Ni cómica ni imaginaria: Hipocondría

30 de Agosto de 2015

La salud mental y la física son inseparables. Quienes se preocupan excesivamente por su salud están pidiendo ayuda, aunque no en el área que ellos creen.

Un personaje como Argán, de la comedia El enfermo imaginario, de Molière, puede resultar gracioso en su convicción de estar gravemente enfermo, de tal modo que se vuelve víctima del boticario, el médico y la esposa. Pero el desorden no es divertido para el que lo sufre ni para los que lo rodean, sean familiares o profesionales de la salud.

La hipocondría causa intensa angustia física y mental, y conduce a innecesarias visitas al doctor, tensiones en casa y ausencias en clases y en el trabajo. Limita seriamente la calidad de vida. La familia y los amigos pueden malinterpretar lo que pasa, creyendo que la persona exagera para llamar la atención o que finge para evitar responsabilidades y situaciones a las que teme.

Los resultados negativos de los exámenes médicos hacen poco para aminorar la ansiedad, por eso la búsqueda constante de uno y otro especialista. La persona requiere reafirmación constante de los médicos, pero también de la familia y de los amigos.

‘Todo está en la mente’

¿Es realmente el hipocondriaco alguien que se imagina que está enfermo? Es más complejo que eso. La psicóloga clínica Paquita Brito dice que es cierto que “todo está en la mente”, pues es allí donde radica el problema, que consiste en el pensamiento permanente de que se tiene cualquier tipo de enfermedad. “En muchos estudios, está clasificada dentro de las patologías de la personalidad o de las neurosis y es necesario ponerle atención apenas se inicia, para que no se vuelva una conducta repetitiva”.

En el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, la hipocondría recibe el nombre de ‘ansiedad por la enfermedad’, y no se la cataloga como desorden mental, principalmente porque eso no ayuda a que el paciente se sienta animado a seguir la terapia. Sin embargo, aquellos que además de la preocupación presentan síntomas somáticos (sensaciones de dolor no creadas ni fingidas) pueden recibir el diagnóstico de ese desorden específico.

Para Brito, la hipocondría “tiene un componente de narcisismo corporal objetal, se piensa tanto en el cuerpo que se distrae del medio” y se pierde “la habilidad de realizar actividades importantes, trabajar, estudiar, atender a los demás. Se va al cardiólogo, endocrinólogo, gastroenterólogo y no hay una respuesta que satisfaga. A veces, se arrastra al círculo familiar y social hacia la preocupación desmedida”.

La psicoterapeuta Glenda Pinto señala que este tipo de ansiedad se presenta a menudo en varios miembros de la familia. “Durante las reuniones familiares no se habla más que de enfermedades, se vive con muchísima angustia. Se aprende a interpretar con miedo cualquier signo corporal”. Brito observa que aunque la familia tome precauciones, organice regímenes alimenticios especiales y se preocupe por el sueño del afectado, no es suficiente, y todos entran en un círculo de neurosis.

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Detectar a tiempo

La psicóloga Susana Torres de Rumbea dice que las manifestaciones hipocondriacas aparecen poco a poco y es conveniente tratarlas pronto para evitar que se transformen en ideas delirantes que pueden ser permanentes.

Brito explica que las primeras preocupaciones son de orden netamente corporal. Dolores estomacales, problemas intestinales, problemas del sueño, ansiedad a la hora de comer. Es posible detectarlas incluso a partir de los 8 años, cuando los niños adquieren mayor habilidad para describir sus pensamientos y sentimientos, y son más capaces de pensar en los otros además de preocuparse por ellos mismos. ¿A qué está sujeto esto? “A situaciones que han presenciado, alguna enfermedad incurable de una persona cercana”, comenta Brito. “Se genera un miedo tan fuerte que empieza la comparación (puede pasarme a mí) o competición (yo me siento peor), y se desarrolla fuerte agresividad y culpabilidad”. La psicoterapeuta Glenda Pinto cita entre los posibles motivos la protección excesiva de los padres y una educación basada en el miedo.

Si no hay atención adecuada a estas señales, la conducta se repite a medida que la persona crece y obtiene más información sobre enfermedades o sobre alimentos que cree que pueden hacerle daño, y esa ansiedad puede provocar ataques de pánico.

