Nuevos aires isleños: Vientos sureños

Por Paula Tagle
03 de Julio de 2016

“A las islas antiguas también llegan los vientos de cambio y novedad. Basta que empiece la época de garúa y la magia se dispara”.

Los vientos del sur, la corriente fría de Humboldt, neblina ascendiendo por los flancos de Cerro Azul, navegar canal Bolívar y una ballena azul; son todos sinónimos de libertad y absoluta belleza. Con estas condiciones me siento realmente a gusto, y despierta en mí ese espíritu de aventura que permanece aletargado en los meses calientes.

Gracias a las bajas temperaturas del mar aumentan los nutrientes en el agua, el oxígeno, y la vida. Entonces tengo la certeza de que nos sorprenderán avistamientos locos, de ballenas que han migrado miles de kilómetros, o de peces que habitan profundidades intensamente oscuras; sé que todo es posible, especialmente al oeste de Galápagos.

Tal vez este sentimiento resurja debido a mi predilección por los volcanes jóvenes, que no han visto más de 700.000 vueltas al sol.

A lo mejor se deba a que la falta de agua dulce ha hecho que estas islas sean inhóspitas para la colonización humana. Son terrenos áridos, con lavas frescas, que apenas conocen unas pocas plantas pioneras. Y sin asentamientos humanos aumenta el misterio. Existen además historias de barcos naufragados, aventureros perdidos intentando cruzar istmos y canales. El paisaje se mezcla con la leyenda.

Tal vez se deba a lo simple del entorno, y a la vez imponente. Los volcanes con su forma de escudos perfectos emergen del mar en líneas delicadas, dibujados a mano alzada, sin errores. Es fácil imaginar cómo su silueta se extiende hasta lo abisal, a 3.000 metros de profundidad de donde se levanta la plataforma marina de Galápagos.

Cuando corre el viento frío del sur y navego el canal Bolívar, entre Isabela y Fernandina, yo sé que no estoy sola. Tengo la certidumbre de que a mi alrededor y en lo profundo, (que el mar es insondable al oeste de Isabela), cientos de especies se pasean, comen, se reproducen; muchas de las cuales no han sido aún descritas por la ciencia. Puede bien haber calamares gigantes, o cachalotes, y hasta una veintena de los diversos cetáceos que han sido reportados en estas aguas. Y aparecen delfines, y aflora una ballena tropical, veo un pez luna; e incluso, si no avistara ningún bicho, yo sé que están, porque este océano alberga innumerables criaturas, y ensortijados misterios.

A las islas antiguas también llegan los vientos de cambio y novedad. Basta que empiece la época de garúa y la magia se dispara. Pocas millas al noreste de León Dormido, en las inmediaciones de la isla San Cristóbal, el día 3 de junio, avistamos una ballena azul. Estuvimos con ella por una hora, viendo cómo surgía cuatro a cinco veces, a respirar, para sumergirse por intervalos de diez a quince minutos. La ballena permaneció en las mismas coordenadas, al igual que nosotros, que desde lejos y con binoculares admirábamos su cuerpo de al menos veinticinco metros de largo, y el color de su piel, azul-cobrizo metálico. Y cuando emergía a someros centímetros de la superficie, el mar brillaba en turquesa iridiscente. La criatura más grande que alguna vez haya habitado el planeta, nos regaló la calidez de su compañía, y otra vez, gracias a las aguas frías de esta época del año.

Los vientos del sur me contentan, llegan encantados de magia ¿y qué es, entonces, magia? tal vez magia sea esta libertad de soñar. (O)

nalutagle@yahoo.com

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