De las artimañas del amor

Por Paulo Coelho
11 de Junio de 2017

El califa y su mujer

El califa árabe hizo llamar a su secretario:

-Encierra a mi mujer en la torre mientras estoy de viaje, ordenó.

-¡Pero si ella ama a Su Majestad!

-Y yo la amo a ella –respondió el califa–. Pero sigo un viejo proverbio de nuestra tradición: “Haz pasar hambre a tu perro y te será fiel; hazlo engordar y te morderá”.

El califa partió hacia la guerra y volvió seis meses después. Al llegar, llamó a su secretario y pidió ver a su esposa.

–Os ha dejado –fue la respuesta del secretario. Su Majestad citó un bello proverbio antes de partir, pero olvidó otro dicho árabe:

“Si tu perro está preso, acompañará a cualquiera que le abra la jaula”.

El intento de controlar el alma

Muchas veces pensamos que podemos controlar el amor. Es cuando nos preguntamos: “¿merece la pena?”.

El amor no respeta esa pregunta. El amor no se deja valorar como una mercancía. Uno de los personajes de la obra La buena alma de Tse-Chuang, de Bertold Brecht, nos habla de la verdadera entrega: “Quiero estar junto a la persona que amo. No quiero saber el precio que habré de pagar. No quiero saber si será bueno o malo para mi vida. No quiero saber si esa persona me quiere o no. Lo único que necesito, lo único que deseo, es estar cerca de la persona que amo”.

La medida del amor

-Siempre quise saber si era capaz de amar como amas tú, dijo el discípulo hindú a su maestro.

-No existe nada más allá del amor –respondió el maestro. Es lo que hace girar al mundo y mantiene las estrellas suspendidas en el cielo.

-Lo sé. Pero, ¿cómo puedo saber si mi amor es lo bastante grande?

-Procura saber si te entregas, o si por el contrario, huyes de tus emociones. Pero no te hagas preguntas como esa, pues el amor no es grande ni pequeño. No se puede medir un sentimiento como se mide una calle: si haces eso, solo percibirás su reflejo, como el de la luna en un lago, pero no estarás recorriendo su camino.

La búsqueda contemplativa

Linda Sabatth cogió a sus tres hijos y decidió irse a vivir a una pequeña hacienda; quería dedicarse solo a la contemplación espiritual. Antes de cumplir un año se había enamorado, se había casado de nuevo, estudió las técnicas de meditación de los santos, luchó por una escuela para sus hijos, hizo amigos y enemigos, descuidó su tratamiento dental, tuvo un absceso, hizo autostop bajo tormentas de nieve, aprendió a reparar el carro, tuvo que deshelar las cañerías, hizo milagros con el dinero de la pensión para llegar a fin de mes, vivió del subsidio de desempleo, durmió sin calefacción, rió sin motivo, había llorado de desesperación, había construido una capilla, había hecho reparaciones en la casa, había pintado paredes, había impartido cursos sobre contemplación espiritual.

-Y al final entendí que una vida de oración no significa aislamiento –dijo–. El amor es tan grande que hay que dividirlo. (O)

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