Sabiduría del zen: Maestros y discípulos

Por Paulo Coelho
09 de Agosto de 2015

“Lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo”.

Cerca de Tokio vivía un gran samurái, ya anciano, que se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda que era aún capaz de derrotar a cualquier adversario.

Cierta tarde un guerrero, conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para captar los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante.

El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Conociendo la reputación del samurái, estaba allí para derrotarlo y aumentar así su fama.

Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío.

Fueron todos hasta la plaza de la ciudad, y el joven comenzó a insultar al viejo maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió a la cara, gritó todos los insultos conocidos y ofendió, incluso, a sus ancestros. Durante horas hizo todo lo posible para provocarlo, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.

Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:

—¿Cómo ha podido usted soportar tanta indignidad? ¿Por qué no usó su espada, aun sabiendo que podía perder la lucha, en vez de mostrarse cobarde ante todos nosotros?

—Si alguien se acerca a ti con un regalo y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece el regalo?, preguntó el samurái.

—A quien intentó entregarlo, respondió uno de los discípulos.

—Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos, dijo el maestro. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.

Dónde está el paraguas

Después de diez años de aprendizaje, Zenno consideraba que ya podía ser elevado a la categoría de maestro zen. En un día lluvioso fue a visitar al famoso profesor Nan-in.

Al entrar en la casa de Nan-in este preguntó: ¿Has dejado tu paraguas y tus zapatos afuera?

—Evidentemente, respondió Zenno. Es lo que manda la buena educación. Yo haría lo mismo en cualquier parte.

—Entonces, dime: ¿Colocaste el paraguas al lado derecho o al lado izquierdo de los zapatos?

—No tengo la menor idea, maestro.

—El zen budismo es el arte de la conciencia total de lo que hacemos, dijo Nan-in. La falta de atención en los pequeños detalles puede destruir por completo la vida de un hombre. Un padre que sale corriendo de casa, nunca puede olvidar un puñal al alcance de su hijo pequeño. Un samurái que no mira todos los días su espada, terminará encontrándola herrumbrada cuando más la necesite. Un joven que olvida dar flores a su amada, acabará perdiéndola.

Y  Zenno comprendió que aun cuando conociese bien las técnicas zen del mundo espiritual, se había olvidado de aplicarla al mundo de los hombres.

Algunas reflexiones del budismo zen

“La deshonra es como una cicatriz en el árbol: crece con el tiempo, en vez de desaparecer” (vieja máxima de los samuráis).

“Quien solo fija sus ojos en el bien, es incapaz de aprender, porque no conoce el mal, y este puede tomarlo desprevenido”. (Murasaki Shikiku). (O)

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