Nuevos guías: Aires renovados

Por Paula Tagle
17 de Diciembre de 2017

“Veo a las Encantadas a través de sus ojos, revivo mis primeros pasos como guía a través de sus pasos. Me emociono con su entusiasmo...”.

He tenido un embarque bastante conmovedor, porque ha sido volver un poco a la inocencia, a los primeros días andando descalza por estas islas. Si bien no me considero vieja, el haber compartido semanas con gente que recién se ha graduado del curso de guías naturalistas del Parque Nacional Galápagos, me ha renovado de frescura y amor por este lugar único en el mundo.

Veo a las Encantadas a través de sus ojos, revivo mis primeros pasos como guía a través de sus pasos. Me emociono con su entusiasmo por haber nadado con una manta raya o por un primer avistamiento de ballena.

Tendemos a caer en la rutina, y si bien laborar en Galápagos es siempre maravilloso, olvidamos que es realmente un trabajo privilegiado. Caminar por lavas jóvenes, playas rojas o verdes o negras o blancas, sumergirse en aguas frías pobladas de peces y colores, poder remar entre tortugas y saltar desde la popa de un barco en pleno océano. Conocer gente de diversas partes del mundo, lidiar con sus caprichos aunque igualmente aprender de su bagaje cultural y distinta idiosincrasia, como un alegre descubrimiento. Todo es novedad para los guías 2017, y lo he disfrutado como si fuera insólito para mí también.

Muchos de estos jóvenes guías son niños que vi crecer y que hoy me emocionan por haberse convertido en seres humanos bellos, además de responsables y estudiados.

Son hijos de amigos, de personajes notables de la vida de los pueblos del archipiélago, muchos se han formado, al menos en su primera infancia, en las Encantadas, caminando igualmente descalzos por la lava, surfeando las olas de sus padres, creciendo junto a pinzones en el jardín, o iguanas y tortugas que cruzan las calles.

Están Diego Iglesias, que se fue por el mundo a navegar a vela; Gianna Haro, la primera mujer instructora de apnea en el Ecuador, bióloga graduada en California; Roberta Schiess, que se formó en Costa Rica como ingeniera agrónoma; Ixora Berdonces, que partió un día a la Polinesia en velero y hoy cuenta con educación formal en ecología marina; Anahí Concari, graduada en literatura, saxofonista increíble.

Y sí, siento nostalgia, y quisiera a veces retroceder el tiempo y ser yo la que sonríe ante un atardecer tras los volcanes de Isabela por primera vez.

El capitán de la nave donde trabajo, Eduardo Neira, toca su guitarra junto a algunos de estos nuevos guías, que además son músicos, y comenta: “Cantando con estos jóvenes, me siento joven otra vez”.

Lo acompaña Bernardo Jácome, nieto e hijo de guías, también a la guitarra; y Billy Chero al teclado, hijo de un timonel de más de veinte años en Galápagos. Están Martin Cox, hijo, sobrino y hermano de guías; Víctor Rueda con su pasión por la carrera que sigue en el Oriente ecuatoriano, y Luis Ángel Yánez, chef primero y ahora naturalista entusiasta. Diego Barahona estudió Ingeniería Química en Rusia, pero sus raíces clamaron su retorno, y también se hizo naturalista. Andy Burgos, ávido por aprenderlo todo, y Markus Medina, listo a compartir en tierra o bajo el mar.

Eso por mencionar algunos de los jóvenes con quienes he podido compartir las islas en sus primeras incursiones. En total se graduaron aproximadamente ciento ochenta guías naturalistas. El mundo les sonríe. Son ahora los nuevos responsables de transmitir el mensaje de conservación y de amor por Galápagos y el planeta. (O)

nalutagle@yahoo.com

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