Pionera judía se inspira en Mandela

03 de Noviembre de 2013
Samuel G. Freedman - The New York Times

Sara Hurwitz, una mujer sudafricana, lucha por los derechos e igualdad entre blancos y negros en su país. Nelson Mandela es su inspiración.

El domingo de mediados de junio, cuando una yeshivá (centro de estudios de la Torá y del Talmud) en Manhattan ordenó dirigentes religiosas judías ortodoxas a tres mujeres, era la segunda semana en la que Nelson Mandela yacía en un hospital de Pretoria con una infección pulmonar que amenazaba su vida. Seis husos horarios y casi 13 mil kilómetros separaban a estas dos situaciones. Un hilo dorado, no obstante, las unía.

Esa conexión era Sara Hurwitz, la decana de Yeshivat Maharta, donde se formaron las mujeres. Ella fue la primera mujer que se haya nombrado alguna vez maharat –un acrónimo formado de las palabras hebreas para maestro de la ley judía y la espiritualidad– y, luego, recibir el título de rabina del rabino ortodoxo independiente que la capacitó, Avi Weiss. Para Hurwitz, nacida y criada en Sudáfrica durante los años turbulentos del apartheid, Mandela había sido de tiempo atrás fuente de inspiración en su viaje para romper la barrera del género en el rabinato judío ortodoxo.

“Miraba a esta persona como alguien que podría haber estado tan enojada y tan decepcionada de la tierra que la encarceló por desobediencia civil durante tantos años”, dijo Hurwitz, de 36 años. “Y salió de la prisión y formó un gobierno pacífico. Pudo haberse centrado en la injusticia de todo, por el tiempo que había perdido. Pero, en su lugar, vio a esta libertad recién adquirida como una oportunidad para cambiar las cosas y hacer lo que era correcto. Avanzar hacia la justicia, sin enojo”. En un nivel, la historia de Mandela y la maharat es idiosincrática e improbable. En otro, es rica y complejamente indicativa de la experiencia judía en Sudáfrica.

Los judíos, incluidos la política Helen Suzman, el activista clandestino Lionel Bernstein y el dirigente del Partido Comunista Joe Slovo, fueron una parte significativa de la dirigencia blanca del movimiento contra el apartheid. No obstante, Israel mantenía un lucrativo comercio de armamento y una alianza no oficial con el gobierno sudafricano, a pesar de las tensiones históricas por su antisemitismo y simpatías por los nazis. Además, el Congreso Nacional Africano se alió con guerrillas palestinas que tenían una lucha armada contra Israel.

La situación precaria de la minoría judía en un país construido sobre rígidas categorías sociales subrayaba estas tendencias contradictorias. Similares a sus correligionarios en el sur estadounidense durante la segregación, los judíos sudafricanos comprendían que la estructura del poder blanco los percibía como ambiguos racialmente y sospechosos en lo político. Levantarse por la libertad invitaba a las represalias.

Sus inicios

Nacida en 1977, un año después del levantamiento de Soweto, Hurwitz creció en la característica burbuja de la Sudáfrica blanca, con la cobertura noticiosa de la oposición política controlada estrictamente y las masas negras fuera de la vista en los guetos. La única persona negra a la que conocía era la sirvienta de la familia.

A los 11 años de edad, cuando se dirigía a la recepción de un bat mitzvá, comenzó su despertar. La familia se perdió, dio la vuelta en un lugar equivocado y entró en un gueto. Uno de los adultos les ordenó a los niños que se agacharan. Ella se asomó para ver “chozas destartaladas y casas destrozadas”.

Esa revelación encaja en un panorama más general que comenzó a averiguar con su madre, Melanie Hurwitz, y su abuela materna, Grace Moritz. Ambas habían protestado contra el apartheid y Moritz, en ocasiones, lo hizo junto con Suzman. “Es probable que mi madre se haya adelantado una generación”, recordó Melanie Hurwitz en una entrevista. “Les inculcó a sus hijos, y trato de inculcarles a los míos, que todos tienen el derecho a vivir, a aprovechar las oportunidades a su alrededor”.

No obstante, para fines de 1980, el idealismo le había cedido el paso a la desesperación. Entre un gobierno que asesinaba hasta a los adversarios pacíficos y un movimiento de resistencia que propagaba violencia en los guetos, los Hurwitz ya no podían imaginar criar hijos en Sudáfrica. El padre de Sara, Mervyn, un dentista, presentó una serie de exámenes para que lo autorizaran a ejercer en Estados Unidos, y en el otoño de 1989 la familia se mudó a Florida.

Tres meses después liberaron a Mandela. Hurwitz estaba sentada frente al televisor mientras sus padres lloraban de alegría y se decían mutuamente que de haber sabido que lo liberarían, no habrían salido de Sudáfrica.

Después de haber iniciado su formación en una escuela religiosa judía solo para blancos en Sudáfrica, se sorprendió al asistir a una escuela pública en Florida con compañeros de clase negros e hispanos. Se sentía avergonzada de su acento y su ascendencia, y durante algún tiempo culpó a sus padres por su “complicidad” con el apartheid.

Luego, en el décimo grado, escribió una tesina sobre Mandela. Por primera vez, al acercarse a la adultez, comprendió al sistema sudafricano. “Tenía un profundo sentimiento de culpa. Fui parte del apartheid. Tuve algo que ver con eso. Fui cómplice”, dijo. Por esa razón, la conmovió especialmente el ejemplo de reconciliación y reforma pacífica de Mandela, su negativa a vengarse, basada en principios. De visita en Sudáfrica, caminó deliberadamente frente a la casa de Mandela, que estaba cerca de donde vivía su tía Judy Moritz.

También Moritz tuvo una parte en esta historia. Introdujo a Sara al judaísmo ortodoxo, y floreció el amor por él, aun cuando sus padres eran relativamente laicos. Al estudiar en Barnard y en Israel, apreció la ortodoxia y combatió la barrera literal y metafórica entre los sexos, llamada mejitzá, y se inspiró en un negro de la tribu xhosa.

“Nunca tuve ese momento de lucidez repentina de que quería ser rabina”, comentó Hurwitz. “No tenía ningún ejemplo. Pero quería ser parte de una comunidad, y el ejemplo de Mandela en mi mente fue el de marchar hacia la igualdad, la justicia y la integridad. Estaba detrás de la mejitzá, pero no estaba enojada. Solo sabía qué quería cambiar y cómo podía hacer que pasara”.

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