Amar a las mascotas

24 de Noviembre de 2013

Cuando un animal doméstico reemplaza el amor familiar puede ser resultado de un problema creado en la infancia. ¡Esté atento!

Andrés, de 23 años, aún recuerda a su perrita de peluche que su madre le regaló cuando él tenía 5. Esta era su compañera, la llevaba a todos lados y siempre la cargaba mientras se chupaba el pulgar derecho.

“Un día, a mis 10, de forma inexplicable, desapareció. Desde ahí siempre andaba triste. Pero todo cambió al cumplir los 15, cuando un primo me regaló un perrito de raza shih tzu”.

Desde ese momento siempre lo protegió, no permitía que nadie de la casa se atreviera a tratarlo mal o que dejara la puerta abierta para que se fuera a la calle.

“Mi perrito es mi vida, lo amo mucho. Un día se me enfermó, lloré y pensé lo peor. Entre nosotros existe una especie de conexión, a él solo le falta hablar, aunque con su mirada y ladridos expresa lo que quiere. Él es el único que me saluda cuando llego a la casa, pero cuando me voy se pone muy triste. Él me da el amor que en mi casa nunca he tenido, por eso mi perrito es mi prioridad en la vida”.

Graves carencias

Según el psicólogo clínico Eduardo Santillán Sosa, quienes prefieren amar a las mascotas más que a una persona son seres que han tenido graves carencias y frustraciones en sus tratos con los seres humanos, de manera particular desde la infancia o niñez, y que han establecido un alto grado de desconfianza, incluso con aquellos que conforman su entorno familiar. Ellos simplemente prefieren tener perros o gatos porque son los que mayor grado de adaptación tienen con el individuo.

“En un porcentaje significativo encuentran en estos animales domésticos aquello que sienten que no han recibido de sus seres más cercanos, por ejemplo, compañía, lealtad y adherencia sin que existan condicionamientos, entre otros”, agrega.

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En eso coincidió César Millán, el Encantador de Perros, quien el mes pasado dio una rueda de prensa en el Hilton Colón de Guayaquil. Él comentó que el humano no construye una relación de confianza y respeto con su perro, sino solo de afecto. Si el hombre no tiene hijos, por ejemplo, este animal “pasa a ser un accesorio, a llenar espacios vacíos. Es una relación egoísta, aunque se vea bonita. El perro pasó a ser hijo y accesorio, y ya no es perro... en esta relación dejó su identidad”.

Algunas personas también quieren más a las mascotas, dice la psicóloga clínica Silvia Cordero Encalada, por la necesidad de tener una compañía que no los abandona o falla, porque aunque no habla es incondicional con su presencia y porque despierta el instinto biofílico del ser humano, que es el amor hacia la naturaleza.

A nivel psicológico, agrega, las mascotas suman calidad de vida a las personas que no se sienten queridas, ya que llenan ciertos momentos de soledad o tristeza. También generan sentido a la vida, porque permiten que se ocupen de ellas (de un ser) y la persona pueda intercambiar expresión afectiva.

“Cuando alguien siente que no es amado puede manifestar inseguridad, agresividad, frustración, depresión, intentos de autoeliminación, tendencia al aislamiento u otras conductas extremas o de riesgo. Entonces, sentirse querido es una necesidad básica e intransferible”.

Es natural que ame a las mascotas. Pero este sentimiento es dañino cuando se vuelve un amor obsesivo y cuando el sentido de la vida gira en relación a estas, incluyendo la despreocupación y el desarrollo de sí mismo e incluso cuando no permite tener contactos o relaciones fructíferas.

La mayoría de las atenciones, dice Santillán, son para el animalito, a quien se le da una permisividad extrema. Las reglas para este suelen tomarse por su dueño o dueña como muestras de desamor. Además, existe sobreprotección que puede llegar a la adicción.

Pérdida o muerte

¿Y si la mascota se pierde o se muere? Cordero explica que, dependiendo del grado de afectividad, es probable que el dueño genere alteraciones emocionales, tales como ansiedad o depresión, entre otras.

Para evitar ese sufrimiento, indica Santillán, la familia debe otorgar a los hijos amor, atenciones, comunicación y compañía desde la infancia. Pero, en caso de existir dicha situación en un niño, adolescente o adulto, se requieren psicoterapia y psicoeducación para el paciente, y orientación y psicoeducación para la familia.

En conclusión, dice Cordero, hay que recordar que sentirse amado anima a vivir y es una condición tan humana que actúa como un motor para el desarrollo personal. (S.M.de.C.)

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