Gengis Khan y su halcón

Por Paulo Coelho
16 de Abril de 2017

En una visita a Kazajstán, tuve la oportunidad de acompañar a un grupo de cazadores que utilizan como arma un halcón.  Solo quiero decir que, en este caso, se trata de la naturaleza cumpliendo su ciclo. Yo estaba sin intérprete, y lo que podría haber sido un problema acabó convirtiéndose en una bendición. Al no poder hablar con ellos, prestaba más atención a lo que hacían: vi cómo nuestra pequeña comitiva se detenía, el hombre con el halcón se alejaba un poco, y quitaba la caperuza de plata de la cabeza del ave.

El ave levantó el vuelo, trazó unos círculos en el aire y, después, en un ataque certero, descendió en picada hasta el suelo, y no se movió más. Nos acercamos y vimos que tenía un zorro en sus garras. La misma escena se repitió más de una vez a lo largo de aquella mañana.

De vuelta a la aldea pregunté cómo conseguían entrenar al halcón para hacer todo aquello que había visto, hasta posarse dócilmente en el brazo de su amo. Nadie sabía explicarlo: me dijeron que este arte pasa de generación a generación, el padre se lo enseña al hijo, y este se lo enseñará al suyo.  De allí que viene a mi memoria una leyenda:

Una mañana, el guerrero mongol Gengis Khan y su séquito salieron a cazar. Mientras sus compañeros llevaban flechas y arcos, Khan llevaba sobre el brazo su halcón favorito, que era mejor y más certero que cualquier flecha, porque podía subir a los cielos y ver todo aquello que el ser humano no consigue ver.  Sin embargo, a pesar del entusiasmo del grupo, no consiguieron encontrar nada. Decepcionado, Gengis Khan volvió a su campamento, pero, para no descargar su frustración. Se separó de la comitiva y decidió regresar solo.

Habían pasado en el bosque más tiempo del esperado, y Khan estaba muy cansado y sediento. Debido al calor del verano, los riachuelos estaban secos y no encontró sitio donde refrescarse hasta que, ¡milagro! vio un hilo de agua que caía de unas rocas. En ese mismo momento alejó de sí el halcón, sacó el pequeño cáliz de plata que siempre llevaba, estuvo un rato llenándolo, y cuando estaba listo para llevárselo a los labios, el halcón le arrancó la copa de las manos y lo lanzó lejos de él.  Khan se enfureció, pero, como era su animal favorito, pensó que talvez tenía sed también. Recogió el cáliz, lo limpió y volvió a llenarlo. Con la copa llena por la mitad, de nuevo el halcón se la arrancó y derramó el líquido.

Gengis Khan adoraba a su animal, pero sabía que no podía dejar que se le faltara al respeto. Esta vez, sacó la espada, cogió el cáliz y empezó a llenarlo, manteniendo un ojo en la fuente y el otro en el halcón. En cuanto se disponía a beber, el ave de nuevo levantó el vuelo hacia él. Khan, de un golpe certero, le atravesó el pecho.

Pero el hilo de agua ya se había secado. Decidido a beber, fue en busca de la fuente. Para su sorpresa, vio en medio de ella, muerta, una de las serpientes más venenosas de la región. Si hubiese bebido del agua, habría muerto. Khan volvió al campamento con el halcón muerto. Mandó hacer una reproducción en oro del ave, y grabó en una de las alas: “Incluso cuando un amigo hace algo que no te gusta, continúa siendo tu amigo”.  Y en la otra ala: “Cualquier acción movida por la furia es una acción condenada al fracaso”.  (O)

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