellier, Francia, ciudad estudiantil que alberga las mejores universidades de este país, para empezar el viaje por tierras catalanas, llegando a Cerbére, pueblo turístico de no más de 2.000 habitantes, en plena frontera franco-española, iluminado en su plaza central por los colores intensos de sus casas; son quienes nos despiden del territorio francés.
Separado por una colina a tan solo cinco minutos en carro o dos horas a pie llegamos a Portbou, para seguir camino a lo que será la primera parada: Portlligat, hogar del maestro Dalí y punto convertido en museo al más estilo único surrealista, conservando lo que el Gran Pintor con tanto gusto y detalle diseñó y decoró, dándonos bocados de su tendencia narcisista y megalómana.
A tan solo 20 minutos de Portlligat se encuentra un pedacito de un verdadero paraíso: Cadaqués, ciudad bohemia por esencia, de cielo azul polarizado y aguas cristalinas; acogió la morada del probablemente artista más influyente del siglo XX, Marcel Duchamp, enamorando también a Picasso, Miró, D’Ors y Boitel.
Siguiendo ruta por el Cabo de Creus pasamos por pueblitos como Roses, Castelló d’ Empúries, Sant Pere Pescador, Flaça, Torroella de Montgrí, para llegar a Pals, un territorio medieval, con torres románicas, calles empedradas, arcos de medio punto, balcones de piedra y murallas a sus alrededores; acogedor sitio para tomarse un café, recargar energías y continuar camino en nuestra ruta catalana.
Camioneros con carga de pescado, exmotociclista, psicóloga, inversionista con carro último modelo de alguna marca muy reconocida, son los que hasta ahora y por todo nuestro recorrido fueron los “auspiciantes” oficiales de esta aventura, dejándonos saber que viajes con ese espíritu de años setenta todavía son posibles en nuestros difíciles tiempos.
Llegamos a Palamós, cuarto puerto comercial de Cataluña, distante de las otras paradas, es centro de entretenimiento, lleno de edificios de veraniego y vida nocturna.
Caminata obligada de su ruidoso centro a la autopista, es excusa para emprender camino y avanzar a Tossa de Mar, un destino paradisiaco, que conjuga un poco la Riviera francesa vecina con un toque místico de aire medieval.
Son ya casi las cinco de la mañana y el fin de nuestro recorrido por tierras españolas se avecina, más autostops, más relatos de gente que se identifica contigo y que en la pequeña ayuda que te prestan se visualizan con el ser trotamundos, amigos que viajan conmigo hasta el fin de mis días.