Volver a escuchar ‘Guayaquileño’

24 de Julio de 2016

Guayaquileño, madera de guerrero es una canción muy coreada (y bailada) en nuestra urbe. Aunque fue escrita en 1943 por Carlos Rubira Infante, entrevistamos a varios personajes para redescubrir su mensaje actual.

“Carlos Rubira hizo un homenaje, una oda, y creo que eso está bien,” dice Sonia Navarro, psicóloga y escritora. “Ayuda al sentimiento de pertenencia. Es necesario que el sujeto pueda sentirse orgulloso del lugar de nacimiento. No pretende ser una crítica ni describir la identidad, porque la identidad está en construcción, es una aproximación a lo que se quiere ser. Habría que ver si en la actualidad puede decirse que los guayaquileños son ‘madera de guerrero’ y en qué aspectos. Por ejemplo, en la conducta vial no hay la identidad de respetar el espacio del otro”.

“Hay que cuestionar nuestras actitudes. Está fragmentado lo que significa ser guayaquileño”, opina Navarro. Pero rescata el don de ser acogedores y gentiles con los recién llegados. “Recibimos gente de otras provincias y extranjeros. Esto está presente en toda clase social. Los que se radican aquí terminan sintiéndose guayaquileños. Esto debería replicarse en todos los aspectos, en cuidar la ciudad, sabiendo que es cuidarnos a nosotros mismos”.

Guayaquil es una ciudad que sufre de violencia, especialmente de género. “Es inevitable encontrar noticias de femicidio. Es algo que debe ser cortado de raíz, pero la sociedad guayaquileña no se ha empoderado en esto. No veo un elemento identitario”, dice Navarro, profesora de Antropología Cultural, Semiótica y Comunicación en la Espol. “No veo a la ciudadanía preocupada por esto, no en la medida en la que se hacen marchas por la paz o por medidas económicas”.

Más que asegurar que el guayaquileño es bien franco, prefiere decir que es espontáneo. “Lo importante es que no haya dicotomía entre lo que se dice y lo que se hace. Querer a Guayaquil es quererla en actos”.

¿Muy valiente? “Sí, sin duda, lo son el hombre y la mujer que salen a trabajar todos los días largas horas, para hacer frente a la vida de manera honesta. Pero hay situaciones puntuales en las que uno se pregunta si realmente somos una sociedad valiente”. En el orden político hace falta mayor participación, opina, “hay una relativa indiferencia a los eventos”.

Hay otros escenarios en los que resulta difícil ser valiente. “La presencia de las drogas en todos los estratos es un aspecto preocupante. Esta es una ciudad en la que hay muchos desniveles, por eso digo que es como un árbol que ha crecido, pero no se ha podido podar. Siempre se apela a la familia, pero no todas las familias son funcionales. Si la sociedad no sostiene al joven cuando la familia falta, con espacios para cultura urbana, expresión artística y deportes, fallamos todos. En ese sentido, Guayaquil todavía está por construirse”. Como lugares de encuentro, reflexiona, no se puede pensar en Guayaquil sin los malls, “forman parte de la vida en esta ciudad, aunque sean lugares de consumo, porque las áreas de esparcimiento con que cuentan los guayaquileños no son muchas”.

“Es triste lo que voy a decir”, advierte, “pero el punto que nos une es el temor a la delincuencia. No debería ser, porque ese es un factor externo, y debería ser nuestra gentileza y capacidad de acoger lo que nos una. Además, existe otro temor: el de no conseguir un trabajo o perderlo. Justamente porque somos trabajadores que viven épocas de incertidumbre económica”.

Versos que nos unen

Para Leonardo García Franco, coordinador del área de Vinculación con la Sociedad de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad de Guayaquil, la canción es una utopía a la que no hay que quitarle ni una coma, que identifica a un guayaquileño “puro, de nacimiento, que vive, trabaja y se desarrolla aquí. Ahora”, añade, “Guayaquil es una ciudad formada por ciudadanos de otras provincias, que aunque no hayan nacido aquí, han aportado a su desarrollo. El que viene a vivir a Guayaquil es un guayaquileño y viene a fortalecer nuestra cultura. No viene a perder su identidad de origen. Y luego no quiere irse. Ser ‘del Guayas’, en Ecuador, equivale a ser guayaquileño”.

