Nuevos diálogos El infierno y el cielo

Por Paulo Coelho
20 de Abril de 2014

“En toda familia normal es importante que los hijos encuentren su voz a través de una rebelión saludable. En nuestra relación espiritual es bueno saber que a veces tenemos derecho a quejarnos en el momento adecuado y que seremos escuchados”.

Reflexiones sobre Job

Hace algunas semanas publiqué el texto Lenin desciende a los infiernos, en el que quería hacer un análisis bienhumorado de los diálogos entre el demonio y los cielos. Aunque parezca mentira, estos diálogos aparecen muchas veces en la Biblia. El Libro de Job, por ejemplo, comienza con una sorprendente visita de Satanás a Dios. Más sorprendente aún es que Satanás lo instiga a castigar a su siervo más fiel. Para rematar la sorpresa, Dios hace justamente lo que el demonio le pide.

El Libro de Job es una verdadera obra maestra. Después de haber sido privado de todos sus bienes materiales y afectivos, Job se rebela y empieza a clamar contra la injusticia que está sufriendo. En realidad, el pobre hombre siempre procuró actuar de la mejor manera posible, y ahora se ve delante de aquel Poder inmenso, que lo está castigando precisamente por eso.

Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos visto alguna vez en la misma situación, pero en lugar de quejarnos de Dios –que, según mi interpretación, espera que actuemos así– terminamos dirigiendo nuestros cañones contra nosotros mismos. Nos parece que no merecemos nada, que no somos dignos, etc. Al final, nuestro complejo de culpa es siempre mayor que nuestra capacidad para reaccionar.

En toda familia normal es importante que los hijos encuentren su voz a través de una rebelión saludable. En nuestra relación espiritual es bueno saber que a veces tenemos derecho a quejarnos en el momento adecuado y que seremos escuchados.

Menos mal que Job nos da un buen ejemplo.

Un santo en el lugar equivocado

Y para completar mis reflexiones sobre este constante diálogo entre el dolor y la felicidad, el Infierno y el Paraíso, reescribo una historia, atribuida a un autor desconocido, que me enviaron justo después de la publicación de Lenin desciende a los infiernos.

Alguna vez le pregunté a Ramesh, uno de mis maestros en la India:

—¿Por qué existen personas que salen fácilmente de los problemas más complicados, mientras otras sufren por problemas mucho más pequeños, ahogándose en un vaso de agua?

Él simplemente sonrió y me contó una historia.

—X era un sujeto que vivió amorosamente toda su vida. Cuando murió, todo el mundo le decía que fuera directo al cielo: alguien tan bondadoso como él solo podría ir al Paraíso. Ir al cielo no era tan importante para él, pero de todas formas se fue para allá.

»En esa época, el cielo aún no había pasado por un programa de calidad total. La recepción no funcionaba muy bien, la joven que lo atendió dio una ojeada rápida a las fichas de encima del mostrador y, como no vio su nombre en la lista, le indicó que tenía que dirigirse al Infierno.

»Y en el Infierno, nadie exige identificador ni tarjeta de invitación; a cualquiera que llegue se le deja entrar. El tipo entró, y se quedó por allí...

»Algunos días después, Lucifer llega furioso a las puertas del Paraíso para pedirle explicaciones a San Pedro:

»“¡Eso que estás haciendo es puro terrorismo!”.

»Sin conocer el motivo de tanta rabia, Pedro le pregunta de qué se trata. Un trastornado Lucifer le responde:

»“¡Tú mandaste a aquel sujeto al Infierno que está acabando con mi prestigio! Llegó escuchando a las personas, mirándolas a los ojos, conversando con ellas. Ahora está todo el mundo dialogando, abrazándose, besándose. ¡El Infierno no es lugar para esas cosas! ¡Por favor, tráete para aquí a ese sujeto!”.

Cuando Ramesh terminó de contar la historia, me miró cariñosamente y dijo: —Vive con tanto amor en el corazón que si por equivocación vas a parar al Infierno, el propio demonio te llevará de vuelta al Paraíso.

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