Los riesgos de ser transgénero

16 de Agosto de 2015

La cirugía y procedimientos de cambio físico no compensan la falta de un acompañamiento psicológico apropiado y exhaustivo.

La disforia de género tiene un apartado en el Manual diagnóstico y estadístico de desórdenes mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-5). Para el diagnóstico, señala esta entidad, “debe haber una marcada diferencia entre el género expresado o experimentado por el individuo y el género que otros le asignan, y esto debe continuar por al menos 6 meses”.

Las manifestaciones van desde el fuerte deseo de ser tratado como si fuera del otro género hasta librarse de las características del propio sexo e incluso la convicción de que se tiene sentimientos y reacciones típicas del otro género.

Disforia significa descontento. Paul McHugh, profesor de Psiquiatría del Hospital Johns Hopkins, se preguntó en la década del 70 si los pacientes estaban menos descontentos años después de la cirugía de reasignación de sexo. Encargó un seguimiento a Jon Meyer, director de la Clínica de Identidad de Género del hospital, quien concluyó que no había real diferencia en términos de trabajo, logros educativos, relación de pareja y estabilidad social. Meyer añadió: “Los profesionales deberían trabajar con sus pacientes para cambiar el descontento, no el cuerpo”. Estos comentarios continúan siendo intensamente defendidos y rechazados hasta ahora.

Identidad, expresión, atribución y roles

Quien tiene disforia se identifica como transgénero. El neuropsicólogo Eduardo Santillán Sosa dice que, además de la sensación de insatisfacción con el género natural, está la expresión de género: cómo se muestra la persona ante los demás, cómo se identifica, gustos, tendencias, inclinaciones, aversiones. Está también la atribución de género: cómo lo ven los otros. Finalmente, existe el desempeño o rol de género.

Santillán considera que lo que más condiciona la masculinidad o la feminidad son la experiencia, el entorno y la manera en que se desarrolla el ser psicosocial. Son determinantes las personas con las cuales se relaciona el niño, los modelos que ve con regularidad. “Si una madre cría a su hijo sola y lo acostumbra a frases como que ‘los hombres no sirven para nada, son malos, engañan, hacen sufrir a las mujeres, son todos iguales’, desahogándose con el niño, le está transmitiendo una aversión hacia la masculinidad”, expresa Santillán. “Hay una relación de amor-odio de la madre hacia el niño, porque por un lado lo mima y lo cuida, pero por otro lo rechaza por ser masculino. El niño, que depende emocionalmente de la madre, se identifica con ella y puede terminar detestando su propio género. Un área de su personalidad, el aspecto psicosexual, no madura”.

Según Santillán, no es aconsejable hacer como que no pasa nada. “He tratado a niños con disforia sexual a muy temprana edad, que actualmente se desempeñan muy bien. La disforia no es un comportamiento normal, porque no está dentro de la norma que una persona, teniendo una base biológica, bioquímica y orgánica, se sienta fuera de su género. Los investigadores que quieren asumir eso como normal para ser considerados de avanzada están confundiendo y descompensando más a sus pacientes, en vez de ayudarlos a asumir la realidad”.

¿Quién da el diagnóstico?

Santillán dice que puede hacerlo un psiquiatra, un neuropsiquiatra o un psicólogo clínico especializado en sexualidad. Sergio Paz, psicoterapeuta, lo ve más complicado, pues considera que, para empezar, no existe una psicología transgénero. “Es un tema en el que la mayoría de los que discuten son legos y lo que más se defienden son posturas ideológicas, no posturas científicas”.

Tal vez un problema mayor sean las terapias de reemplazo hormonal y cirugías sin preparación psicológica. “Solo he hecho una evaluación ordenada por un médico, quien pidió valoración psicológica y psiquiátrica para un paciente que quería convertirse en mujer. Consiste en saber si no hay alguna patología psiquiátrica, y en ese caso no la había”. El detalle es, advierte, que las dificultades vienen después, porque una operación es irreversible, y si la persona no está completamente convencida del cambio de género, habrá un choque total.

Paz opina que es un gran problema normalizar este tipo de conductas. “No significa que se va a criminalizar a la persona transgénero, a coartar sus libertades individuales, el acceso a educación, atención médica, trabajo”. Es importante, dice, dar un trato bondadoso, pero no normalizar. “Se deben crear puentes para escuchar las necesidades emocionales y psicológicas de esta población, que los gobiernos y distintos estamentos de salud mental estén prestos para canalizar de la mejor manera esas necesidades”.

Mabel García, a cargo de la dirección ejecutiva de Futpen (Fundación de Transgéneros Peninsulares), reconoce que se suele incurrir en la vanidad al buscar soluciones estéticas antes que estabilidad emocional.

“Si buscamos ayuda psicológica es en son de desahogo, porque la realidad trans es muy distinta a lo que se piensa. La falta de afecto, las carencias llevan a llamar la atención con un cuerpo voluptuoso y cabellera extravagante, y dejamos olvidada la capacidad de superación, la intelectualidad, una proyección distinta para demostrar que somos seres productivos”.

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El peso de la familia

La mayoría de los trans, comenta Paz, no cuenta con la familia. “El sufrimiento comienza desde muy temprano, por el bullying y por el rechazo familiar. El hogar es el sitio de nutrición afectiva, se aprende a vivir, se incorporan valores y principios. Una comunidad no es equivalente a una familia”.

