Ser muy ‘rocanrol’

25 de Septiembre de 2011
  • El público esperaba ansioso el concierto. Un aire de coordialidad y “parcería” se vivía en el ambiente.
  • Anthony Kiedis, vocalista de los Red Hot Chili Peppers en pleno concierto.
  • Mauricio Torres sobre la gaveta que “lo hizo ver” el concierto.
  • Jorge Ludeña, junto a Chad Smith, baterista de los Red Hot. Se lo topó en un Mall.

Nuestro fotógrafo entrevistador de la sección Mi Facha nos trae su divertida experiencia en el recalentado parque Simón Bolívar de Bogotá (Colombia), antes del tumultuoso concierto de...¡Red Hot Chili Peppers!

Vine a Bogotá con unos amigos a ver el concierto de los Red Hot Chili Peppers y, entre otras cosas, visitar a viejos amigos de la vida y a mi familia. Pero volando al grano.

Por cosas de la vida, hubo descoordinación entre mis amigos y yo para encontrarnos en el concierto. Yo llegué a las 12 p.m. (el show comenzaba a las 20:00) y ellos un par de horas más tarde, bien desayunados y almorzados… yo no. Ese desencuentro es quizás una de las mejores cosas que me han pasado.

Mezclado en un mar de gente vestida de negro o rojo, haciendo fila para entrar al recinto del parque Simón Bolívar me esperaba lo peor. Tipos intimidantes, metaleros, porro y mucha gente jorobando en muy poco espacio. Para colmo, yo sin un centavo (había invertido mis últimos dos mil pesos en un impermeable que nunca llegué a usar) y muerto de hambre y sed.

No podía estar más errado. Había un sentimiento de camaradería entre todos los presentes, ya que todos estábamos bajo el mismo sol calcinante, con sed, hambre y parados apretados. En vez de ser la típica espera insoportable donde todo el mundo se insulta con todos, donde todos los reclamos son puteadas y cada hombre trata de mostrar qué tan viril es... ¡Nolas! Tuve la suerte de estar al lado del comediante de la turba y de poder sentarme unos momentos en el césped mientras otro me cuidaba el puesto. También pasó por mis manos un periódico que me entretuvo por unos minutos.

Dentro de ese sentimiento de camaradería había quienes regalaban su comida (sí, hay gente previsiva) o alguito de tomar por ahí. Este ejército de gente buena onda lanzaba al aire fundas de papitas medio vacías para que otros las aprovecharan. Se pasaban botellas y fundas de agua para que los demás bebieran y hasta un tipo infló un condón para meter dentro de este unos chocolates para que el primer atrevido los reclamara. Casi lo agarro yo.

Cuando algún descarado se trataba de colar, todos ahí gritábamos: ¡Fueraaaaaaaa! Pero sin ser groseros y ofensivos. Cada colado o se ponía colorado y se iba, o el muy descarado se quedaba.

“¿¡Camilo!?”, gritó un tipo con sobredosis de gimnasio al borde de la larga fila. Cuando el comediante gritó de vuelta: ¡Camilo no está, huevón! Vaya y haga fila como los demás. Y ya que estamos en risas, haga un par de abdominales que está un poco pasado de postres”. Arrancó una buena carcajada de todos los presentes.

Hasta comenzaron a lanzar botellas de plástico (de manera bombeada para no hacer daño a nadie) arrancando “uuuuu… aaaaaaa… oooooh!” de los que estábamos ahí. A todo esto, yo ya me había comido dos sándwiches, unas papas, una funda de cueritos, galletas y tomado agua y jugo de naranja. Todo a punta de ese sentimiento de hermandad: “¡Hey, marica! Si quiere lanzar ese sándwich sobre la cabeza de alguien, mejor me lo como yo!”.

Cuando iban a dar las tres (hora en que se abrían las puertas) empezó un conteo regresivo: “5… 4… 3… 2… 1… ¡Abra la puerta que ya les toca trabajar!”. Ingenuos, estuvimos media hora más lanzando comida, botellas, condones inflados y comentarios sarcásticos cada vez que se podía: “Boleta en mano, deje fuera las botellas, objetos cortopunzantes y las drogas… así que aproveche y fúmese todo ahora, parce!”.

La verdad, el colombiano es más relajado, menos caradura y no se rasga las vestiduras por cualquier idiotez.

Una vez adentro (ya me había encontrado con mis amigos), tuvimos el pequeño inconveniente de que estábamos muy lejos y un compañero de viaje era muy pequeño. No íbamos a poder ver el concierto muy bien que digamos. Muchas maniobras, pero siempre terminábamos igual: Jorge no veía más que las espaldas de los demás.

Hasta que apareció un tipo muy querido que consiguió una especie de cajas de plástico y las usó para pararse ahí. Ayudó a Jorge y al ver que éramos dos más, se fue y nos buscó una caja para Chris y para mí. El estar lejos del escenario, muertos de frío, ya no importó. Él sacó fotos como loco y nos las va a pasar por email. Todo de buena onda nomás.

En nuestra cultura hay el concepto errado de que el rock es ser agresivo, ser egoísta, alejarse de todo lo que no es como uno es, y si es posible repartir un par de pataditas en el mosh (que no es así, ¡burros!).

El concierto, buenísimo. Faltaron algunas canciones, pero por suerte tocaron Higher Ground. El nuevo guitarrista cambió los temas del repertorio, pero hay que tener confianza en sí mismo para querer cambiar la música de un grande como John Frusciante... eso es lo importante. El punto es que es la 1 a.m. y hace doce horas que no me sentaba por más de 15 minutos (12 de septiembre). Eso y todo lo anterior, eso es ser rocanrol.

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