Humildes y afortundos

Por Ángela Marulanda
01 de Octubre de 2017

Sobresalir sin más mérito que el deseo de ser poderoso exige esfuerzos tan grandes que a menudo hay que sacrificar la salud, la familia, o hasta los principios morales para lograrla. Cada vez parece haber más personas dispuestas a llegar a cualquier extremo con tal de lucirse: posar semidesnudas en vallas y comerciales, protagonizar papeles degradantes en la TV, desfalcar empresas para comprar poder, someterse a peligrosos procedimientos médicos para lucir seductoras, escalar posiciones políticas a base de trampas, o hasta encabezar causas nobles con el ánimo de lucirse, no de contribuir.

Paradójicamente, los de fama inmortal que trascienden en la historia se han caracterizado no solo por su sabiduría o su valor, sino por su sencillez y bondad.

Sin embargo, esa virtud, en un mundo que persigue el poder y la fama, se ve como un defecto. Tanto es así que la expresión ‘gente humilde’ se usa para designar a quienes tienen una categoría ‘inferior’, no necesariamente a quienes son más sencillos.

Estrictamente hablando, la gente humilde se caracteriza porque es bondadosa, noble y servicial. Esto significa que los humildes, lejos de corresponder a una categoría humana inferior, son personas que giran alrededor de valores muy superiores a aquellos que se consideran de alta categoría.

La humildad no es un defecto, es una bendición. Los humildes suelen tener la fortuna de gozar de algo que todos buscamos: paz y tranquilidad. En efecto, como la gente humilde actúa por convicción y no por adulación tiene control sobre lo que persigue y no es controlada por lo que ambiciona, como sí lo son quienes viven para sobresalir. Además, como no dependen de las juicios ajenos tampoco los perturban las críticas ni los inflan las alabanzas, lo cual hace que vivan más sosegadas. La prepotencia es la fachada de la estupidez y la humildad es el cimiento de la sabiduría.

Las satisfacciones y no las vanaglorias son las que nos auguran una existencia plena y feliz. Más ganaremos si nos dedicamos a cultivar virtudes que nos permitan enriquecer profundamente nuestra vida, porque nos ocupamos de contribuir en lugar de sobresalir. El árbol que se destaca muy pronto con sus ramas es el primero que cae por falta de profundidad en sus raíces. (O)

angelamarulanda20@gmail.com

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