El paciente solitario

13 de Octubre de 2013

Este es un llamado al amor familiar. No dejemos que la indiferencia multiplique estos casos, todos reales.

Abandonado sin saberlo

Hoy, Pedro* (55 años) cumple un año internado en el hospital Luis Vernaza, luego de  sufrir una hemorragia cerebral (ingresó al nosocomio el 13 de octubre del 2012). 

Aunque su condición es irreversible, según sus cuidadores,  si pudo haber salido de la casa de salud.  Pero en noviembre del año pasado, fue la última vez que sus parientes estuvieron pendientes de él.  En la jefatura de trabajo social de esa institución, que maneja este año al menos 50 casos similares, indicaron que conforme su estado empeoraba, sus familiares dejaron de visitarlo.  Ante el desinterés, fue declarado en ‘abandono’.

La enfermedad le ha dejado  secuelas: no responde a los estímulos y está parapléjico.  Necesita el cuidado de su familia y el calor del hogar para afrontar lo que le queda de vida, explicaron los trabajadores sociales.  Estos factores no se comparan con el ambiente hospitalario.  Aunque el servicio social trató de contactar a los parientes para indicarles que los exoneran de gastos médicos, nadie ha preguntado por él (G.Q.).

Encontró atención en los otros

La endeble figura de Ana* está coronada por una cabellera corta y blanca. Pero eso es ahora, porque llegó al hospital con una cabeza sin pelo y con una infección habitada por gusanos.

La desnutrición era parte del cuadro médico de esta mujer de 70 años que apareció en un reportaje de televisión como mendiga abandonada en la calle.

No llegaron los seres queridos, pero sí la ayuda de un hospital que se hizo cargo de ella y emprendió la búsqueda de sus parientes.

Encontraron a un hermano que respondió que nunca la cuidaría, que no podía (no tenía dinero suficiente), que no quería (tampoco tenía amor para ella), porque Ana tenía mal humor.

Así han pasado los días y semanas para ella, abandonada en el hospital, sin familia. Por suerte, el personal del hospital ha velado por su salud. Pero es entidad no puede hacerse cargo de Ana para siempre, así que pasará sus últimos días en un hospicio. Allí encontraría a la familia postiza que reemplace a aquella que lleva su misma sangre, aunque eso es lo único que tienen en común. (M.P.)

Sin caminar, sin familia

Don José*, de 73 años, trabajó como marinero y cocinero en una lancha de pesca. Nunca se casó ni tuvo descendencia, pero crió a sus cinco hermanos menores como si fueran sus hijos. Sus problemas comenzaron cuando de adulto, mientras alzaba dos recipientes de agua, sintió un doloroso tirón en la espalda que, tras diversas operaciones, finalmente lo dejó parapléjico.

Así dice que se convirtió en una carga familiar, ya que hace tres años una hermana lo subió en un taxi para dejarlo en la casa de una expareja del paciente, a quien le dijo: ¡Aquí te lo traigo; verás lo que haces con él, yo no tengo tiempo para atenderlo! Su exnovia lo mantenía en condiciones deplorables, hasta que una fundación de ayuda social lo rescató hace un mes para brindarle el cuidado digno que necesita, pero sin poder proveerle la visita de parientes que seguro ya se olvidaron de él. (S.M. de C.)

 

Renacen como personas

La historia de Luis*  empieza en la provincia de Cañar, donde vivía con su familia. “Yo escuchaba voces en mi cabeza y no me podía concentrar  cuando mi mamá me pedía que hiciera algo, yo no cumplía, porque no podía poner atención ni concentrarme, mi mente estaba ofuscada”, relata. Debido a esto, Luis ingresó al Instituto de Neurociencias donde reside ya por varias décadas. “Ya estoy buenito, ya puedo conversar con otras personas, me siento  mejor porque era bien feo lo que  sentía. Ahora ya comparto mis ideas”, comenta. Él es parte de las 380 personas, aproximadamente, que  viven en la residencia de la institución. “Todos, con algunas excepciones, son personas que pueden reinsertarse a la sociedad, pero  no tienen casa ni quién los mantenga”, explica el Dr. Carlos Orellana, subdirector técnico. “A algunos sus familiares los habían dejado con nombres falsos y aquí se los ceduló, se les dio nombre y apellido, se les dio el título de ciudadanos”. (D.L.A.)

“Cuando ven los diagnósticos o que la sintomatología está muy avanzada, los familiares no se quieren hacer cargo del paciente; por el desconocimiento de los cuidados a seguir o por los costos de los tratamientos”, Jorge Herrera, trabajador social del Hospital Luis Vernaza, de la Junta de Beneficencia de Guayaquil

*Los nombres utilizados son ficticios para proteger a sus protagonistas.

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