Ataques de pánico

25 de Mayo de 2014
Sheyla Mosquera

¿Qué tan preparada está una persona para enfrentar una vivencia de peligro? Conozca lo que se debe hacer.

Todo empezó después de que le hicieron secuestro exprés en agosto del 2010. Aunque Diana, una guayaquileña de 25 años, nunca acudió a ningún especialista, ese evento traumático fue el inicio de todo. Ella jamás había sufrido ataques de pánico.

“Un día en la noche cuando regresaba de la universidad y estaba muy cansada, de repente sentí cómo el corazón se aceleraba, tenía dificultad para respirar, me sudaban las manos y como si fuera poco, luego de unos minutos dejé de sentir los brazos, se adormecieron”.

Diana, agrega, creyó que esos síntomas eran producto de un infarto, por lo cual decidió detener un carro pensando que era un taxi. Pero quien se detuvo resultó ser un estudiante de Medicina que la llevó a una clínica. Una vez allí, recuerda, le revisaron los signos vitales y resultó que todo estaba bien.

“Imaginarán mi sorpresa al ver que todo había pasado sin motivo o explicación alguna. Lo único que hice fue buscar en internet la respuesta, entonces entendí que lo que sufría eran ataques de pánico”.

Luego de esa noche, cuenta Diana, los incidentes se repetían en cualquier lugar, en la iglesia, en la casa o en el trabajo. Pero ella entendió que lo único que necesitaba era respirar y tranquilizarse hasta que los síntomas pasaran. Además comprendió que el corazón no se le iba a detener ni iba a dejar de respirar. Sin embargo, un médico le recetó inyecciones de complejo B para el sistema nervioso y pronto los síntomas desaparecieron.

“Estuve casi un año con estos eventos, pues sufrir ataques de pánico o ansiedad es algo terrible, sobre todo porque las personas a nuestro alrededor no entienden qué sucede, si te vas a desmayar o por qué no puedes respirar. Al principio ni siquiera tú sabes qué te sucede ni cuándo va a terminar. Lo peor es que no sabes cuándo aparecerán o qué los provoca, simplemente aparecen. Y solo cuando se llega a entender lo que padeces, puedes contrarrestarlo e intentar mantener la calma”, asegura.

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Crisis de pánico

Para el neuropsiquiatra Pedro Posligua Balseca, no existen estadísticas exactas del porcentaje de personas que padecen de crisis de pánico en nuestro país. “Pero siendo la mayoría originadas después de un evento traumático y al existir un aumento de la peligrosidad social, algunas personas han tenido que afrontar experiencias de peligro que van acompañadas de un intenso estado emocional”.

La experiencia de la crisis, agrega, es de tipo catastrófica, con síntomas amenazantes de perder el control, de pensar en un estado con muerte inminente y con la sensación de desgobierno de las funciones vitales (un verdadero caos en la mente). A veces las crisis son más leves, pero siempre se acompañan de síntomas somáticos, como mareos, palpitaciones, náuseas, sensación de ahogo u opresión en el pecho, dificultad para respirar, aceleración del ritmo cardiaco, sudoración profusa, deseos urgentes de evacuación urinaria o intestinal, y una desagradable sensación de desmayo o pérdida del conocimiento.

Estas crisis, agrega, son de breve duración, por lo que cuando acuden al médico las manifestaciones han desaparecido. Incluso, cuando los episodios no se tratan convenientemente, aumentan en el número de presentación en el día y el paciente está constantemente con la sensación amenazante de tener una nueva crisis.

Personas susceptibles

Posligua explica que las personas más susceptibles a padecer trastornos de pánico son aquellas que sufrieron eventos traumáticos en forma aguda o crónica. Una forma crónica puede ser el maltrato infantil o los estados de separación afectiva. En otros casos, dice, se hace imposible detectar los factores causales psicológicos sea porque el paciente no los recuerda o porque no los expone por vergüenza, por ejemplo, en casos de violación sexual o relaciones incestuosas.

Según la psicóloga clínica Mónica Llanos de Mora, es importante diferenciar entre las crisis traumáticas, los ataques y los trastornos de pánico. Las primeras suelen presentarse inmediatamente a consecuencia de experiencias fuertes que afectan la vida emocional y psicológica de las personas, tales como pérdida de seres queridos, pérdidas materiales significativas, accidentes, desastres naturales y otros.

Estas situaciones, agrega, afectan la cotidianidad y sentimientos de pertenencia y seguridad en ellas, lo que ocasionan crisis psicológicas que deben ser tratadas oportunamente, ya que de no hacerlo se pueden presentar los ataques y los trastornos de pánico, en los cuales se dan un conjunto de síntomas y signos que pasan de afectar el bienestar psicológico y emocional de las personas a lesionar su cuerpo, su desempeño y sus relaciones interpersonales.

El ataque de pánico, explica Posligua, se origina por la excitabilidad de un centro localizado en el cerebro denominado (Locus Coeruleus), pues este se dispara en su actividad normalmente cuando se está frente a una situación amenazante. En las crisis de pánico, dice, este centro se activa innecesariamente sin que exista una condición clara que lo obligue a responder circunstancialmente. En otros casos pueden detectarse disturbios eléctricos localizados en regiones temporales, en especial de hemisferio derecho.

