¿Por qué festejar… lo que es de lamentar?

Por Ángela Marulanda
11 de Enero de 2015

No me cabe duda de que una de las penas más duras de la vida es la decisión de terminar un matrimonio. Y por eso me parece absurdo que ahora se estén festejando los divorcios con una serie de celebraciones tan ostentosas y triviales como las que se acostumbran hacer para las despedidas de solteros.

Lo lamentable es que mientras las bodas son cada vez más espléndidas, los matrimonios son cada vez menos estables y satisfactorios. Pero más deplorable aún es que un hecho tan lamentable como es la decisión de acabar con el compromiso que sellamos de “amarnos hasta que la muerte nos separe”, ahora se conmemore como algo digno de agasajarse. No sé si esto es una invención de la industria de la organización de eventos u otra de las frivolidades propias de la cultura hedonista, pero lo cierto del caso es que resulta absurdo agasajar un hecho tan devastador como lo es la desintegración de un hogar.

El divorcio de los padres es una de las pérdidas más dolorosas que puede experimentar un hijo. Por eso, convertir esta pena en una juerga es trivializar una desventura que perjudica a muchos, especialmente a los niños, que son víctimas de una decisión en la que ellos no tienen nada que ver, pero sí mucho que perder.

No hay duda de que “es mejor venir de un hogar desbaratado que vivir en él”. Pero el divorcio, aunque a veces es el menos peor de los males, es una experiencia desgarradora, cuyas consecuencias afectarán irremediablemente la vida de quienes crecen con sus padres separados. Y, por eso mismo, es absurda la idea de celebrarlo con tanto regocijo como se festejó la decisión de casarse.

Además, me pregunto, ¿qué idea se les estará inculcando a los hijos respecto del matrimonio cuando celebramos con tanto entusiasmo que se haya terminado? (O)

www.angelamarulanda.com

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