Camino de Kumano El leñador y el demonio (II parte)

Por Paulo Coelho
23 de Diciembre de 2012

“Para dominar el alma, antes tienes que aprender también a dominar el cuerpo. Y para dominarlo no puedes tener miedo al dolor. El hombre tiene que conocer la naturaleza en todos sus aspectos”.

La semana pasada, conté mi llegada a la región de Kumano, en Japón, donde existe un camino sagrado. A la puerta de un albergue perdido en la montaña, la señora a la que llaman Demonio Femenino, vestida con un quimono negro, salió a recibirme. Solicité algún tipo de estufa; la vieja japonesa, con mirada de desdén, dijo que yo necesitaba acostumbrarme al Shugendo.

–¿Shugendo?

Pero la mujer ya había desaparecido, dando instrucciones para que fuésemos a cenar enseguida. En menos de cinco minutos estábamos sentados alrededor de una especie de hoguera. Justo después llegaron Katsura, mi guía, y el leñador.

–Él lo sabe todo sobre el camino –dijo Katsura–. Pregúntale todo.

–Antes de hablar, vamos a beber –dijo el leñador–. El sake en la cantidad adecuada ahuyenta a los malos espíritus.

–¿Ahuyenta a los malos espíritus?

–La bebida fermentada está viva, va de la juventud a la vejez. Cuando llega a la madurez es capaz de destruir el Espíritu de la Inhibición, de la Falta de Relaciones Humanas, del Miedo, del Espíritu de la Ansiedad. Sin embargo, si se bebe más de la cuenta, la bebida se rebela y convoca al Espíritu de la Derrota y al de la Agresión. Todo es cuestión de conocer el punto que no debe sobrepasarse.

- ¿Por qué Demonio Femenino?

–Porque nadie sabe dónde nací, de dónde vengo ni qué edad tengo. Decidí ser una mujer sin historia, ya que mi pasado solo me trajo dolor; dos bombas atómicas explotando en mi país, el fin de los valores morales y espirituales, el sufrimiento con las personas desaparecidas. Un buen día decidí comenzar una nueva vida; existen ciertas tragedias que no entenderemos nunca. Entonces lo dejé todo y vine a parar a esta montaña. Ayudo a los peregrinos, cuido del albergue, vivo cada día como si fuese el último. Y me divierto al conocer todos los días a personas diferentes. Siempre conozco personas extrañas –como tú–. Nunca había visto un brasileño en mi vida. Tampoco había visto ningún negro hasta 1985.

–¿Por qué la gente venía hasta Kumano?– pregunté al leñador.

–Para pedir algo, cumplir una promesa o para cambiar su vida. Los budistas recorrían los 99 lugares sagrados que están repartidos por aquí y los sintoístas visitaban los tres templos de la Madre Tierra. En el camino se encontraban con otras personas, compartían problemas y alegrías, rezaban juntos, y terminaban entendiendo que no estaban solos en el mundo. Y practicaban Shugendo.

Recordé lo que el Demonio Femenino me había dicho, y pedí que me explicase qué era aquello.

–Es difícil de explicar. Pero digamos que es una relación total con la naturaleza: de amor y de dolor.

–¿Dolor?

–Para dominar el alma, antes tienes que aprender también a dominar el cuerpo. Y para dominarlo no puedes tener miedo al dolor.

Él me contó que, de vez en cuando, iba con un amigo a uno de los precipicios cercanos, se ataba una cuerda a la cintura y se quedaba colgando en el espacio vacío. El amigo balanceaba la cuerda, de manera que él se chocase varias veces contra las rocas; cuando sentía que estaba a punto de desmayarse, hacía una señal y era nuevamente izado.

–El hombre tiene que conocer la naturaleza en todos sus aspectos –dijo el leñador–. Su generosidad y su inclemencia; solo de esta manera es capaz de enseñarnos lo que sabe, y no apenas lo que queremos aprender.

Sentado alrededor de aquella hoguera, entendí la verdad de las palabras del leñador: debía aprender lo que necesitaba, y no apenas lo que quería. En ese momento decidí que encontraría una manera de practicar Shugendo en el camino de Kumano.

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