A sembrar lo que queremos cosechar

Por Ángela Marulanda
30 de Octubre de 2011

Como la vida es finita, es decir, se acaba y no hay segunda vuelta, debemos cerciorarnos de estar sembrando lo que queremos cosechar. Por eso la pregunta que los padres debemos hacernos a diario es... ¿qué estamos cultivando en nuestro hogar?  ¿Les estamos dando a los hijos una buena educación, pero también una buena formación? ¿Les estamos enseñando buenos modales, pero ante todo buenos principios? ¿Les estamos respetando sus derechos, pero además asegurándonos que conozcan y cumplan con sus deberes?

Hoy a menudo pecamos por darles a los hijos mucho de lo que quieren, pero poco de lo que necesitan.  Llenamos sus cuartos de cosas y aparatos... y por eso nadie quiere reunirse a conversar, soñar, reír ni compartir en familia.

Hoy sí es cierto que muchas casas parecen hoteles, adonde cada uno tiene su habitación y sus cosas, adonde todos entran, reniegan, piden... y se encierra en “su espacio”. Como cada cual está en lo suyo nadie está para el otro, ni sabe lo que le pasa, lo que siente o lo que le falta al otro.  Todos reclaman sus “derechos”: que me den, que me sirvan y me dejen en paz... pero desconocen sus deberes. Por eso cada vez hay más niños solos y deprimidos, más hogares desintegrados y más problemas sociales.

Lo triste es que en una sociedad en la que todo el mundo pide, y pide y pide... siempre habrá escasez y, por ende, inconformidad y malestar. A mi juicio, esta es una de las razones por las que ahora  en varios países los estudiantes reclaman sus “derechos” vociferando, atropellando, invadiendo y destruyendo el espacio público... porque aprendieron en sus casas a recibir, pero no a dar.

Creo que estos jóvenes son las primeras cosechas de niños que crecieron en familias adonde han tenido muchos privilegios y pocos deberes. Y tampoco suficiente presencia del papá y la mamá porque ambos trabajan para darles todo... pero no tienen el tiempo para exigirles lo que deben.

Como el hogar es el huerto adonde se siembra la vida, se cultiva el corazón y se cosecha la unión familiar, es allí adonde el afecto y la solidaridad se tienen que alimentar si queremos que las nuevas generaciones se dediquen a contribuir y no solo a reclamar lo que no se merecen.

www.angelamarulanda.com

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