A pesar de su maratónica duración en las pantallas de televisión esta noche, el evento anual de la entrega de los premios de la Academy of Motion Picture Arts and Science –Academia de las Artes de Cine y de la Ciencia– en Hollywood (registren bien eso del arte) nos debería conectar a lo más relevante de las expresiones cinematográficas, sin importar mucho su procedencia.

En los últimos tiempos ha habido sorpresas, pero la de este año es mayúscula. Tanto en las categorías de mejor película, como la de mejor película extranjera se destaca el filme Amour, del austriaco Michael Haneke, no solo por el tema y su permanente actualidad, sino por la visión de un director europeo que se resiste a los maniqueísmos que rigen la industria cinematográfica en nuestros días.

Haneke despliega una sensibilidad radicalmente independiente de todos los esquemas posibles en el tratamiento de una pareja de octogenarios en sus últimos días. En Amour no hay sentimentalismos baratos ni finales estereotipados. La película transpira verdad. Hoy esto es hablar de palabras mayores, por el escapismo y las fórmulas marketeras que demasiadas veces se transpiran en Hollywood. La película es un ejemplo invalorable de lo que implica el séptimo arte.