Camino de Kumano (III): Apoyado en el árbol

Por Paulo Coelho
13 de Enero de 2013

“Mantengo los ojos cerrados e intento imaginar la savia subiendo desde las raíces hasta las hojas, provocando con este movimiento una oleada de energía que afecta a todo lo que hay alrededor”.

Anteriormente hablé sobre mi ida al Camino de Kumano, en Japón, y mi descubrimiento de una práctica espiritual, el shugendo (realizada durante la peregrinación).

–¿Has oído hablar del shugendo?

–Significa “el camino del arte de la acumulación de experiencia”, responde, mostrando que su interés va más allá de las variedades de insectos de la región. Disciplinar tu cuerpo para aceptar todo lo que la naturaleza tiene que ofrecerte; así también educas tu alma para lo que Dios nos ofrece. Mira a tu alrededor: la naturaleza es mujer, y como toda mujer, enseña de una manera diferente. Apoya tu columna vertebral en el árbol. Me señala un cedro de más de dos mil años. Apoyo mi espalda en el cedro, cierro los ojos, y el biólogo empieza a contarme que en aquella región existen apenas diez árboles como ese.

–Todo lo que está vivo contiene energía, y esta energía se comunica entre sí. Si tú mantienes tu columna apoyada en el tronco, el espíritu que vive en el árbol conversará con tu espíritu y lo calmará de toda aflicción. Claro que, como biólogo, debo decir que se trata de la emanación de calor y tal... pero sé que también hay parte de verdad en la explicación mágica de mis antepasados.

Mantengo los ojos cerrados e intento imaginar la savia subiendo desde las raíces hasta las hojas, provocando con este movimiento una oleada de energía que afecta a todo lo que hay alrededor. Mi espíritu se va apaciguando, dejo que la fantasía funcione, y de repente me imagino dentro del tallo, sin pensar, sin meditar, apenas en reposo absoluto.

–Aquí cerca, por ejemplo, las señales de la naturaleza decidieron el futuro de la región.

Oigo la voz del biólogo contándome que en 1185 dos samuráis luchaban ferozmente por el poder en Japón. El gobernador de Kumano no sabía quién vencería; convencido de que la naturaleza siempre tiene la respuesta, enfrentó en una pelea a siete gallos vestidos de rojo contra siete gallos vestidos de blanco. Ganaron los de blanco, el gobernador apoyó a uno de los guerreros e hizo la apuesta correcta: luego aquel samurái dominaría el país.

–Dime: ¿prefieres creer que fue el apoyo del gobernador lo que inclinó la balanza, o que los gallos dieron la señal divina de quién terminaría conquistando el poder?

–Creo en señales- respondo, saliendo mentalmente de mi confortable estado vegetal y abriendo los ojos–. Fueron las señales las que me trajeron hasta aquí, aunque aún no consiga entender bien lo que estoy haciendo.

–Los viajes sagrados a Kumano comenzaron mucho antes de la introducción del budismo en Japón; hasta hoy existen por aquí hombres y mujeres que transmiten de generación en generación la idea de que debe realizarse una “boda”, con todo lo que implica a su alrededor, como una verdadera unión: con entrega, alegrías y sufrimientos, pero manteniéndose siempre juntos. Utilizaban el shugendo para permitir esta entrega total, sin miedo.

Abro los ojos y me siento apaciguado por la energía del árbol. ¿Puedes enseñarme algún ejercicio de shugendo? El único que conozco es atarse con una cuerda y arrojarse contra las rocas en un despeñadero y, francamente, no tengo valor para eso.

–¿Por qué quieres aprender?

–Porque siempre he pensado que el camino espiritual no implica necesariamente el sacrificio y el dolor. Pero es necesario aprender lo necesario, no lo que uno quiere.

–Cada cual hace el ejercicio que la Tierra le pida. Si la Diosa quiere que practiques shugendo, te dirá lo que tienes que hacer.

Tenía razón. Al día siguiente sucedió eso mismo. (Continuará la próxima semana).

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