La magia de Taiwán

27 de Septiembre de 2015
  • Memorial a Chiang Kai-shek, expresidente de la República de China. El Museo Nacional y el Conservatorio están en esa zona.
  • Edificio Taipei 101, que tiene ese número de pisos.
  • Cambio de guardia en el Conservatorio, ubicado en el Memorial a Chiang Kai-shek.
  • Jóvenes taiwanses y turistas depositan sus hojas con pedidos a Confucio; templo de Tainán.
  • Centro Artesanal de Taipéi, donde hay piezas tradicionales.
  • Músicos en el complejo del Ten Drum Art Percussion Group.
  • Los mercados nocturnos ofrecen comida, como la brocheta de langosta.
  • Vista nocturna de Taipéi.
  • Mercado nocturno en Taipéi.
  • Museo Palacio Nacional, en Taipéi.
  • Tienda en el edificio Taipéi 101, el segundo más alto del mundo.
  • Escultura en el tempo Bishan, en los alrededores de Taipéi.
  • Templo de Confucio en Taiwán.
  • Negocio en Taipéi.
  • El periodista José Olmos con la estatua de Confucio, en su tempo de Tainán.
Texto y fotos: José Olmos, desde Taiwán

Fuimos testigos de la tradición más pura de este país que, además, exhibe algunos de los avances tecnológicos más sorprendentes. Todo esto, en un viaje inolvidable.

Hay una mesa, un sello y un cúmulo de hojitas amarillas. Hay también dos sillas y una columna de personas con facciones orientales, principalmente jóvenes. Cada uno coge una hojita, la sella, escribe un mensaje y, con reverencia, la sujeta en una cartelera pegada en la pared.

Esa reverencia me impacta. Los escribientes son fieles seguidores de una tradición china, la de dejarle un mensaje a Confucio para pedirle sabiduría, para dar un examen, aprobar una tesis y graduarse.

Aquella escena se repite a diario en el Templo de Confucio de Tainán, ciudad del centro de Taiwán o República de China. Este es considerado la primera escuela del país, creada en la dinastía King, por el año 1680, en memoria del más famoso maestro de China, nacido, según algunos libros, el 28 de septiembre del año 551 a. C.

Mañana es el aniversario del natalicio y un mes antes este periodista estuvo allí, en aquel monumento histórico de quince edificaciones. En la segunda planta de una torre está la figura del creador de la teoría confucionista, con ropa colorida, el bigote largo y una mirada fija. Todo turista quiere tomarse una foto con él (también yo), y marcar su paso por este, uno de las decenas de centros Confucio del mundo.

Es también uno de los tantos instantes mágicos de un encuentro con el pasado chino y con el presente próspero de Taiwán, país asentado en lo que era la antigua isla Formosa, de 36 mil km², una octava parte del territorio de Ecuador o el doble de Guayas. Es un país apenas reconocido por 22 naciones del orbe, en su mayoría pequeñas, pero constituido como una de las 20 economías más prósperas del mundo y adonde llegan cinco millones de turistas cada mes, sobre todo de la República Popular China, de la que se separó. Un país donde no falta la sonrisa de bienvenida con un “nihao”, vocablo mandarín de saludo y despiden con “xie xie” (shieshie), de gracias.

Para continuar el relato en Tainán, debo citar otro instante de euforia vivido en el complejo del Ten Drum Art Percussion Group, una antigua planta refinadora de azúcar donde los silos hoy son cafeterías y tiendas y los galpones son aulas donde cientos de jóvenes aprenden a tocar tambores.

Allí se exhibe el tambor más grande del mundo, de casi tres metros de alto, y a diario se ofrecen conciertos de tambores, aquel arte originario de Japón, país que ocupó Taiwán desde 1895 hasta 1945.

Vivo y disfruto ese momento a las 15:00 del 22 de agosto, mientras en Guayaquil eran las dos de la madrugada. Pum pum, pum, pum pum... El sonido del tambor gigante retumba y el casi medio millar de personas enmudece. Las luces se enfocan hacia un joven de pie frente al tambor y de espaldas al público, con sus piernas abiertas y sus brazos en alto, empuñando los palos. Entonces el enfoque se abre a otros seis artistas que siguen con el concierto de percusión.

Es un canto a la vida, a la naturaleza, al kung fu y más motivos, con tambores y baterías de este grupo que hace tres años estuvo nominado a los Premios Grammy en la categoría Música Tradicional del Mundo.

