Guerreros por la vida

15 de Enero de 2017

En una leyenda del siglo IX que luego fue cuento de hadas, un dragón se apodera de la única fuente de agua de una ciudad. Para apartar al dragón de la fuente, los ciudadanos ofrecen cada día un sacrificio humano, que se decide por sorteo entre todos. Un día, la suerte cae en la hija del rey, quien no puede hacer excepciones. La joven sale al campo y el dragón la ve. Cuando está a punto de ser devorada, se interpone un caballero con armadura, mata al dragón y la salva. Entonces los ciudadanos lo reconocen: es san Jorge.

Hay relatos similares de héroes y dragones por toda Europa y Asia. Y tienen lugar en el logo de la Sociedad de Lucha contra el Cáncer del Ecuador, en el que Jorge, su lanza, su caballo y el dragón aparecen justo en el momento de la derrota de la fiera.

Es, además, el concepto del programa Guerreros por la Vida, como Solca llama a los sobrevivientes de la enfermedad. Algunos de ellos exponen sus testimonios y sus expectativas al haber superado lo que tal vez han sido los tiempos más difíciles.

Carlina Morcillo Pozo, 78 años
‘Quiero vivir hasta los 100’

“Vine aquí hace dos años, con un problema en el cuello del útero. La primera vez me atacaron los nervios. Cuando me hicieron las quimioterapias me desmayé. Pero aun así seguí con mi trabajo, iba a hacer compras y nunca desistí”, dice Carlina, esmeraldeña, quien vende platos a la carta en un comedor en Playa Varadero.

Por causa del negocio, precisamente, Carlina llegó tarde a recibir los resultados del contraste que le hicieron en noviembre. “Se vino el feriado, demasiado trabajo y demasiada plata… que ya se fue”, bromea.

Recién el 6 de enero volvió al hospital con su hija, a quien llama su brazo derecho y su persona de confianza en el negocio. “La que sazona la comida y el encocado, que es lo que la gente más pide, soy yo”, dice, y asegura que sus conocidos del hospital la han visitado en ese lugar, incluido su médico. “Él me ha estado observando mientras esperaba la comida, y me dijo que no quiere verme cerca de la llama, porque así no vamos a adelantar nada”.

“Cuando llegué, estaba muy malita”, cuenta, “me hicieron 5 quimioterapias, 20 radioterapias, y en los últimos contrastes me han felicitado porque todo está bien, ya salí del peligro. Por eso les digo a amigos que yo no tengo nada”.

Carlina tiene otros siete hijos, 40 nietos y 17 bisnietos. “Con la pensión que dejó mi esposo y mi trabajo, no tengo necesidad de molestar a mi familia. Aquí en Guayaquil tengo una casa donde vengo a dormir cuando me toca hacerme análisis a las 7 de la mañana. Y me siento como una mujer joven. A mí no me duele nada”. ¿Cuántos años más desearía vivir? “Por lo menos hasta los 100. Y los voy a alcanzar”.

Silvia Delgado Santana, 57 años
‘Quiero ayudar a criar a mis nietos’

El proceso hasta llegar al diagnóstico de cáncer de tiroides fue largo y doloroso para esta licenciada en enfermería que, alarmada por los síntomas y orientada por sus compañeros médicos, acudió a Solca. “Aquí se me abrieron todos los caminos. El doctor Marengo me recibió como paciente y él me hizo la cirugía el 11 de enero de 2016”.

Dr. Juan Tanca

Los meses posteriores a la cirugía fueron duros para ella. “Me quedé sin voz. Temblaba, lloraba mucho. Tuvieron que darme atención psicológica y psiquiátrica, porque yo no aceptaba que pudiera perder mi voz (de modo permanente). Además de eso, los doctores me mandaron ejercicios para recuperar el habla, terapia respiratoria, terapia de lenguaje”.