Requieren tratamiento

Todas las personas que padecen de pánico si no son tratadas convenientemente terminan en una condición de discapacidad, ya que incluso desarrollan secundariamente síntomas de complicación como agorafobia (temor a espacios abiertos), por lo que no salen de su casa, o cuadros depresivos de difícil recuperación.

Llanos explica que las personas con ataque de pánico o trastornos de pánico afectan su entorno y dinámica familiar en diferentes grados, en especial si se mantienen por periodos prolongados. En el caso de que haya niños pequeños en el hogar, ellos empiezan a experimentar sentimientos de culpa y temor al sentir que son responsables de lo que le ocurre a su padre o a su madre afectado, o por el contrario, empiezan a asumir comportamientos similares frente a situaciones estresantes o de conflicto.

“El padre o la madre afectado podría convertir su enfermedad en una forma de manipulación y chantaje en sus relaciones familiares o influir negativamente en los hábitos de comportamiento de los miembros de su familia al transmitirles sus temores, ansiedades y sentimientos”, asegura.

Los efectos que ocasionan las crisis que experimentan las personas lesionadas, agrega, deben ser resueltos en el plano psicológico de inmediato, ya que de lo contrario se deterioran conforme pasa el tiempo y estos pueden ir cobrando fuerza en intensidad y frecuencia, ya que afectan la calidad de vida de las personas y su entorno familiar, social y laboral.

Incluso, sus familiares y amigos pueden identificar oportunamente cuando las características, hábitos y comportamientos del afectado empiezan a cambiar los patrones habituales, como pensamientos negativos de muerte, fracaso, soledad, abandono; temores inusuales; sentimientos de inseguridad; deseos de aislarse; irritabilidad y/o susceptibilidad, entre otros.

“Existen varios tipos de terapia psicológica que pueden ser aplicadas dependiendo del tipo de afectación y del paciente. Si este no está consciente de necesitar ayuda, las personas cercanas pueden intervenir para persuadir a una primera consulta, ya que mientras más tiempo transcurra más difícil será la recuperación, por cuanto se van formando estructuras mentales y hábitos que ubican a la persona en una zona de ‘comodidad’, evadiendo o negando el problema existente”.

Además, indica Posligua, casi nunca el paciente oculta sus síntomas y más bien desarrollan una actitud de dependencia ante los demás o la pérdida de su seguridad vital y social. Si no son tratados, las consecuencias son muy graves, ya que lo limitan en el funcionamiento familiar, social y laboral, porque la mayoría de las personas las califican de pusilánimes o cobardes y, por lo tanto, no apoyan la recuperación. El paciente progresivamente se va aislando socialmente, abandona el trabajo y vive silenciosamente un infierno de temores alrededor de la amenaza de las nuevas crisis y de la incapacidad de recuperación.

Las personas afectadas no deben ser vistas como víctimas, menciona Llanos, sino por el contrario, deben hacerse responsables de su bienestar personal y la búsqueda de su propia recuperación. Además, la familia y amigos deben estar ahí para darle soporte, apoyo, acompañamiento durante el proceso de recuperación y escucharlos. Pero también confrontarlos y animarlos a dejar de lado ese episodio. No convertirse en cómplices o sobreprotectores, ya que los ataques de pánico pueden llegar a ser inconscientemente para algunas personas el recurso para captar la atención y cariño de los demás, recibiendo así los beneficios secundarios de su enfermedad.

En cambio, explica Posligua, los pacientes tratados con medicamentos ansiolíticos benzodiacepínicos encuentran el beneficio del tratamiento farmacológico de inmediato, y en muchos casos complementariamente con antidepresivos, además de la psicoterapia tendiente a darle seguridad para evitar nuevas crisis. Se recomienda, también, apartarse del alcohol, tabaco, café y otras drogas, especialmente psicoestimulantes. Asimismo, no utilizar los derivados de la fenilefrina, metronidazolo, medicamentos comúnmente utilizados para eliminar el hambre (anorexígenos - anfetaminas).

En la etapa de recuperación, refiere, el paciente no debe realizar actividades físicas intensas que conduzcan a la hiperventilación forzada, ya que pueden desencadenar las crisis al aumentar el ácido láctico como producto del ejercicio físico y agotamiento muscular.

Por último, dice Posligua, la enfermedad de pánico tiene muy buen pronóstico, pero a menudo se requiere de un tratamiento de uno a dos años, aunque las crisis se logran controlar eficientemente desde las primeras etapas de ser tratada.

Incluso, Llanos sugiere que los tratamientos deben ser integrales, considerando la parte psicológica, física, social y en especial familiar.

 

TERAPIA APLICADA

Según los Institutos Nacionales de la Salud de los Estados Unidos, la terapia cognitiva conductual ayuda a las personas con ataques de pánico a entender sus comportamientos y cómo cambiarlos. Deberán:

  • Entender y controlar puntos de vista distorsionados de estresantes en la vida, como el comportamiento de otras personas.
  • Reconocer y reemplazar los pensamientos que causan pánico y disminuir la sensación de indefensión.
  • Manejar el estrés y relajarse cuando se presenten los síntomas.
  • Imaginar las cosas que causan la ansiedad, comenzando con la menos temida. Practicar en una situación de la vida real para ayudarle a superar sus miedos.

Lo siguiente también puede ayudar a reducir el número o la gravedad de los ataques de pánico:

  • Comer a horas regulares.
  • Hacer ejercicio regularmente.
  • Dormir lo suficiente.
  • Disminuir o evitar la cafeína.

 

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