Y se casaron ... ¿y fueron felices?

Por Ángela Marulanda
01 de Julio de 2012

Parece que cada vez hay más matrimonios que se acaban simplemente porque “no somos felices”. Esto me hace pensar que, con alguna frecuencia, las parejas se casan con la idea que nos planteaban los cuentos de hadas al terminar con el consabido “...y se casaron y fueron felices”.

El matrimonio no es un estado ideado para  garantizarnos una felicidad perpetua,  porque la vida conyugal no es  tan solo una experiencia llena de vivencias divertidas y agradables. Es también una suma de sacrificios, de esfuerzos y de momentos de incertidumbre, de angustia, de dolor... tanto como de alegría y satisfacción, gracias a los esfuerzos que hacemos por construir el entorno en que soñamos formar nuestra familia. 

La vida matrimonial es una experiencia de crecimiento en la que todos nos vemos obligados  a servir, a contribuir, a ayudar, a comprender, a ceder y a anteponer lo que beneficia  a nuestra familia sobre lo que nos agrada o nos conviene como individuos. Y por eso es una maravillosa escuela para aprender a dar  lo máximo de nosotros mismos.

Si tenemos en cuenta que para ser felices no hay que tener más sino que dar más, ni tampoco gozar más sino servir más, y tampoco hace falta que nos sintamos más a gusto sino que nos sintamos valiosos y apreciados por nuestros seres queridos, podremos darnos cuenta de que todo lo que necesitamos para experimentar la felicidad que tanto anhelamos en nuestra vida conyugal depende de nosotros.

A decir verdad, la felicidad no es una meta que se alcanza sino un resultado de la satisfacción de haber hecho todo lo posible para conformar un hogar en el que reinen la solidaridad, el afecto y la armonía que todos quisiéramos recibir en nuestra familia. Lo bueno es que nada de esto vale un peso, pero sí un gran esfuerzo, y aún así nos aportará la gran recompensa de poderles brindar a los hijos un hogar en el que abunde lo que nos falta y hace a todos más felices: amar y sentirnos amados.

www.angelamarulanda.com

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