En el Hotel del Parque: Insólitas creaciones

Por Epicuro
26 de Marzo de 2017

“A pocos pasos está el restaurante Casa Julián. Allí oficia Juan Carlos Ordóñez, creativo, apasionado por su profesión, alma ecuatoriana, talento internacional”.

Se hablará mucho del innegable lujo que ofrece, pero más me impresionó el respeto con el que se diseñó aquel hotel, integrándolo con discreción al entorno de la naturaleza. De ninguna manera se pensó en una fachada llamativa con luces de neón como suele suceder en muchos establecimientos norteamericanos. Así como les gustaba a los romanos hace dos mil años, las habitaciones se abren hacia un patio interior donde crecen distintas plantas, maravillosas orquídeas. Una galería luminosa permite dar la vuelta al jardín. Las suites impresionan a la vez por su hermosura, su carácter absolutamente funcional. Una puerta sorpresiva da acceso a la iglesia, pequeña joya, el campanario se divisa desde el patio, se siente un ambiente de paz, de silencio, puede ser el hotel que idealizamos, donde se ha pensado en todo lo que podría desear un huésped. Pienso que resulta ser un motivo de orgullo para Ecuador. Se ingresa por una puerta transparente, sin ninguna ostentación, a un hall que ya nos habla de un establecimiento de gran clase.

El Hotel del Parque no desentona para nada en el ambiente que lo rodea, diría más bien que lo complementa.

A pocos pasos está el restaurante Casa Julián (originalmente la casa Julián Coronel). Allí oficia Juan Carlos Ordóñez, 31 años, creativo, apasionado por su profesión, alma ecuatoriana, talento internacional. A los 19 años inició sus estudios en el International Buenos Aires Hotel and Restaurant School; se complementó en el Colegio de Cocineros Gato Dumas, es chef profesional con mención en Gerenciamiento gastronómico.

Probé su menú exclusivo: el carpaccio de atún con fuagrás, marinada de malta y taxo con pepas de zambo caramelizadas. Indica una clara tendencia a incorporar ingredientes locales buscando armonías gustativas insólitas, obteniendo un resultado refrescante de alto gusto. Algo parecido sucede con el cebiche de mariscos Jipijapa con marinada de cítricos, aguacate, maní tostado, ofreciendo texturas que agradan al paladar. No soy para nada adicto al tártaro, no suele agradarme la carne molida cruda aunque me guste pedir un steak cocido un cuarto.

Juan Carlos logró vencer mi aprensión mediante una sazón cautivadora de mostaza, sal prieta, crocantes de yuca/maíz, todo coronado con una yema confitada: será una sorpresa grata para los aficionados al tártaro. El costillar de cerdo braseado con mote pillo trufado y acelgas al natural se queda en un sabor clásico a pesar de su guarnición, prefiero el que presenta el restaurante Zeru, pero es absoluta cuestión de gusto personal.

Los postres no me llamaron mayormente la atención, a pesar de ser originales, quizás porque mis gustos en cuestión de dulces están muy apegados a los recuerdos de mi infancia: son las crèmes brûlées, las espumas de chocolate con clara a punto de nieve, el parfait al Grand Marnier, los helados de todo tipo, la panna cotta, los flanes con mucho coco rallado, dulces sin complicación. Me muero por el chocolate amargo-dulce en todas sus combinaciones.

El restaurante está abierto al público, los precios no son para nada excesivos. Visitar este lugar es una experiencia relajante imprescindible. (O)

epicuro44@gmail.com

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