Comunidad del volcán: Erupción del Sierra Negra

Por Paula Tagle
02 de Septiembre de 2018

“Llega a cuarenta y tres grados centígrados, no es cauto acercarse más; parada y descalza sobre la Zodiac puedo sentir el calor a través de su piso”.

Así como la comunidad del anillo, hoy pienso que pertenezco a otra muy especial, la comunidad del volcán.

Estoy segura de que mis ex compañeros geólogos, hoy ingenieros del mundo, conocedores de rocas, suelos y subsuelos, habrían disfrutado de la erupción de Sierra Negra tanto como yo. Y aun así, no tanto como los miembros secretos de mi comunidad del volcán.

Porque pasan los años, y a pesar de que los habitantes de barcos de Galápagos rotamos y cambiamos, tenemos un común denominador, indefinible, pero que existe y pesa, y que inconscientemente, involuntariamente, compartimos.

Es lunes de agosto de 2018, nueve de la noche, y estamos a dos millas de la erupción del volcán Sierra Negra, en Bahía Elizabeth.

Ya al atardecer habíamos observado un horizonte rojizo; las nubes de ceniza han servido de filtros de luz determinando colores locos, de verdes y grises y naranja al caer el sol, especialmente desde que navegamos la costa oeste y encantada de Isabela, la isla caballito de mar.

Ahora estamos frente a un cono de salpicadura, que seguramente no existía a principios de julio, cuando empezara la erupción, pero que crece en cada lanzamiento de lava al aire. La gravedad la trae de regreso y el volcán se desarrolla.

Tanto a un lado como otro del cono hay flujos de lava que desembocan en el mar, son al menos ocho. Pero queremos sentir, ver el fenómeno natural un poco más de cerca.

Bajamos una Zodiac para los fotógrafos del barco, y con varios polizontes nos vamos acercando. La temperatura aumenta. Llega a cuarenta y tres grados centígrados, no es cauto acercarse más; parada y descalza sobre la Zodiac puedo sentir el calor a través de su piso. Pongo los pies en el agua. Frente a mí, una isla que crece. No se trata de un acontecimiento cualquiera, es mi planeta en plena formación, y yo como testigo de su dinámica y fuerza. Pero no estoy sola, estoy con mi comunidad del volcán, con quienes no hace falta hablar demasiado para entenderse. Todos son gente de mar, gente de isla.

No importa si guías, marineros, camareros, director de hotel o capitán. Coincidimos, por años, en un hogar flotante, en una misma forma de vivir, en el ir y venir, con familias esperando a millas de distancia, y con compañeros de barco que se han convertido en un distinto tipo de parientes, pero familia al fin y al cabo.

Aquí es cuando nos sentimos completos. Yo me siento completa. Un volcán en erupción, las sonrisas de mis compinches, el agua tibia que calienta mis pies. Me resbalo; ahora estoy sumergida en el mar, oscuro, cálido, cargado de minerales que han llegado al océano desde varios kilómetros bajo la superficie de la tierra. Me acompañan Ixora y Gianna, nuevas guías que han traído vida y energía a nuestra nave nodriza. Nos sentimos mejor que en un jacuzzi, aunque quién sabe qué otros bichos acuáticos habría a esas horas y condiciones. Reímos, tragamos agua más salada de lo normal, para finalmente dejarnos “rescatar” por los brazos de nuestros compañeros. Esto es una fiesta, la fiesta de la vida, de la amistad, de tener cosas en común, mucho más de las que a veces nos percatamos.

Gracias, comunidad mía, comunidad del volcán. Y gracias vida por permitirme ver una erupción más. (O)

nalutagle@yahoo.com

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