La honestidad, una íntima verdad

01 de Enero de 2012
Sheyla Mosquera de Calderón

Todo ser humano siempre debe ser coherente con lo que piensa, dice y hace. Pero ¿existe una dosis exacta?

Desde tiempos inmemorables se sabe que la honestidad es un valor. Una cualidad humana apegada íntimamente no solo a la ética sino a la moral, verdad y justicia.

Según el psicólogo Eduardo Tigua Castro, debemos ser honestos con nosotros mismos porque solo siendo auténticos se  vive la realidad y alejarse de ello es un autoengaño.

“La honestidad ayuda también a mejorar las relaciones sociales, porque cuando uno está siendo honesto y siente que el otro lo es, cunde un clima de transparencia y confianza mutua”.

Sin embargo, dice el psicólogo clínico Jorge Luis Escobar Tobar, en los últimos siglos la honestidad se la ha visto desplazada por las conveniencias socioeconómicas, políticas, religiosas, personales o familiares.

La mayoría de los seres humanos, agrega, creemos ser honestos y hasta nos autoconvencemos de ello. Por ejemplo, hay padres que no comparten todo de su vida con sus hijos por miedo a perder respeto. Incluso, en las relaciones de pareja y la familia es donde más se visualizan los niveles de conflictos por demandas de honestidad.

Dosis de honestidad

¿Cómo reconocer cuánto somos honestos? Escobar cree que el autorreconocimiento, la coherencia y la honestidad van de la mano. Y para saber cuán honesto se es hay que detenerse y darse la oportunidad de mirarse, escucharse  y hacerse un autoexamen.

La meditación, la relajación, la oración y todos los actos que involucran un encuentro hacia nuestro interior, agrega, son válidos para el efecto de poder establecer los niveles de honestidad y coherencia.

Pero, agrega, es importante poder diferenciar los valores personales de los familiares y de los sociales, porque facilita el camino para nuestra evaluación personal.

El hombre al escucharse y sentirse a sí mismo encuentra incluso niveles de incoherencia. Se debe a que somos una mezcla de lo biológico, lo psicológico, lo social y lo espiritual, y al unirse tales componentes en nuestra naturaleza humana dará una realidad única a cada ser humano.

Es precisamente en la toma de conciencia, dice Escobar, que vamos a establecer los niveles de honestidad. Un ejemplo de ello es la omisión o distorsión de la realidad (mentira) por sobrevivir, como la de Pedro, que negó tres veces a Jesús.

Además, querer cuantificar una cualidad como la honestidad y coherencia es complejo como el ser humano mismo. No hay quien tome conciencia plena de todo lo que se piensa, dice o hace.

Daño sin querer

Las sociedades como construcciones humanas están fundamentadas en reglas y límites que se sostienen en los valores de las personas que en ellas habitan. Pero muchas veces en nombre de la honestidad se suele causar daño al querer convencernos de que somos honestos y frontales.  A veces se dicen o se hacen cosas que ofenden y afectan a personas de nuestro alrededor y a nosotros mismos, inclusive.

Un ejemplo, dice el psicólogo, es el racismo. Una persona “honesta” que se autorreconozca racista puede incomodar e incluso agredir a quien es diferente a él o ella. Esto sería un acto honesto consigo mismo, pero no es honesto con la persona que es depositaria de su malestar o distorsión.

Incluso, hay personas que se autoagreden pretendiendo ser coherentes con la sociedad e incoherentes consigo mismas. “Recordemos que somos una unidad biopsicosocial y espiritual y la honestidad tiene que ser integral y no parcial”, asegura.

Educación con honestidad

Para Malca Goldenberg, quien es psicóloga clínica y educadora en la universidad Casa Grande, la formación del estudiante en cuanto a su honestidad empieza desde pequeño, en su hogar, a través de sus padres y familiares cercanos, cuando le han transmitido con el ejemplo las normas y reglas en cuanto a acciones se refiere: qué es correcto y qué no.

Es importante, dice, decir la verdad sin temor a ser criticado, castigado o maltratado; expresar y comunicar las cosas en forma directa y acorde con lo que sucede  o sucedió en la realidad. Los niños imitan lo que ven en los adultos.

Estos aprendizajes tempranos se proyectan en el futuro  en la vida de la persona en su rol de estudiante: si en un principio realizó tareas o trabajos por agradar y no defraudar a los adultos queridos por él, luego lo hará por motivación propia, por su bien, porque quiere aprender y ser alguien en el futuro, basando este aprendizaje en sus propias ideas y no en un plagio.

Este plagio, agrega, es muy común en los jóvenes que creen que la mejor forma de realizar un trabajo es bajo el principio facilitista  del “copy-paste”, a través de  fuentes diversas de internet que no son resumidas sino copiadas. Eso es una forma de deshonestidad. También lo es copiar del compañero, del libro o del  cuaderno porque no hizo el esfuerzo de estudiar. Sin embargo, el único perdedor es él mismo, porque no absorbe realmente lo enseñado y no se está preparando para la vida a través de su propio potencial y esfuerzo para investigar por medio de la curiosidad nata que tiene el ser humano.

El maestro también es una fuente importante de ejemplo, dice la psicóloga, cuando enseña con honestidad, motivación e incentiva al estudiante a querer aprender a través de la experimentación o de una experiencia de aprendizaje compartida, entre ambos, acorde con la edad y madurez del alumno.

Incluso es honesto cuando respeta el esfuerzo y demostración del aprendizaje diario del alumno y refuerza sus conocimientos. Pero si es deshonesto, lo desmotiva mucho frenando las ganas de seguir estudiando por sentirse engañado o defraudado por alguien que no ha actuado con buenos principios.

 

Ser honestos

Para ser honestos, el doctor Eduardo Tigua considera lo siguiente: 

• Se debe tener claro que la honestidad es un valor que adorna nuestra personalidad.

• El ser honesto es un gran negocio, ya que quienes nos conocen saben que pueden confiar en nosotros y la confianza es la base de cualquier buena relación.

• Comprender bien dicha antípoda que dice: “La mayor honestidad consiste en darnos cuenta cuán deshonestos somos”.

Jorge Luis Escobar también sugiere:

• Meditar que la honestidad es un valor que genera paz, equilibrio y va dentro de esa energía con la que nacemos que se llama amor. Solo hay que sacarla y así la autoestima fluye   y no nos engañamos a nosotros ni engañamos a los demás.

“Humildemente me esforzaré en amar, en decir la verdad, en ser honesto y puro, en no poseer nada que no me sea necesario,  en ganarme el sueldo con el trabajo, en estar atento siempre a lo que como y bebo, en no tener nunca miedo, en respetar las creencias de los demás, en buscar siempre lo mejor para todos, en ser un hermano para todos mis hermanos”.
Mahatma Gandhi, pensador y político hindú.

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