La generosidad y felicidad

Por Ángela Marulanda
03 de Abril de 2016

Estamos formando a los hijos en una sociedad de consumo basada en la competencia, en ganar más, gozar más y tener más que los demás. Y por eso vivimos llenos de cosas, de entretenciones, de compromisos, pero también de angustias, de obligaciones, de resentimientos y, por supuesto, de deudas.

No hay duda que lo que más anhelamos los padres es darle a nuestros hijos todas las oportunidades posibles, pero no solo para que pueden contribuir a hacer del mundo un mejor lugar para vivir sino, ante todo, para que sobresalgan en su profesión, triunfen en los negocios, ganen dinero y gocen de una “buena vida”.

Parece que hoy son nuestras ambiciones, así como nuestro interés en tener poder y dinero los que orientan la crianza de los hijos. Nos concentramos ante todo en que estudien mucho para que se destaquen en su profesión o en los negocios de manera que ganen bastante dinero y vivan “a cuerpo de rey”.

De tal manera que el desafío que hoy debemos enfrentar es enorme, y no es solo económico —que tengan más que suficiente para que puedan “ganarse la vida”— sino ético. Tenemos que formar a los hijos para que sean, ante todo, personas correctas y bondadosas, es decir, que no solo obren bien, sino que se dediquen a hacer el bien sin mirar a quien, de manera que su vida está llena de grandes satisfacciones.

Lo importante es que los hijos vivan felices, pero no como resultado de los privilegios que tengan y del dinero que ganen, sino como resultado de lo que hacen con lo que tienen, es decir, de la forma en que contribuyan a quienes tienen menos. Lo que se necesita para ser felices no es tener más, sino, ante todo, amar más, servir más y contribuir más. Los padres deben criar hijos que amen al prójimo lo suficiente como para que se dediquen a ayudarlos, y cuenten con lo que necesitan para que puedan tener una vida digna y saludable. (O)

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