La segunda oportunidad: Corregir errores

Por Paulo Coelho
30 de Noviembre de 2014

“Las sibilas, hechiceras capaces de predecir el futuro, vivían en la antigua Roma. Un buen día, una de ellas apareció en el palacio del emperador Tiberio con nueve libros”.

Una sibila está plasmada en el fresco de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina.Siempre me fascinó la historia de los libros sibilinos. Hay que aprovechar las oportunidades, o si no, se pierden para siempre. Esta es la leyenda: Las sibilas, hechiceras capaces de predecir el futuro, vivían en la antigua Roma. Un buen día, una de ellas apareció en el palacio del emperador Tiberio con nueve libros; le dijo que allí se encontraba el futuro del Imperio, y le pidió diez talentos de oro por los textos. Tiberio lo encontró carísimo y no lo compró.

La sibila salió, quemó tres libros y volvió con los seis restantes. “Son diez talentos de oro” dijo. Tiberio se rió y le ordenó que se fuera. ¿Cómo podía tener el coraje de vender seis libros por el precio de nueve?

La sibila quemó otros tres libros y regresó ante Tiberio con los únicos tres que quedaban: “cuestan los mismos diez talentos de oro”. Intrigado, Tiberio terminó comprando los tres volúmenes, y solo pudo leer una pequeña parte del futuro”.

Cuando terminé la historia noté que estábamos pasando por Ciudad Rodrigo, frontera de España con Portugal. Allí, cuatro años antes, me habían ofrecido un libro, que yo no compré.

- Vamos a parar. El hecho de haberme acordado de los libros sibilinos ha sido una señal para que corrija un error del pasado.

Durante el primer viaje de divulgación de mis libros en Europa, había decidido almorzar en aquella ciudad. Después fui a visitar la catedral y encontré a un padre. “Vea como el sol del atardecer hace todo más bonito aquí adentro”, dijo. Me gustó el comentario, conversamos un poco, y él me guió por los altares, claustros y jardines interiores del templo. Al final, me ofreció un libro que había escrito sobre la iglesia, pero no lo compré. Cuando salí, me sentí culpable; yo era escritor, estaba en Europa tratando de vender mi trabajo: ¿por qué no comprar el libro del padre, por solidaridad?

Detuve el coche; caminé hacia la plaza frente a la iglesia, donde una mujer contemplaba el cielo.

- Buenas tardes. Estoy buscando a un padre que escribió un libro sobre esta iglesia.

- Ese padre, llamado Estanislao, se murió el año pasado– dijo.

Sentí una inmensa tristeza. ¿Por qué no habría dado yo al padre Estanislao la misma alegría que sentía yo cuando veía a alguien con uno de mis libros?

-Fue uno de los hombres más bondadosos que conocí, continuó la mujer. Venía de familia humilde, pero llegó a ser especialista en arqueología. Ayudó a conseguir para mi hijo una beca.

Le comenté a ella lo que me había llevado allí.

-No se culpe inútilmente, hijo mío– dijo. Visite la catedral.

Pensé que era una señal, e hice lo que me mandaba. Solo había un padre en un confesionario. Me dirigí hacia él, que me hizo una seña para que me arrodillase, pero yo le interrumpí.

- No quiero confesarme; solo vine a comprar un libro sobre esta iglesia, escrito por un hombre llamado Estanislao. Los ojos del padre brillaron. Salió del confesionario y volvió minutos después con un ejemplar.

- ¡Qué alegría que haya venido para esto!– me dijo. – ¡Soy hermano del padre Estanislao, y esto me llena de orgullo! ¡Él debe de estar en el cielo, contento al ver que su trabajo es apreciado!

Con tantos padres por allí, yo había encontrado justamente al hermano de Estanislao. Pagué el libro y le agradecí. Él me abrazó. Cuando iba saliendo, escuché su voz.

- Vea como el sol del atardecer hace todo más bonito aquí adentro– me dijo.

Eran las mismas palabras que el padre Estanislao me dijo cuatro años antes. Siempre hay una segunda oportunidad en la vida.

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