Tener fe en los hijos es amarlos de verdad

Por Ángela Marulanda
27 de Noviembre de 2011

Es muy común escuchar a los padres decirles a los hijos que deben “tener personalidad” queriendo decir que sean capaces de dar sus opiniones, expresar sus sentimientos con franqueza  y  tomar sus propias decisiones, sin tener miedo a lo que digan los demás. Pero para que los niños tengan la seguridad suficiente para decir lo que piensan, hacer lo que consideran apropiado y mostrarse tal como son es fundamental que tengan fe en ellos mismos debido a que confían en sus capacidades y se sienten a gusto con quienes son.

Sin embargo, ser personas con una gran seguridad personal es, en buena medida, el resultado de la aceptación y confianza que los padres tengamos en los hijos. Un niño a quien se le presiona para que sea distinto a lo que es, a que aprenda más rápido de lo que puede, exprese algo diferente a lo que siente o sirva de credencial de nuestros atributos como padres, tiene pocas posibilidades de poder ser lo que auténticamente es  y, por ende, le será difícil sentirse a gusto y seguro de sí mismo. Cuando los padres presionamos a los hijos a que sean lo que queremos o a que logren todo lo que soñamos, no les damos el espacio para que desarrollen sus auténticas cualidades y confíen en sus capacidades.

Tener “mucha personalidad” es una característica propia  de las personas que son muy auténticas y seguras, y no necesariamente de quienes tienen más oportunidades, son más inteligentes, más capaces o más atractivos.

Es verdad que hoy la mayoría de los padres trabajamos muy duro para poder ofrecerles a los hijos todas las ventajas posibles para que estudien, se preparen, viajen y tengan una amplia gama de experiencias que les abran muchas puertas en su vida.  Sin embargo, todas estas oportunidades no puede darles lo que ellos más necesitan para ser personas seguras de sí mismas: bienestar emocional, autrorrespeto, dignidad y valía personal. 

Tales atributos, que son los que fortalecen la autoestima de los hijos y nutren su confianza en ellos, son el resultado de la valoración que emana de nuestra fe en los hijos. Con razón decía Erich Fromm que “el amor es un acto de fe y quien tiene poca fe en sus hijos... tiene poco amor”.
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