Repensando a los jóvenes

16 de Octubre de 2016
Dayse Villegas

La etapa más bella de la vida se ha transformado negativamente. Juvenicidio, profundiza esta visión.

¿Se siente joven? Antes de pensar en la edad, debe saber que eso ya no parece ser un parámetro para entender la juventud. “No hay acuerdo en esto”, dice el investigador y profesor colombiano Germán Muñoz González, uno de los autores del libro Juvenicidio (Ned Ediciones, 2015), presentado en Guayaquil durante el I Congreso Internacional de Investigación en Ciencias Sociales, organizado por la Universidad Casa Grande.

“Unesco dice una cosa, la Organización Internacional del Trabajo dice otra. Cada institución tiene parámetros diferentes. Cuando hablamos de jóvenes, las fronteras se han movido mucho. En este momento, la Celade (Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía) dice que a los 10 años se empieza ser joven en América Latina y se termina de ser joven cada vez más tarde”.

Muñoz recuerda que en algún momento se pensaba que los jóvenes eran los que estaban entre los 14 o 15 (pubertad), hasta lo que se consideraba la mayoría de edad, los 18 o los 21. Ese concepto es cosa del pasado.

“Cada vez más temprano, las niñas empiezan a ser fecundas y los muchachos se van de la casa porque quieren independencia y no aceptan la autoridad ejercida con violencia. Vivir más en la calle que en la casa, no ir al colegio, tener negocios o entradas que no siempre son legales, vida sexual a muy temprana edad, estar con pandillas o naciones: todas estas cosas cambian el concepto de joven y de niño”, expresa Muñoz, y reconoce que ya no está clara la frontera.Algo parecido sucede al otro extremo, donde la juventud y la adultez se encuentran. “Tenemos sociedades en las cuales a los 40 años alguien sigue estudiando y no puede encontrar trabajo estable, no puede tener familia y vive en casa de mamá. Parece un adulto, pero no lo es.”

Discriminación, eliminación... Juvenicidio

Muñoz y sus compañeros investigadores saben que usan una palabra nueva para describir un problema que ha estado presente por varias generaciones. El libro tiene autores que describen la situación de sus países: España, México, América Central, Colombia, Brasil, Argentina y Chile.

Porque la vida les interesa, sostiene, contrario a la imagen de pereza, apatía, violencia y rebeldía que se les atribuye, sobre todo en los medios. Pero no pueden realizarla. Porque viven, como describe el filósofo y experto en Ciencias Políticas camerunés Achille Mbembe, inmersos en “nuevas formas de existencia social en las que grandes poblaciones están sujetas a condiciones de vida que les confieren el estatus de muertos vivientes”. No en vano, a menudo se califica a los jóvenes de ‘zombis’.

“No es solo eliminación física”, dice Muñoz, “sino social, política. Los jóvenes no son visibles ni les interesan a los adultos; no hay políticas para ellos”.

Juventud y dignidad

¿Y qué clase de vida es esa que interesa a los jóvenes? La vida ‘buena y bella’ de la que habla Muñoz se traduce en que el joven tenga trabajo, “y no cualquier trabajo: uno decente, justo, bien remunerado”.

Para llegar a ese punto, deberían tener garantizado otro derecho fundamental, la educación gratuita, pública y de calidad para todos. Pero eso no está completo sin el derecho a la libre expresión y participación social.

Otra manera de eliminar a los jóvenes, argumenta, es convertirlos en consumidores de bienes. “Hay que comprar, no importa cómo, y si usted no tiene el dinero para hacerlo, no puede ser feliz. Le dicen que hay que consumir pero no le dan las posibilidades de hacerlo”. Entonces entra el consumo de drogas. “Entiendo que en Guayaquil muchos de los muertos jóvenes se atribuyen a drogas”, comenta, “pero no nos preguntamos quién se las dio. No las producen los jóvenes, no son ellos los dueños del negocio. Hay que mirar más arriba.”

Esos peligrosos jóvenes

La palabra joven ha llegado a ser peyorativa.“’Oiga, joven’, significa ser menos que alguien”, dice Muñoz, “cuando ni los ni las jóvenes son iguales entre sí; los jóvenes negros e indígenas son diferentes a los que no son de esos grupos; esa es una forma también de discriminación”.

Esto revela los prejuicios que tenemos sobre los jóvenes, basados en conductas que hemos tipificado como desviadas.

Por otro lado, reflexiona, también los pensamos como sujetos que no producen ni se reproducen, y eso es mortal en una sociedad capitalista. “‘¿Entonces qué quieren?’, pensamos. Y la respuesta es que aunque quisieran, no tienen con qué. Van a los malls a mirar, porque no tienen para comprar. Entonces sobran. El que no compra, no es nadie”.

Y si la mayoría de los jóvenes latinoamericanos no tiene más de un dólar diario para vivir. ¿Qué hace? ¿Con qué come? ¿Cómo se compra la música y los zapatos que quiere? ¿Cómo invita a la novia a algo? “Tiene que rebuscarse. Este modelo de sociedad es para ricos, no para pobres.”

El juvenicidio, recalca Muñoz, doctor en Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, es un fenómeno de complicidad social. “Porque no nos interesa. Cerramos los ojos. Ahí está la situación. Se nos salieron de las manos, ya no podemos controlarlos. ”

Existen, dice Muñoz en un tono más positivo, muchísimas formas de resistencia y reexistencia, otras formas de imaginar la vida.

“Y son los jóvenes los que están inventando la mayoría de ellas. Está sucediendo pero es tan invisible como el juvenicidio: las múltiples formas de hacer música y teatro, de crear amor por el ambiente, de crear relaciones de afecto, de producir conocimiento, de comunicarse. Los adultos no lo vemos valioso, importante, creativo. No nos interesa o nos parece que están equivocados”.

Las leyes para la juventud van siempre, a su parecer, con mucho retraso, carentes de integralidad. “Abarcan un ministerio, una zona, pero no integran a la sociedad entera, y tan solo decir juvenicidio ya puede causar el efecto de hacer ver y entender”. Por eso Muñoz y sus compañeros defienden este vocablo, “para crear una comprensión nueva, reaccionar y actuar”. (F)

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