Silvia experimentó real mejoría a partir de estas experiencias, y le da especial valor a la psicoterapia y la oportunidad de hablar de lo que sentía.

“Tengo dos hijas y dos nietos, que son los que me ayudan. Todavía estoy trabajando, pero estoy haciendo el trámite de jubilación. Me siento cansada como consecuencia de no tener la glándula tiroides, que es la que regula el metabolismo. Quiero ayudar a cuidar a mis nietos y estar con mi hija, que por el momento es estudiante”.

Rosa Alvarado Escobar, 49 años
‘Quiero hacer una vida normal’

Estaba en tratamiento por quistes mamarios. “Pero en un sueño sentí la presencia de alguien que solo me dijo una palabra: cáncer”, dice, consciente de que suena un poco increíble. Acudió a Solca, donde le dieron el diagnóstico en enero de 2015. Pasó por 16 sesiones de quimioterapia y llegó a cirugía en octubre de ese año. “Ahora estoy en control”.

Rosa tiene una hija de 12 años, quien a veces la acompaña a sus consultas. “Cuando me dieron el diagnóstico, lógicamente, quise morirme ahí mismo. Estuve así dos días, sin querer saber de nada ni de nadie, y luego dije no, de esto yo tengo que salir, tengo que hacer mi vida normal, no me di a la depresión ni a la pena”, recuerda Rosa, vinceña que vive en Guayaquil desde hace 22 años y se dedica a la costura, pero ha sido auxiliar en un laboratorio clínico, impulsadora y vendedora.

Comparte que Solca no solo atiende a las personas afectadas por el cáncer, sino que ofrece servicios de prevención que ella se había realizado con anterioridad, como la prueba de papanicolaou (citología vaginal) y la mamografía. Ahora vuelve cada tres meses al hospital para hacerse exámenes, más o menos el tiempo que transcurre entre sus visitas a Vinces y a su familia de origen.

Ronaldo Rodríguez (15) y Michelle Jaime (19)
Esperando el alta desde niños

Esperando su turno para ser entrevistados, Ronaldo y Michelle conversan y ríen en una esquina. Se conocieron en Solca hace seis años, cuando aún eran niños. Él llegó por leucemia y ella por disgerminoma de ovario. Han celebrado varios cumpleaños durante el tratamiento, en especial Ronaldo, quien es, según Michelle, amigo de todos en el hospital.

“Conozco todo Solca”, añade él, aunque sabe que hay áreas a las que no puede entrar, y jura que nunca ha traspasado esos límites. Los dos están contentos de haber concluido los tratamientos y estar acudiendo a la consulta solo por control. Hacen memoria de los compañeros que, como ellos, ingresaron al hospital muy jóvenes y se ponen de acuerdo en que son alrededor de 10.

“Todos empezamos así”, explica Michelle, como si hablara de unos exámenes escolares realmente difíciles antes de las vacaciones, “primero un tiempo de hospitalización; luego, cuando ya tienes un mes con los niveles bajos, empiezas a venir cada dos semanas, y eso puede tomar hasta un año. Y de ahí cada mes, cada dos meses, cada tres meses, cuatro, seis… Y al año”. Ella está en la penúltima etapa y suspira pensando en que pronto solo necesitará hacer una visita anual. Él tiene que volver cada tres meses.

Ese chequeo mínimo es el constante sueño de ambos. “Sí nos han dicho que vamos a tener que venir cada año por ‘demasiado’ tiempo. El alta… no será tan pronto”.

Mientras tanto, elogian a su doctora favorita, la médica tratante que los atendió desde que eran pequeños. Usan palabras como maravillosa, encantadora y cariñosa. Y estudian. Michelle se graduó hace poco de la secundaria y está aprendiendo belleza. Ronaldo está en décimo año de educación básica de la unidad educativa Coronel Luciano Coral. ¿Qué quiere después? Hacer honor a su nombre y ser futbolista o dedicarse a algo que también le gusta, las computadoras. (I)

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