Abel Furlán: Un antes y un después
“Tiene sus propios vinos, cuya hermosa etiqueta negra lleva el escudo de la familia, un enmarcado granate refulgente”.
En realidad, hablando de la historia del vino en Ecuador, diría que existe el antes de Abel y luego a partir de Abel. Cuando llegué al país encontré vinos elaborados en el sector de Pomasqui, sin mayor trascendencia, luego en Chaupi (Yaruqui) los experimentos de Dick Handal lográndose un palomino bastante honesto. Visité hace muchos años su pequeña instalación cuando intentaba elaborar un Pinot negro, cepa bastante difícil de procesar.
En 2006 alguien me trajo una botella de tinto cuyo aspecto y etiqueta no me decían nada. De pronto apareció el lugar de cosecha, provincia del Guayas, no muy lejos de Playas. Descorché, husmeé, lo miré en copa, mi sorpresa fue grande: estaba frente a un producto ciertamente joven, pero lleno de promesas porque era ya un vino de verdad, no un sucedáneo frutal. Conocí a Abel Furlán, compartí con él una mesa de jurados en Mendoza (Malbec al mundo) recorrimos en el auto de él varias zonas vinícolas, aprendí mucho, con humildad, probamos tintos, blancos. Abel me supo guiar. Abel es un enólogo apasionado, un crítico despiadado.
Tiene sus propios vinos, cuya hermosa etiqueta negra lleva el escudo de la familia, un enmarcado granate refulgente. El 2013 anunció un renacimiento. Al escribir esta nota estoy probando aquella cosecha, pero en otra copa puse un Paradoja ecuatoriano del 2006 (la primera cosecha). Es un suspenso algo loco porque no tengo idea si el Paradoja habrá resistido durante 12 años.
Mis botellas se conservan entre 5 grados los blancos y espumosos, 12 grados los tintos, eso me permite añejar ciertas cosechas. Tengo por aquí un Vega Sicilia y un Barolo 1990 capaces de dar sorpresa. Abrí el Paradoja 2006 sin mayor expectativa. Doce años son muchos para un vino ecuatoriano en su primera cosecha. Para las catas especiales uso una copa llamada impitoyable (implacable), su cristal finísimo, su forma acampanada como la de las botellas, ponen en suma evidencia las virtudes y los defectos de los vinos. Usé un decantador cuyo objeto es chequear los posibles sedimentos que el vino adquiere con los años además de permitir respirar para que de esta forma muestre mejor sus aromas y sabores.
Al abrir el Paradoja 2006 noté que el corcho se encontraba en excelente condición, sin fuga. En el cuello de la botella el vino ostentaba un apenitas de color ladrillo tirando a marrón, el color se notaba más claro que en el Malbec 2013 de Abel. La diferencia en boca es algo sorprendente. Los doce años no han afectado el producto. El de 2006 se nota más reposado, los aromas y sabores se han desarrollado de muy buena forma, la sensación retro nasal es muy agradable. El de 2013 muestra una mayor acidez, tuve que enfriarlo un poco para reencontrar el necesario equilibrio. En ambos casos se siente la fruta roja o negra, pero en el 2006 los matices se han vuelto más amables, menos dominantes. Lo propio ocurre con el alcohol, pues el 2006 se ve como un adolescente con madurez mientras el 2013 puede desenvolverse más al oxigenarse, dándole su tiempo. Este vino podrá envejecer teniendo el equilibrio entre acidez, amargor y dulzor. Hay más dulzor en el 2013, se siente mucho con la punta de la lengua.
En regla general los vinos jóvenes suelen darnos aromas intensos y según nuestra memoria, hasta nuestra saliva, podemos encontrar cereza, fresa arándano, cassis, ciruela. Con el tiempo los sabores fusionan se vuelven complejos, es lo que llaman el bouquet, se va modificando el color. Me encantó la forma como el 2006 evolucionó hasta un color rubí yendo a granate muy pronunciado, pero anunciando que ya era tiempo de beberlo por ciertos reflejos premonitores. Ambos vinos tienen 14 grados alcohólicos, pero se sienten mucho más en el 2013. No soy enólogo sino buen gustador. Pienso que Abel Furlán y Pablo Taramelli han de sentirse orgullosos al saber que nuestro primer vino ecuatoriano se está portando como un adulto responsable. (O)