La persuasión tiene sus efectos

Por Paula Tagle
22 de Enero de 2012

Quiero contar las cosas que hacen especial a las islas. Deseo que entendamos por qué es un sitio único, que las amemos a través de sus bellas historias, las de sus plantas, animales, la gente buena que lo habita, que lo visita, que lo cuida.

Estoy de visita en casa de mis tías de Cuenca: me llenan como siempre de detalles y cariño; no hay nada como estar con la familia. Además son, no solamente importantes en mis afectos, sino que se han convertido en lectoras de mi columna y en mis mejores críticas.

Una de ellas ha notado que al principio yo tocaba más temas de denuncia, mencionaba las cosas no tan hermosas del archipiélago encantado, me refería a sus problemas. Que estoy algo “blanda”, tal vez incluso evasiva. Y es muy cierto. Ahora que mi tía lo sugiere me doy cuenta de que así es.

Fue pasando poco a poco; no es que un día deliberadamente decidiera hacerlo; ha sido una tendencia que llegó sola. Analizando el asunto deduzco que los motivos son varios.
Hay que estar muy seguro de lo que se desea transmitir; en un ambiente tan chiquito como el del archipiélago que habito, las posibilidades de no gustar a los unos o a los otros son innumerables.

Se pueden herir susceptibilidades de autoridades, pescadores, operadores de turismo o la de algún habitante civil de las islas.  Por tanto, es preciso contar con bases, documentos, pero sobre todo mucho coraje para transmitir al mundo un punto de vista, una verdad, una opinión.

No es que haya botado la toalla y por puro temor a escribir (que a la larga es temor a vivir) me haya dedicado a hablar solamente de pajaritos, no.  Sin embargo, he descubierto también el poder de, llamémoslo, la “persuasión por el lado amable”.

Galápagos es patrimonio natural de la humanidad, un tesoro que poco conocemos los ecuatorianos. Quiero contar las cosas que lo hacen especial. Deseo que entendamos por qué es un sitio único, que lo amemos a través de sus bellas historias, las de sus plantas, animales, la gente buena que lo habita, que lo visita, que lo cuida. Y como dijera Jacques Cousteau, en lindo francés, y seguramente con otra construcción, conociendo vamos entendiendo, amando y después cuidando.

Para resumir con un ejemplo, tuve a  bordo del barco donde trabajo a un conductor de taxi acuático que había ganado por algún motivo el premio de un crucero como pasajero. Nunca había hecho buceo, ni caminado por los senderos de sus islas, aunque era nativo de Santa Cruz.

Luego de sumergirse en el islote Champion por una hora, me comentó: “Ya veo por qué no hay que fondear  tan cerca…eso blanco bajo el agua son los corales, y los vamos destruyendo con el peso del ancla”. Una llamita se prende, un espacio de sensibilidad se abre, hay un clic en algún rincón del cerebro, y entendemos por qué cuidar.
Sí, la persuasión por la verdad de lo bueno, lo bello, lo único. Y claro, cuando haya que escribir de alguna otra verdad, no tan transparente, dulce, agradable, pues simplemente habrá que hacerlo.

nalutagle@yahoo.com

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