La rivalidad fraterna y los padres

Por Lenín E. Salmon
26 de Abril de 2015

La naturaleza humana es competitiva en todos los órdenes de la vida, y es en el grupo familiar en el que estas manifestaciones se producen desde temprano.

La rivalidad fraterna ha estado presente a través de los tiempos, en mayor o menor grado, en la mayoría de las familias sin importar su condición social, económica o cultural. Ocurre con más intensidad y frecuencia entre hermanos del mismo sexo y más cercanía en edad, usualmente (aunque no exclusivamente) compitiendo por la atención, reconocimiento o respeto de los padres. El orden de nacimiento, el temperamento y el desarrollo de alguna habilidad tienen influencia en la forma en que cada niño irá estableciendo su identidad, o “territorio”, y desarrollará recursos para defenderlos.

Puede empezar en la infancia con el nacimiento de un segundo niño, a quien el primogénito le desarrollaría celos al ver que la atención de los padres, que antes era de su exclusividad, se vuelca hacia “el intruso”. Puede evidenciarse al querer jugar con los mismos juguetes, o ver programas de TV diferentes al mismo tiempo. En realidad, cualquier pequeña causa puede generar un conflicto. El periodo más acentuado generalmente es entre los 10 y 15 años, cuando los niños han desarrollado más formas de atacarse y desquitarse (ponerse apodos feos, golpearse, dañar la propiedad del otro, dejar de hablarse, entre los más comunes), y usualmente termina con el advenimiento de la edad adulta. En el mejor de los casos la rivalidad fraterna estimulará la resiliencia y formará adultos más competitivos y realistas; en el peor escenario producirá individuos amargados y resentidos que perennizarán su papel de hermanos victimizados.

Los padres pueden ayudar mucho a que la rivalidad no deje cicatrices emocionales en los niños. Lo más importante es ser justos, no compararlos, no tener favoritismo hacia uno de ellos (esto es mortal para el otro). También es indispensable darle a cada uno un tiempo exclusivo para oírlo y comprender por qué se siente así. Si se presenta un conflicto, hay que darles la oportunidad de expresar cómo se siente el uno con respecto al otro y ayudarlos a que verbalicen sus frustraciones para que comiencen a entenderse. En este punto, el diálogo entre padres al resolver sus propios conflictos es el mejor ejemplo. (O)

salmonlenin@yahoo.com

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