Los no-lugares: Complican la vida

Por Gonzalo Peltzer
02 de Octubre de 2016

“Son no-lugares los hospitales, pero también las autopistas, los supermercados y, sobre todo, los aeropuertos. Resulta que a medida que pasan los años son más grandes, más anchos, más largos y más no-lugares”.

Marc Augé es un antropólogo francés contemporáneo al que se le dio por llamar no-lugares a los sitios transitorios en los que nos relacionamos los seres humanos. Son no-lugares los hospitales, pero también las autopistas, los supermercados y, sobre todo, los aeropuertos. Resulta que a medida que pasan los años son más grandes, más anchos, más largos y más no-lugares.

Hoy los grandes aeropuertos más que no-lugares son no-ciudades o no-países por el tamaño que tienen y, sobre todo, por la cantidad de habitantes permanentes y transitorios. El aeropuerto de Heathrow, en Londres, recibe unos 75 millones de pasajeros por año. Por el de Barajas, que ahora se llama Adolfo Suárez, pasaron 46 millones en 2015. Pero hay que agregar que Barajas es el único aeropuerto civil de Madrid, mientras que Londres tiene por lo menos cuatro si sumamos a London City, Gatwick y Luton.

Tanta gente concentrada en los aeropuertos los ha convertido en blanco preferido de los yihadistas islámicos, esos guerreros fanatizados que han aparecido para jorobarnos la paciencia a los viajeros.

Ya no nos sorprende que unos extraños de Londres miren todo lo que llevamos con rayos X o metan sus manos con guantes de cirujano en nuestro bolso y saquen al aire la ropa interior como si nada. Eso pasa hasta en el aeropuerto más provinciano, pero lo notable de Londres es que le hacen esas perrerías a unos 100 millones de personas por año (si las cuentas no me fallan son 274.000 pasajeros por día). A cualquier hora de no importa qué día un desconocido da vuelta un morral para encontrar un tubo de pasta de dientes y un desodorante que no estaban en su correspondiente funda plástica, o hacen la tomografía completa de un aterrado pasajero porque sonó un pitido por culpa de algo que desayunó esa mañana... “¿Qué busca?”, le pregunté una vez a un guardia del aeropuerto de Barajas cuidando las palabras. “Explosivos”, me contestó como si estuviera deseándome un buen día.

Cada nuevo viaje nos avisan que hay que estar más temprano en el aeropuerto para dedicarle tiempo a las vejaciones de la seguridad. También hay que prever que en esos laberintos, para colmo desconocidos, uno se pierde fácil y más de una vez hay que volver a empezar en el primer casillero. Y una vez que pasamos los controles hay que esperar, a veces horas, encerrados en esos no-lugares que se convierten en no-mercados: tiendas de todo tipo que compiten para sacarles a los exhaustos cautivos sus últimos billetes.

Pero no son los únicos que hacen negocio. Desde el 11 de septiembre de 2001 se me ocurre pensar que la familia de Bin Laden o algún gerifalte de Isis debe ser el dueño de la fábrica de escáneres de valijas y de todos los sistemas de seguridad que nos han complicado la vida a los pasajeros. No sé si son ellos, pero sí sé que tenían información para hacer ese negocio. Para colmo, si lo que quieren es fregarnos la vida a cientos de millones de esforzados viajeros, los del Isis no necesitan ningún atentado más por unos
cuantos años. (O)

gonzalopeltzer@gmail.com

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