Actitudes y acciones: En nuestro diario vivir

Por Paulo Coelho
24 de Agosto de 2014

“De la misma manera, los deseos negativos no pueden causar ningún mal, si no te dejas seducir por ellos”.

De la caridad amenazada

Hace algún tiempo mi mujer ayudó a un turista suizo en Ipanema que se decía víctima de ladronzuelos. Con un acento cargado, hablando un pésimo portugués, afirmó que se había quedado sin pasaporte, sin dinero y sin lugar para dormir.

Mi mujer le pagó una comida, le dio lo suficiente para que pudiese pasar la noche en un hotel hasta que entrase en contacto con su embajada, y se marchó. Días después un periódico carioca publicaba que cierto “turista suizo” era en realidad otro creativo timador que, fingiendo un acento que no era suyo, abusaba de la buena fe de las personas que aman Río de Janeiro y desean contrarrestar la imagen negativa –justa o injusta– que se ha convertido en nuestra tarjeta postal.

Al leer la noticia, mi mujer hizo apenas un comentario: “Esto no va a hacer que deje de ayudar a la gente”.

Su comentario me recuerda la historia del sabio que, cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar. Las personas no le dieron mucha importancia a su presencia y sus enseñanzas no consiguieron interesar a la población. Después de algún tiempo, él se convirtió en motivo de mofa e ironía entre los habitantes de la ciudad.

Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres se puso a insultarlo. En lugar de ignorar lo que ocurría, el sabio se acercó a ellos y los bendijo.

Uno de los hombres comentó:

–¿Será que encima este hombre está sordo? ¡Le hemos gritado cosas horribles, y usted nos responde con bellas palabras!

–Cada uno de nosotros solo puede ofrecer lo que tiene –fue la respuesta del sabio.

Los deseos negativos

El discípulo le dijo al maestro:

–He pasado gran parte del día pensando en cosas en que no debía pensar, deseando cosas que no debía desear, haciendo planes que no debía hacer.

El maestro invitó al discípulo a un paseo por el bosque que había cerca de su casa; por el camino, señaló una planta y le preguntó al discípulo si sabía cuál era.

–Belladona –dijo el discípulo. Puede matar a quien come de sus hojas.

–Pero no puede matar al que simplemente la contempla. De la misma manera, los deseos negativos no pueden causar ningún mal, si no te dejas seducir por ellos.

Dios y un ateo

Durante toda su vida, el autor griego Nikos Kazantzakis (Zorba, La última tentación de Cristo) fue un hombre absolutamente coherente. Aunque abordase temas religiosos en muchos de sus libros –como una excelente biografía de san Francisco de Asís– siempre se consideró a sí mismo un ateo convencido. Y es precisamente de este ateo convencido, una de las más bellas definiciones de Dios que conozco:

“Nosotros miramos con perplejidad la parte más alta del espiral de fuerza que gobierna el Universo. Y la llamamos Dios. Podríamos darle cualquier otro nombre: Abismo, Misterio, Oscuridad Absoluta, Luz Total, Materia, Espíritu, Suprema Esperanza, Suprema Desesperación, Silencio. Pero nosotros la llamamos Dios, porque solo este nombre –por razones misteriosas– es capaz de sacudir con vigor nuestro corazón. Y, no cabe duda, esta sacudida es absolutamente indispensable para permitir el contacto con las emociones básicas del ser humano, que siempre están más allá de cualquier explicación o lógica”.

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