En Semana Santa: Antiguas costumbres

24 de Marzo de 2013
Jorge Martillo Monserrate

Mirada a una celebración religiosa de ritos severos y curiosas creencias populares en la Costa ecuatoriana.

Esos días de Semana Santa los recuerdo como una película en blanco y negro, pero de un realismo mágico con sabor a fanesca y bastante misa. Aunque algunos creen que todo tiempo pasado fue mejor, pienso que simplemente fue diferente al actual.

Aunque ahora, para la gran mayoría, la Semana Santa es un feriado con el que se pone fin a la temporada playera, antes era la mayor y rigurosa celebración católica. Una fecha matizada por curiosas costumbres y creencias populares que han ido desapareciendo.

Mis recuerdos de la Semana Santa son los años sesenta y me remiten a una abuela y madre muy católicas. A días en que las emisoras de radio solo programaban música sacra. A rezos casa adentro y largas misas en la iglesia. A prohibiciones de reír, cantar, bailar, jugar, reñir y otras travesuras, porque eran días de duelo. Pero lo que más recuerdo es aquella creencia de que si uno se bañaba en el mar, se convertía en pescado. Extrañamente me seducía esa posibilidad.

Recordando una fiesta santa

Diversos tradicionalistas evocan dicha celebración. Jenny Estrada en su libro Del tiempo de la yapa, en el que se refiere a diversas costumbres guayaquileñas del siglo pasado, de la Semana Santa reflexiona: “Tiempo de ayuno, abstinencia y mortificación. Cosas del pasado inmemorial, del todo desatendidas en los días de la Semana Mayor, convertida actualmente en largo feriado destinado más bien a los placeres del mundo y de la carne –que no es la vacuna–”.

Estrada cuenta que desde el Domingo de Ramos reinaba la religiosidad en el Guayaquil de entonces. El lunes, después de misa, las amas de casa compraban el bacalao noruego y lo ponían a desaguar. Al día siguiente adquirían los granos secos para dejarlos en remojo. En la cocina, las tareas de las mujeres eran arduas. Más aún el Jueves Santo cuando cocinaban la fanesca, las humitas y otros potajes antes de ir a misa, confesar y comulgar. En una ceremonia en la que el sacerdote lavaba los pies a doce mendigos junto a un altar mayor con la imagen de Cristo cubierta por un lienzo morado. Era después de misa cuando la familia daba voraz cuenta de la fanesca y otros bocados. Aún existía la costumbre de enviar viandas de ese suculento potaje a vecinos y parientes.

Dato

El Viernes Santo en CHANDUY era silencio, quietud y
congoja

“El Viernes Santo era un día de luto general”, reseña la historiadora. Las mujeres vestían luto cerrado; los hombres, pantalón negro y camisa blanca. Reinaban el dolor y el silencio. Aunque a la hora del almuerzo se calentaba el resto de la fanesca, que iba al buche. Por la tarde se rezaba ante las catorce estaciones del vía crucis y se visitaban otras iglesias. El Sábado de Gloria llegaba el júbilo y más aún el Domingo que se celebraba la Pascua de Resurrección.

La Semana Santa en los pueblos costeños era celebrada con arte, fervor y magia. Rodolfo Pérez Pimentel en El Ecuador profundo cuenta que en Daule, el Viernes Santo se conmemoraba dentro de la iglesia con una representación de los vecinos de la Pasión del Señor Jesucristo. El templo se repletaba de creyentes y curiosos que se lamentaban a gritos al ver cómo el Salvador sufría en la cruz.

El historiador peninsular José Villón recuerda en Creencias de mi pueblo Chanduy que la Semana Santa comenzaba un día antes del Domingo de Ramos, cuando desde Guayaquil arribaba la música de banda de pueblo contratada hasta el Domingo de Resurrección. Aunque ahora las costumbres han cambiado, recuerda, Villón afirma que el Viernes Santo en Chanduy era silencio, quietud y congoja. “Quedaba prohibida toda clase de ruido, juegos o actos que escandalizaran a la comunidad, lo cual era un sacrilegio. Del mismo modo, nadie iba a la playa y peor bañarse, ya que había la creencia de que se podía convertir en pescado o pudiese salir del mar con escamas en el cuerpo”.

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En esos tiempos reinaban creencias que hoy nos parecen curiosas, como por ejemplo: no comer carne porque era el cuerpo de Cristo; no tener relaciones sexuales porque los cuerpos de la pareja podían quedar pegados; escuchar solo música sacra porque la alegre era una ofensa a Jesús; en Viernes Santo, los creyentes vestían de duelo o medio duelo y usar ropa roja era identificarse con el demonio, y un sinnúmero de creencias.

De esos días, como mi padre era operador de cine, recuerdo que todas las salas solo programaban películas mexicanas sobre la Pasión de Cristo o norteamericanas como Los Diez Mandamientos, La Biblia, Rey de Reyes, Moisés y tantas otras que convocaban al público a las numerosas salas del centro y barriadas, porque Guayaquil estaba minada de cines que ahora solo se encuentran en centros comerciales o malls.

Años atrás, nuestro tradicionalista Germán Arteta, en las páginas de Diario EL UNIVERSO, reseñaba que hasta un poco antes de finalizar el siglo pasado, compañías extranjeras y nacionales de teatro, la de los Cajamarca era una de ellas, representaban obras como la Pasión de Cristo, Jesús de Nazaret, El Mártir de Gólgota.

El actor Antonio Santos lo evoca en su libro de memorias del teatro Guayaquil se los bebió el silencio: “La familia Cajamarca, un poco de locos y yo cargando la cruz por todos los teatros y pueblos del país durante más de treinta años, perdiendo siempre, dejando los telones empeñados para volver a casa. Hay tantas anécdotas... Mi caída de la cruz y el público aterrado, abandonando el coliseo de Quevedo, a toda prisa, pensando que llegaba la hora del Juicio Final”.

Es hora de ponerles fin a estos recuerdos santos y profanos. Ahora solo resta reservar con tiempo una deliciosa ración de fanesca.

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