Para García, las actitudes contradictorias, que perjudican a la ciudad, son el equivalente a no ser ciudadano, a empobrecer la identidad. ¿Es Guayaquil un paraíso? “No, pero el guayaquileño se siente feliz viviendo aquí”. ¿Es el guayaquileño un superhumano? “No, es un humano normal, solidario, trabajador, elocuente, amistoso, aguerrido, trabajador”.

¿Jamás siente temor? “Claro que lo sentimos. Pero tenemos capacidad de confrontación, hasta cierto punto. Desarrollamos astucia para saber cuándo defendernos y cuándo ceder”.

El ejercicio del ‘por si acaso’

“Ser franco viene del ser humano de la Costa, el calor, la cercanía al mar y el comercio del puerto; ese tipo de personas no pierden el tiempo, para no perder posibles clientes. Hasta los vendedores de la Bahía se dan tres minutos para vender. Eso hace que en las otras esferas de la vida el guayaquileño sea así, rápido y directo”, opina Tomás Rodríguez, máster en Comunicación y doctorante en Filosofía. “Sí, somos aguerridos también, porque si no, es la muerte. A quienes pierden todo, les queda volver a empezar. Es algo que compartimos con los manabitas, que ya no quieren seguir en los albergues, sino trabajar”. Estas descripciones convergen en una cualidad que Rodríguez, editor de Publicaciones de la Universidad Tecnológica Empresarial de Guayaquil, resalta de los guayaquileños: la capacidad de rehacerse.

Para Rodríguez, eventos como la independencia de la ciudad, los incendios, las invasiones piratas, las enfermedades tropicales y la migración interna, reflejan dicho criterio sumado a otras dos características: la capacidad de adaptación y constancia del guayaquileño. Incluso si las circunstancias son favorables, el porteño se mantiene así, dice, porque siempre prevé que el escenario puede cambiar. De ahí que considera que hay una fuerte cultura del trabajo y una marcada tendencia a emprender. “Si a una familia de clase media le va mal (económicamente), abre un negocio propio. El guayaquileño no se queda en casa. En los países del Cono sur, el desempleado asume que debe ser así. En cambio, el guayaquileño sale; el ecuatoriano promedio es así, trabaja ocho horas pero busca otro oficio, ‘por si acaso’”.

Por otro lado, destaca que hay un temor colectivo, la delincuencia. “Es una ciudad con muchos pendientes, entre ellos ser un espacio más pacífico que se pueda visitar fuera de la 9 de Octubre o los malecones... No hay seguridad para hacer turismo fuera de los lugares típicos”. Por ello insiste en empoderarse de los espacios públicos, motivando la participación en diversos eventos en sitios históricas, por ejemplo, respetando sus normas.

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Manifestaciones interclasistas

El sociólogo urbano Gaitán Villavicencio prefiere alejarse de los arquetipos para referirse al guayaquileño y más bien describe ciertos caracteres que, considera, lo identifican. “Rubira es un hombre de la cultura popular, estaba haciendo referencia a un hombre laborioso... Pero es una lectura que busca crear una imagen idílica, cuando hay que ver al guayaquileño desde la interculturalidad, Guayaquil es una ciudad que se ha hecho con el aporte colectivo”, indica refiriéndose a las generaciones de inmigrantes que conforman la masa guayaquileña. Ellos también son guayaquileños, porque sus hijos y nietos nacieron aquí y con su trabajo han aportado al crecimiento de la ciudad. Por ello, no comparte las actitudes que buscan generar divisiones entre las procedencias geográficas.

En ese crisol urbano, Villavicencio identifica patrones que invaden nuestro tejido social, manifestaciones que considera interclasistas. “Podemos ver cómo la burguesía porteña asumió cuestiones de la cultura popular en cuanto a la gastronomía, como comer arroz con carne asada, cebiche; la costumbre de ir a comer a los mercados. También las pautas de lenguaje, como decir 'pana', que era parte de la jerga original de los sectores marginales, se fueron socializando en esa gran matriz intercultural. ¿Quién lo inició? Nadie sabe”.

