La obediencia es resultado de la admiración

Por Ángela Marulanda
07 de Enero de 2018

No cabe duda de que los niños hoy son más despiertos, saben más y se expresan mejor de lo que lo hicimos nosotros a su edad. Y además crecen en una sociedad democrática en la que los padres ya no gozamos de la superioridad jerárquica que les otorgaba a los adultos la organización autocrática del pasado.

Si bien todo esto es una ventaja para los hijos, para los papás su crianza constituye un desafío mucho mayor. Este cambio hacia la igualdad, sumado a unos hijos más poderosos y beligerantes, hace que los menores se crean iguales (o a menudo superiores) a los mayores. De tal manera que como muchos padres sienten poco dominio sobre sus hijos tratan de ganárselos poniéndose a su mismo nivel para convencerlos “por las buenas” de que sigan sus instrucciones. En el intento de acercarse más a los niños se están igualando a ellos, al punto de que muchos ya no parecen sus papás sino sus hermanos ligeramente mayores.

Lo grave es que los niños ya no “tragan entero” y no se dejan conducir por quienes ven que están tan perdidos como ellos. Así, no solo se quedan sin modelos por seguir, sino también sin quién les establezca parámetros de lo que deben y no deben hacer.

Los hijos nos tienen que admirar para poder influir en ellos en un mundo en tinieblas cuando más precisan de la guía de sus mayores. Para eso tenemos que ser y parecer personas cuya forma de pensar, lucir y actuar mueva a los hijos a seguir nuestras recomendaciones porque nos respetan profundamente y quieren ser como nosotros. Y la única forma es teniendo la madurez y estabilidad que nos haga merecedores de su admiración. Debido a que a los niños les está tocando crecer en un mundo en tinieblas, en el que reinan el cambio y la confusión, la paternidad es un reto más difícil que nos exige revaluarnos para estar seguros de que somos adultos dignos de ser considerados como tales por nuestra integridad y sensatez. Hoy más que nunca los hijos precisan de padres que no estén empequeñecidos por su inmadurez y sean como luces incipientes colocadas a ras de tierra, incapaces de mostrarles hacia dónde van en el camino de la vida. angelamarulanda20@gmail.com

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