¿Por qué no quieren comer?

16 de Agosto de 2015

Los niños que son difíciles a la hora de comer podrían necesitar no solo tiempo, sino un poco más de atención de los padres y del médico.

Los padres del mundo se frustran porque sus hijos son demasiado selectivos con la comida, y reúnen toda su paciencia en espera del día cuando se les abra el apetito. Ahora, investigaciones sugieren que los hábitos de los niños en la mesa pueden tratarse no solo de una cuestión de gustos.

Un estudio de la Universidad de Duke que involucró a cientos de niños en edad preescolar descubrió que incluso un rechazo moderado hacia los alimentos coincide a menudo con problemas de la salud mental, como depresión, ansiedad, desorden de déficit de atención e hiperactividad. Y mientras más extrema la negación a comer, la cuestión psicológica tiende a ser más seria.

“Estamos hablando de niños cuya negativa a comer va más allá de no gustar del brócoli”, dice el coautor del estudio, William Copeland, psicólogo clínico de Duke. “Lo que aceptan comer es tan restrictivo que requiere que sus padres hagan platos especiales para ellos, separados de lo que come el resto de la familia”.

Como reporta esta semana la revista Pediatrics, los científicos condujeron sondeos en el hogar para 917 niños que tenían de 2 a 6 años, usando el Test Psiquiátrico para Edad Preescolar. También entrevistaron a los cuidadores de los niños para recolectar información sobre los hábitos alimenticios y síntomas psiquiátricos. Los resultados mostraron que aproximadamente uno de cada cinco de los participantes es problemático para comer muy seguido o siempre.

De esos, casi el 18% era moderadamente negativo hacia la comida, mientras que un 3% lo era con severidad, lo que significa que su exigencia limita su habilidad para comer en compañía.

El equipo encontró que los niños que demostraban dificultad para aceptar la comida, tanto moderada como severa, tenían una significativa mayor propensión a mostrar síntomas de ansiedad social, depresión y otras condiciones mentales. Los primeros también eran más proclives a sufrir síntomas de ansiedad, de separación y de trastorno por déficit de atención con hiperactividad (ADHD), aunque estas correlaciones no se vieron entre otros estudios hechos entre grupos más pequeños de niños con rechazo severo a comer.

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Niños ansiosos

Y mientras algunos niños pierden estos hábitos al crecer, los problemas psicológicos entre el último grupo tienden a agravarse. Los investigadores condujeron seguimientos durante dos años con 187 de los participantes, y sus conclusiones son que los niños que se niegan a comer tienen doble probabilidad de mostrar incremento en los síntomas de ansiedad general.

“Fue sorprendente para mí que cuando continuamos supervisando a estos niños, después de dos años esos problemas permitían predecir niveles crecientes de ansiedad”, dice Copeland. “Ciertamente no es el caso de todos. Pero sí significa que la alimentación selectiva no es algo que debería ser simplemente ignorado hasta que pase”.

Los pediatras y los padres deberían poner atención a lo largo del crecimiento y ver si un niño muestra algún tipo de vulnerabilidad a problemas emocionales.

Los padres a veces luchan con los pequeños que desprecian el plato, pero como muchos podrán atestiguar, el conflicto no siempre resulta en que los niños coman. Puede generar más presión psicológica y tensiones familiares. Aunque no es culpa de los padres que uno de sus chicos desarrolle disgusto por la comida, Copeland nota que los niños están tan influenciados por los padres que es necesario mirar en su totalidad la dinámica de la mesa familiar cuando se trata con apetito problemático.

“Creo que podría estar relacionado con ciertas dinámicas que los niños tienen con sus padres”, dice. “Se trata de que ciertas maneras de reaccionar a los comportamientos de ciertos niños pueden hacer que las cosas empeoren”.

Detonantes

Parte del problema es que hay muchas posibles razones por las que Pepito no quiere ni probar las coles de bruselas. Los científicos han identificado previamente varios posibles detonantes para el comportamiento selectivo al comer, que van desde la genética hasta la exposición en el cerebro a sistemas de recompensa... mientras el niño aún está en el útero.

Por ejemplo, los sentidos muy elevados hacen que el olor, el sabor o la textura sean abrumadores para algunos niños. Y malas experiencias con la comida, incluyendo la ingestión forzada de alimentos que no les gustan, pueden tener mucho que ver en que se genere ansiedad. Descubrir cuál está detrás de la selectividad del niño puede ser la clave para una intervención exitosa.

Otra posible causa que el estudio subraya es un vínculo con las ansiedades de los padres. “Una de las cosas que vimos en este estudio es que los padres que tienen problemas emocionales tendrán, con mayor probabilidad, hijos que serán sensibles por las mismas razones, y eso va a afectar, además, la manera en que los adultos respondan a las actitudes de los niños. Así que”, resume Copeland, “estas cosas pueden ser muy sinérgicas”.

Copeland cita un ejemplo común entre los padres que se desesperan porque su hijo no está respondiendo bien a cierta receta, y se preocupan luego de por qué tiene una conducta tan extrema. “Le preguntan si se siente enfermo o si la comida le hace doler el estómago”, explica. “Y eso puede enviar un mensaje al niño, de que hay algo preocupante en la comida, y eso contribuye a que se resista más”.

Los pediatras pueden ayudar a los padres a planear mejores reacciones para cada pequeño que se rebela en la mesa, añade, para que estos problemas de interacción no se vuelvan más graves. Este acercamiento proactivo también puede ayudar a aliviar el estrés del resto de la familia, particularmente el de quien prepara los alimentos y se ve obligado a tener una opción B o a armarse para una guerra de comida.

“La mayoría de los pediatras tiene la capacidad de examinar en busca de síntomas de ansiedad y de presión”, considera Copeland. “Así que a partir del rechazo a la comida pueden empezar a hacer más preguntas que los lleven a comprender lo que está pasando”. (I)

Fuente: Smithsonian.com

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