No es falta de amor, sino tanto temor

Por Ángela Marulanda
07 de Octubre de 2012

Cada vez hay más tendencia a culpar a los padres de todo lo malo que pasa con los hijos, y también de parte nuestra a aceptar todas las culpas que nos adjudican. Aunque es cierto que hoy cometemos más errores, no lo hacemos por malos sino por temerosos, debido a que estamos criando a los niños en un mundo tan distinto a aquel en que crecimos que estamos perdidos. Y ese miedo es el que hace que actuemos con más debilidad y que los niños sean más demandantes y malagradecidos.

El temor a que los niños se enojen, se rebelen, nos rechacen o sean infelices nos tiene dominados. Por eso de lo que sí somos culpables no es de ser negligentes, sino de tenerles tanto miedo a contrariar a los hijos que nos dejamos dominar por ellos, al punto de que ya no les exigimos nada, sino que nos doblegados a sus exigencias, ya no les pedimos un favor sin antes pedirles perdón por la molestia que les causamos, y ya lo más importante no es educarlos sino comprenderlos..., cuando en realidad no comprendemos nada. Lo grave es que en ese proceso estamos dejando a los niños ir a la deriva.

Durante la infancia y la juventud, los hijos son tripulantes novatos que inician su travesía por el mundo sin saber para dónde van y sin la experiencia ni los conocimientos que necesitan para transitar por aguas desconocidas para ellos y hoy muy turbulentas. Por eso es fundamental para ellos sentir que están bajo la dirección de unos padres que están al mando, conocen el rumbo que deben seguir y dominan la situación, es decir, que les pueden otorgar la protección y guía que tanto necesitan. Pero esto no es lo que les comunicamos cuando actuamos dominados por el temor y amedrentados por las culpas.

“Por miedo, no por bondad, surgieron los padres permisivos”, aseguró Jaime Barylko. Nuestra culpabilidad como padres está en permitir que el miedo nos lleve a eludir la responsabilidad de controlar y guiar a los niños hasta que sean mayores y tengan la formación para hacerlo por sí mismos. Con razón se dice que padre y madre no hay sino uno, porque nuestro compromiso es indelegable e insustituible. Y no hay dinero que pueda comprar ni colegio o experto que pueda darles a los hijos todo lo que significa para su vida la dirección y consagración personal de sus padres.

www.angelamarulanda.com

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