Está consciente de que se genera una cuestión controversial. “Hay que llamar las cosas por su nombre, como en el caso del matrimonio o de la adopción. La adopción implica una familia. Y una familia implica la presencia de un padre y una madre. Si no los hay, puedes llamarlo apoyo económico, apoyo social, pero no vas a proveer lo que significa una familia. Cuando un niño pierde a un progenitor, entra en estado de orfandad, ya sea de padre o de madre”.

La psicoterapeuta Carmen Ojeda menciona que cuando hay un trastorno de la identidad sexual, significa que algo pasó en alguna de las etapas evolutivas de la niñez y adolescencia. “No se pudo dar, probablemente, la identificación psicológica que se produce desde la relación del niño con el padre o con la madre”.

En palabras de Erik Erikson, quien acuñó el término ‘crisis de identidad’ y propuso una teoría del desarrollo psicosocial, el amor del padre y el amor de la madre son cualitativamente diferentes. El padre tiende a tener más expectativas y a fijarse en el desempeño y en el futuro, mientras que la madre, en comparación, es más incondicional y se centra en la supervivencia del hijo. A partir de las teorías de Erikson, Ojeda explica la dinámica de construcción de identidad y roles de género: “Una mujer (la hija) se diferencia de otra mujer (la madre) por la presencia del padre. Y un hombre se diferencia del padre por la presencia de la madre. A partir de la desestructura familiar hay mayores problemas con la sexualidad. No solo en el caso de los transgéneros, sino en el de las preferencias sexuales diferentes. No hay que dejar de ver qué pasó en el desarrollo psicoevolutivo sexual de cada ser humano”.

Tampoco es partidaria de patologizar. “Cada uno puede hacer con su vida lo que desee. Pero un profesional de salud mental no puede decir que algo como la disforia es normal. Esta es una comunidad que ha tenido mucho rechazo. Como sociedad, no hemos sido compasivos, los hemos visto como parias, y ninguna persona, desde su dignidad, merece ser tratada así. Todos tenemos derechos. Pero desde la psicología evolutiva y el desarrollo psicosexual del ser humano, no podemos normalizar lo que no es normal”.

García, quien se identifica como persona transgénero femenina, habla de otras razones para la separación de la familia. “Cuando empezamos a mostrarnos como trans, decidimos evitar el problema a mamá, a papá. El sentimiento de culpa nos lleva a alejarnos para prevenir cualquier agresión a ellos, y buscamos un lugar donde subsistir. A la larga, carecemos de afecto, de comunicación, truncamos nuestras vidas, porque necesitamos a la familia para la subsistencia, para tener un futuro. Si no somos peluqueras, somos cocineras, porque no estamos conscientes de que podemos superarnos. Nos hemos acostumbrado a excluirnos de todos los espacios, no solo del familiar”. Inmediatamente agrega que no ve la desintegración familiar como algo exclusivo de los transgéneros. “Ya no vemos modelos de familia, figura materna, figura paterna. El papá trabaja, la mamá trabaja, dejan a los niños con una empleada doméstica o con una niñera, y todo eso influye en que uno crezca así”.

Población en riesgo

Algo que no es posible negar son las condiciones de peligro en que vive la población transgénero. El Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), de Argentina, publicó en 2013 un sondeo entre este grupo. Los datos muestran que más de la mitad de los encuestados solo había aprobado la instrucción primaria (el 2% había completado estudios universitarios). El 80% no tenía ninguna cobertura de salud, y sin embargo, el 54% admitió haberse realizado algún cambio, sea por inyección o prótesis. La mayoría reportó que se dedicaba a actividades vinculadas a la prostitución. Dado que estas personas, en palabras del Inadi, “suelen ser expulsadas de sus hogares y del sistema educativo a temprana edad”, esta organización les da una expectativa de vida poco alentadora.

García opina que las situaciones de riesgo dependen del ambiente en que cada uno se desenvuelve. En lo personal, no frecuenta bares por considerarlos sitios inseguros, donde hay violencia sin importar el género, y menciona que la transfobia no solo viene de fuera de su comunidad.

Un estudio realizado en Suecia entre 1973 y 2003, y publicado en la revista científica Plos One, concluyó que hay mayor riesgo de mortalidad, comportamiento suicida y enfermedad psiquiátrica entre quienes se sometieron a la cirugía de cambio de sexo que en la población general. Sugiere que la cirugía, aunque alivie la disforia de género, no es tratamiento suficiente, y debe inspirar mejoras en el programa psiquiátrico y somático para los pacientes. (D. V.) (F)

 

Transexualismo y transgénero

Transexual es aquel en quien se han generado cambios psíquicos y físicos en las zonas erógenas y en el aspecto hormonal, para acondicionarse hacia el otro género, señala Santillán.

“Un transgénero no necesariamente tiene que ser transexual, ni siquiera vestir como el género al cual quiere pertenecer. Por ejemplo, según las leyes argentinas, la Constitución te da la potestad de cambiar el género en el documento de identidad, sin ninguna valoración médica o psiquiátrica”.

Ojeda estima como muy importante este tema, debido a que la solución que muchas personas reciben al descontento con la identidad sexual es el tratamiento hormonal o la cirugía, esta última irreversible, sin un acompañamiento psicológico serio.

 

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