Se busca a Matt y Ella: Puede ser el nombre

Por Paula Tagle
15 de Septiembre de 2013

“Nunca tendrán descendencia y jamás serán repatriados, porque no se puede correr el riesgo de introducir quién sabe qué parásitos o enfermedades a las poblaciones silvestres”

Matt y Ella, dos criaturas que compartieron la aventura de la expatriación, décadas de exilio en un zoológico del norte y que ahora vivirían separadas a perpetuidad.

Érase una vez, hace ochenta y tres años, que un hombre de Pittsburgh visitó las islas Galápagos. Vino en su propio velero, con escasa tripulación a su mando.

Era un joven con recursos que de pronto sintió la necesidad de conocer el mundo. Se aventuró primero por la costa este de América del norte hasta llegar al canal de Panamá, atravesarlo, para enrumbar suroeste a las Encantadas. No era científico, ni tenía un propósito definido, más que explorar nuevos horizontes antes de retornar a las responsabilidades con los suyos.

¿Qué islas habrá visitado? ¿Qué senderos improvisaría? ¿En qué bahías habrá fondeado? Carezco de información. Apenas conozco el año, y un hecho especial. El joven que viniera a las Galápagos en 1930 decidió retornar a su tierra con un muy particular recuerdo: dos tortugas gigantes, a quienes llamó Matt y Ella.

No tengo pruebas de lo que digo y no he alcanzado a encontrar mayores datos. Pero el nieto de este señor nos visitó en un barco de turismo. Él, un hombre ya en sus setenta años, me confió la historia, que ha pasado de generación en generación como gran hazaña familiar. Su abuelo decidió llamar a las tortugas Matt y Ella en honor a los suegros, hacia quienes no sentía particular simpatía.

Calcula el nieto que el motivo para llevarse este par de reptiles a los Estados Unidos pudo ser lograr deducción en el pago de impuestos, porque fueron inmediatamente donados al zoológico de Pittsburgh. Allí vivieron por muchos años y todavía hoy se las recuerda con una escultura en bronce.

El nieto me cuenta que el zoológico informó a la familia que las tortugas habían sido retornadas a Galápagos para ayudar con los programas de reproducción y crianza en cautiverio.

En el Parque Nacional existe un corral para hembras de diferentes islas, que fueron devueltas a Galápagos una vez que se creara el Servicio Parque Nacional. Igualmente hay un corral solo de machos. No se los quiere mezclar, porque no se desea la reproducción entre especies o subespecies distintas. Únicamente conociendo a ciencia cierta la procedencia de una tortuga se la podría hacer partícipe de los programas de reproducción. Tal como ocurriera con Diego, la tortuga que vivió varias décadas en el Zoológico de San Diego, y que llegó al Parque para ser uno de los tres machos y doce hembras de la especie de la isla Española que han repoblado la misma con más de 1.500 tortuguitas.

Pero ni siquiera sé si Matt y Ella eran en efecto un macho y una hembra, ni de qué islas fueron secuestrados, ni qué tan cierta es la historia de su retorno a Galápagos. Sin embargo, no descarto la posibilidad de haberlas visto en mis innumerables visitas al centro de crianza. Si eran en efecto un macho y una hembra, vivirán en aquellos corrales, separados. Nunca tendrán descendencia y jamás serán repatriados, porque no se puede correr el riesgo de introducir quién sabe qué parásitos o enfermedades a las poblaciones silvestres.

Siempre me ha producido tristeza visitar estos corrales de centenarias tortugas de muy posible trágico pasado. Pero ahora la nostalgia es mayor, porque puede ser que en ellos se encuentren Matt y Ella, dos criaturas que compartieron la aventura de la expatriación, décadas de exilio en un zoológico del norte y que ahora vivirían separadas a perpetuidad.

nalutagle@yahoo.com

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