Otras pautas que destaca son la forma de divertirnos y de celebrar (“¡hasta cómo nos emborrachamos!”), cómo nos expresamos hacia el deporte y la religiosidad. Estos caracteres no conocen de clases sociales. “Tenemos otro elemento importantísimo: el cuidado de la naturaleza. Ambos sectores sociales somos depredadores, nos unifica de una forma negativa. Diecinueve ramales del estero están contaminados, en diferentes niveles, siendo el más grave el de Las Ranas (Lizardo García entre las calles F y la G). Pero ese problema de contaminación también es palpable en Urdesa y Miraflores”. Nuestras brechas son las educativas, las laborales y la segregación socio-residencial.

‘Serenas rimaba con morenas’

“Yo no creo que las guayaquileñas seamos serenas, creo que lo pusieron en la letra porque rimaba con morenas, que sí somos, por el sol. ¡Ja!”, dice, muy honestamente, la escritora y docente guayaquileña Solange Rodríguez. Sin embargo, sí le adjudica una aplicación actual a la serenidad descrita por Rubira Infante, pues esta virtud debería cultivarse para tomar decisiones; para ser atropellados, no. “Creo que en la práctica es todo lo contrario, lo que nos caracteriza es más bien la impaciencia. Los guayaquileños somos como hormigas moviéndose por la tierra”.

Dice que las guayaquileñas tienen hoy razones para enorgullecerse, pues al tomar conciencia de su autonomía económica y emocional, se distancian de esa imagen de mujer que se conformaba con el hogar. “Nos gusta buscar nuestros propios triunfos y que nos cueste esfuerzo”.

Y sí, Rubira Infante no se equivocaba, en Guayaquil, las mujeres son lindas. “Una mujer que es culta, es linda; una mujer que dice lo que piensa, es linda; una mujer siendo feliz: bailando, riendo a carcajadas, caminando por las calles sin temor, es linda”, destaca Rodríguez, quien cree también que el sentirse bella, físicamente, es una idea que cada mujer construye. “Luego de los 30, uno se da cuenta de que lo que importa es estar feliz con los parámetros individuales. La belleza no es lo que dicen otros”.

En su mayoría, dice Rodríguez, los guayaquileños están enamorados de su ciudad. “De su río hermoso, de sus calles bulliciosas y siempre vivas y bullentes; gente que adora el ritmo, que emprende cosas todos los días, que no se deja morir de hambre, gente recursiva y resistente: piratas y corsarios, comerciantes en un día de eterno carnaval en una plaza, quienes esperan que baje un poco el sol para poder tomar cerveza con los amigos y reírse de la muerte o bailarla, ignorar que está ahí, y llegar al día siguiente”.

La serenidad aplica para todos

Es optimista, afectiva con su familia, organizada, trabajadora, ahorrativa, empoderada de sus derechos como mujer, pero también muy apegada a roles tradicionales femeninos. Esas son algunas de las cualidades que la psicóloga Annabelle Arévalo, coordinadora del área Atención y Prevención a la Violencia del Cepam Guayaquil, usa para describir a la guayaquileña.

Y quizás al lector solo le baste levantar la mirada en su hogar para presenciar la siguiente escena con su madre, abuela o esposa: “Hace alcanzar los pocos ingresos que puedan tener para los gastos de la familia. Trabaja más de ocho horas diariamente: cumple tareas domésticas, cuida a sus hijos e hijas y de todos. Se levanta muy temprano y se va a descansar muy noche”.

La psicóloga afirma que “el sentirse linda” no solo se produce por halagos del sexo opuesto, sino también del reconocimiento que se recibe de otras mujeres y de sí misma. “La mujer se siente valiosa por lo que ha construido, sus estudios, su profesión, su trabajo, capacidades, personalidad y sentimientos”.

Dice que la serenidad, descrita por el autor, es una cualidad que se construye día a día, que se manifiesta también como símbolo de madurez emocional y que debe formar parte del estilo de vida. “Proyecta seguridad en sí misma. Con serenidad pone los límites a quien quiera vulnerar sus derechos que como mujer tiene: a ser bien tratada, con respeto y consideración como todo ser humano”. (G.Q., D.V., D.L.) (I)

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