CARLOS A. YCAZA Dos voluminosos libros 42 la re vista ......................... de Taschen –El cine de los 60 y El cine del 2000– tienen la culpa de que retome el espíritu de la antigua columna que mantuve en EL UNIVERSO casi una década. La dejé a un lado porque cuando uno empieza a aburrirse en actividades laborales, hay que tomar decisiones rápidas, hacer cambios y seguir adelante. Y peor cuando se trata de pasiones cinéfilas desinfladas. No sé si esta confesión es nostálgica. La verdad es que esa es una palabra que detesto. Pero la realidad es que he dejado de ir al cine por más de un año. Perdí el interés de sumergirme en salas oscuras y soñar con lo que se proyecta en la pantalla. Desconectarme. Muy poco de lo que había visto en el nuevo milenio era tan estimulante como lo que sacudía mis venas igual que en los años 60, década que Jürgen Müller, editor de esos libros, califica como “una época asombrosamente vital: el declive temporal de Hollywood frente a la televisión y los nuevos impulsos creativos del cine europeo, con un sentido de infinitas posibilidades”. De las 120 películas meticulosamente celebradas en esta bella publicación, solo una desconozco. Las demás estaban todas en mi retina y muchas de ellas en mi corazón para siempre. Nunca podré De películas y de sueños olvidar el impacto de la caminata de Audrey Hepburn al inicio de Breakfast at Tiffanny’s (1961) frente a las diminutas vitrinas de la gran joyería en la Quinta Avenida de Nueva York. Debo haber tenido 14 años cuando la vi y todavía trato de entender el magnetismo que el personaje central traería a mis sueños desde entonces. Los pasos de una call-girl que toma un taxi después de farras orgiásticas para un desayuno de café y croissants frente a los diamantes de sus fantasías, bajo los acordes de Moon River. “D os vagabundos zarpando a ver el mundo”. Pero las joyas invalorables no eran de Tiffany. La película de Blake Edwards se ligaba a nuestra imaginación de una manera extraordinaria. Y nuevos horizontes irrumpían en las existencias del público mundial. Finalmente el cine es –tie - ne que ser, como toda obra artística– la catapulta de nuestros sueños. A donde nos llevan no importa, porque a veces no percibimos su significado conscientemente o en el preciso instante que vemos una película. Eso viene después. Como lo que sentí seis años más tarde cuando mi vida había tomado nuevos rumbos en Nueva York y de repente vi reflejado mi rostro en las vitrinas de Tiffany en medio de la blancura de una inmensa nevada inve rnal. Fue una década estremecedora la de los años 60 y se reflejaba en las pantallas con obras maestras de Federico Fellini (8 1/2), Stanley Kubrick (2001 Odisea del Espacio), Alfred Hitchcock (Los pájaros), D avid Lean (Lawrence de Arabia), Miche - langelo Antonioni (Blow Up)... La lista no entra aquí. Pero Müller nos motiva a buscar de nuevo esas películas, porque su magia indeleble ya es parte de nuestra existencia. 1 En el nuevo milenio se reescribe la historia del cine. ¿O su final? Un a a p re c i a c i ó n personal del editor de La Revista. ANIVERSARIO CINE Treinta años después El shock de la edición de la década del 2000 es contundente, pero al reverso. Lo dice el propio Jürgen en su introducción con la película No es un país para viejos de los hermanos Coen: “Todo indica que el primer decenio del siglo XXI será el último en que ha existido el cine
La Revista Aniversario
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