El sonido rítmico atrapa, extasía, a tal punto que al finalizar la presentación de media hora, los asistentes aplaudimos de pie por tres minutos.

Diego Lin, funcionario de la Cancillería de Taiwán y guía del grupo de trece periodistas latinoamericanos que estuvimos en una gira de diez días en ese país, por invitación de su Gobierno, consigue que los artistas se fotografíen con nosotros. En el concierto se prohíben cámaras.

El tren de alta velocidad

El desarrollo tecnológico, industrial y económico de Taiwán se aprecia en un viaje en el tren de alta velocidad. De la capital Taipéi a Kaohsiung, en el sur, nos toma una hora y diez minutos para recorrer los 313 kilómetros. En Kaohsiung tiene su sede el Chang Gung Memorial Hospital, uno de los más modernos de Asia. Allí funciona el centro de trasplantes de hígado que ya lleva cerca de 500 operaciones exitosas, según el doctor Yu Fa Cheng, quien muestra ese avance.

Otra muestra de la tecnología de este país está en el Parque Biotecnológico de la periferia de Kaohsiung. Allí, 600 empresas tienen su centro de investigación, donde hace pruebas hasta para mejorar la producción de peces en el mar. Hay un acuario con una variedad de peces de piel fosforescente, creados allí.

Pero el centro de todo relato de Taiwán es Taipéi, la capital. Lo defino como una ciudad que atrapa, que privilegia la naturaleza, una ciudad universitaria, de autopistas elevadas, del metro subterráneo, de mercados nocturnos y una larga lista de virtudes.

Cultura y orden

Taipéi está entre las diez ciudades más seguras del mundo, dice Manfred Pen, director general de la Cancillería, durante un almuerzo en el restaurante que ocupa todo el último piso del hotel Sheraton Taipéi Grande.

Esa seguridad se percibe en las calles, donde las motos tipo Vespa tienen su carril junto a los de los autos particulares y buses. Llega un motociclista, parquea su moto, deja su casco en el asiento y se va. Al volver, todo está en su sitio.

La joya de la corona es el edificio Taipéi 101, por el número de pisos que tiene esta estructura, de 508 metros de alto y visible desde la mayor parte de la ciudad y que en la noche deja ver una iluminación led cromática. Construido a un costo de 1.700 millones de dólares, hasta el 2009 fue el edificio más alto del mundo, superado en el 2010 por el Burj Khalifa, de Dubái.

El Taipéi 101 sí tiene el récord del ascensor más veloz del mundo: en 38 segundos llega del piso 5 al 101. Y nos toma 31 segundos en ir al 88, el piso de observación turística. Solo el destape de los oídos, al finalizar el ascenso o descenso, es la secuela de esa velocidad. Desde la torre de observación –panorámica por los cuatro costados– se aprecia a un Taipéi de edificios pequeños, pese a que algunos tienen más de 20 pisos. Los turistas, que debemos hacer largas colas para tomar el ascensor, tenemos a disposición allí tiendas y restaurantes.

El Museo Palacio Nacional, que el día de nuestra llegada tenía 3.000 personas en su interior; el Memorial al héroe local Chiang Kai-shek, y el mirador Hwa Young, en la montaña Miramar, son sitios que abrazan la historia y los ancestros de este país.

En el Memorial es donde los turistas y visitantes locales viven la mayor euforia. El cambio de guardia, que se hace cada hora y dura 10 minutos, es un ceremonial atestado de público que casi ni respira. Los soldados avanzan a paso de robot, lento, metódico, hacia la estatua para el intercambio de armas. Afuera, en la plaza que da al Museo y el Conservatorio, la emoción se la capta en fotografías.

La gastronomía taiwanesa es expuesta con una exquisita variedad tipo bufete. De lo exótico, solo se pueden citar los mariscos crudos, tipo sushi. Referir un plato tradicional es difícil, por su diversidad, pero todos con base en el tallarín, arroz y verduras con todas las carnes.

De Taiwán me quedaron grabadas la sonrisa y la alegría de su gente, como sucedió al dejar el Grand Hotel Tainán, donde todos los empleados hicieron calle de honor, sonrientes, diciendo xie xie (gracias) por la visita y moviendo sus manos hasta que el bus se alejó. (I)

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