Los que rodean al hipocondriaco que no ha recibido ayuda psicológica, continúa Brito, pueden malinterpretar su comportamiento y pensar que tiene alucinaciones, porque las ideas sobre sus sensaciones son tan fijas que no se disipan con la visita al médico. La condición puede confundirse con los estados límites de la personalidad.

Brito distingue entre las manifestaciones neuróticas y las psicóticas. En las primeras hay depresión y dolores de cabeza frecuentes, molestias digestivas y vértigo, síntomas ligados a una agresividad muy marcada. En las segundas hay un estado de angustia permanente, se pierde el sentido de la realidad y hay problemas de delirios, estados de persecución (se cree que las enfermedades son ocasionadas por una determinada persona). No hay credibilidad en los médicos, o se puede pensar que son ellos los que han causado el daño.

Tratamiento

Los profesionales de la salud mental emplean una variedad de herramientas que incluyen terapia y cambios radicales en el estilo de vida. Algunos incluyen medicación, pero esta no es una cura por sí sola, advierte Brito.

La persona tendrá una rehabilitación más segura con la psicoterapia y más si su ansiedad por las enfermedades está en una fase inicial. Se empieza con ejercicios de relajación, para reducir el miedo y la agresividad. Brito expone que tanto la terapia cognitiva conductual como la cognitivo-analítica producen una mejoría importante. Rumbea menciona la terapia racional emotiva conductual.

Una vez que se quita la percepción de amenaza, se puede investigar de dónde nace el miedo, entender qué parte de la personalidad está enferma y reeducar ese aspecto. La solución, dice Brito, no está en medicar, sino en hablar.

Rumbea concuerda en que hay que eliminar la causa de la preocupación y colocar al paciente en condiciones de vida en las que se sienta motivado. “La familia juega un rol importante, pues el medio en que se desenvuelve esta persona debe ser positivo y estimulante”.

Buscar la ayuda correcta

¿Por qué, entonces, nos reímos de la hipocondría en el cine o la TV? Pinto dice que es porque no la entendemos y la creemos ficticia. Esto, sumado al pronunciamiento médico de que no hay enfermedad, impulsa al paciente a buscar nuevas opiniones a solas. “Lo único real es la necesidad de afecto y comunicación que tiene esta persona”.

Pinto resalta que si bien muchos hipocondriacos acuden asiduamente al médico, los casos más graves no van a consulta, precisamente por miedo a que les diagnostiquen una enfermedad. Menos aún van a ir al psicólogo por su cuenta, pues a nuestra sociedad le hace falta ver con más normalidad el recibir apoyo psicológico asociado al tratamiento médico. (D.V.) (F)

 

Tratar bien al preocupado

Las personas llegan a la psicoterapia después de haber visitado a todos los especialistas posibles. Brito comenta que alguno de los médicos, al revisar el historial, lo reenvía al psicólogo. Jeffrey Spike, profesor en el Centro de Humanidades y Ética McGovern, reconoce que es muy fácil perder la paciencia con alguien que viene al consultorio más de lo necesario. “El desafío es no frustrarse. El paciente tiene problemas reales. El hecho de que busque ayuda es bueno. Lo que el médico puede hacer es darle información correcta de su salud, sin olvidar que puede tratarse de una persona muy ansiosa, lo cual ya es una condición médica”.

Rumbea recomienda prudencia al médico que trata con este paciente, que es sensible y fácil de influir y se asusta cuando se le lee los resultados en un tono negativo. “Se considera incurable y aun condenado a morir. Se cree atacado. Y esas perspectivas, que son agigantadas por el temor, le causan agotamiento, insomnio, y esos síntomas, a su vez, aumentan la certeza de que está muy grave”.

Spike aconseja a los profesionales de la salud agendar una visita cada seis meses, lo que dará al paciente la seguridad que necesita. Si hay un examen que puede dejarlo tranquilo, que no es riesgoso ni costoso, entonces se lo puede realizar. “Un buen médico necesita ser empático. Hacer preguntas a los pacientes que incluyan cómo se sienten en términos de estrés. Nuestro enfoque debe ser tratarlos como lo que son, personas, no solo diagnósticos”.

 

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