Contacto puro con lo natural

20 de Noviembre de 2011
TEXTO SANDRA OCHOA - FOTOS WELLINGTON VALVERDE

Entre la autopista Cuenca y Azogues se encuentra Amaru, un bioparque que cuenta con especies de plantas y animales.

Siete hectáreas de terreno, que conservan sus características silvestres, son el hogar de decenas de animales que en su mayoría fueron víctimas del tráfico ilegal de especies y que en este lugar tienen “una segunda oportunidad de vida”.

Para ingresar, los visitantes deben usar ropa cómoda y calzado adecuado para resistir las inclemencias del cambiante clima azuayo, pues los amplios senderos de tierra y roca que atraviesan el zoológico muchas veces se tornan lodosos por la pertinaz lluvia.

Luego de una pequeña caminata que inicia en el estacionamiento del parque, que también cumple las funciones de mirador de la urbe, la imponente presencia del águila pechinegra frena el paso.

Albergada en una jaula de aproximadamente 10 metros de extensión, la corpulenta ave gris oscura, de vientre blanco y ojos castaños, observa a los caminantes. En el suelo, bajo la rama de un árbol, dos plumas blancas denotan que el águila muda su plumaje.

Capaz de volar, pero inexperta en la caza por su cautiverio de cerca de 14 años en el cantón Paute, esta rapaz, originaria de América del Sur, no volverá a su hábitat natural, pues, su contacto con el hombre la incapacitó en áreas vitales para su existencia, así lo indicó el biólogo Ernesto Arbeláez, propietario y mentalizador del zoo.

“Ella (el águila) conserva su instinto para la caza, pero vivió demasiado tiempo con los humanos y ahora depende de ellos para alimentarse. Le damos ratones y pollos vivos; afuera le resultaría difícil conseguir comida”, dijo Arbeláez.

El recorrido continúa y metros más adelante, a un costado de la senda, está la fosa de los osos de anteojos. Palmira, Juval y Coya son los habitantes de esta área del parque que cuenta con 2.500 metros cuadrados de extensión.

De estos mamíferos de pelaje oscuro, que varía a blanco en la zona de los ojos, Coya es la más curiosa. Al percatarse de la presencia de visitantes la hembra de tres años, que fue rescatada aun siendo cachorra de una hostería en Cochancay, donde vivía como mascota se acerca a la reja que la separa de los humanos y entre los espacios que deja uno y otro alambre, coloca su hocico y lame la mano de uno de sus cuidadores.

“No hay que confiarse, aunque parezca mansa, puede lastimar seriamente a los desconocidos”, dice Arbeláez mientras acaricia la cabeza de la osa y relata que el lugar, asentado en una propiedad de su familia, es producto del amor hacia los animales.

Un sueño

“Era increíble venir acá porque se encontraban aves, lagartijas, culebras, ranas y otros animales. Esa experiencia de mi niñez influyó para realizar el sueño de rehabilitar animales, devolverlos a su hábitat o mantenerlos en condiciones favorables, situaciones que pueden crear en la ciudadanía una cultura ecológica”, recordó el biólogo.

La autogestión es la base del funcionamiento del zoológico y bioparque Amaru, que en diciembre abrirá sus puertas al público. Sin embargo, varias empresas de la localidad como Graiman, coopera, Industrias Ales, Publisa, entre otras, contribuyen con el “apadrinamiento de especies” que consiste en donativos monetarios y de alimentación para los animales.

Según Arbeláez, el gasto mensual del zoológico, sin contar con los donativos, oscila entre los 5.000 dólares; cantidad que es solventada por el zoológico de anfibios y reptiles Amaru, ubicado en el centro histórico de la ciudad.

“Necesitamos el respaldo de la gente para que este proyecto, que inició hace tres años y pretende dar a los animales un futuro mejor, no muera”.

La caminata prosigue y los nubarrones grises anuncian la presencia de lluvia en el sector. Ocultos en los matorrales, cuatro de los “huéspedes” más recientes del zoológico sacuden las hojas. Son los venados de cola blanca, que en agosto fueron rescatados de una vivienda donde permanecían en condiciones precarias.

Cercados en 1.500 metros cuadrados permanecen dos adultos con sus pequeñas crías de cuatro meses. Mientras marca su territorio con fuertes golpes y sacudidas a los árboles de la zona, Ozono, el macho adulto del grupo que desde su juventud está acostumbrado a la presencia de los humanos, acompaña nuestro recorrido del otro lado del cerramiento.

Abriendo caminos

En la caminata, dos mujeres que abrían la tierra con palas y picos nos detienen y comentan que laboran en el lugar hace dos años. Rosa Chapa y su hija, Carmen Romero, son las encargadas de crear los senderos; a pulso y con habilidad han abierto más de tres kilómetros de camino, en los cuales se encuentran sectores con grandes escalones de tierra, que facilitan el acceso a los espacios adecuados para la permanencia de los animales.

“Nos gusta estar aquí, los animales nos alegran aunque a veces se portan traviesos, sobre todo los monos que saben robarse los huevos de nuestras gallinas”, cuenta Rosa.

Nuestros pasos por el camino irregular nos conducen hasta el santuario de aves. A la entrada, dos pequeños cusumbos se percatan de los “intrusos humanos” y muestran sus dientes en señal de disgusto.

“Ellos (cusumbos) vinieron hace seis meses, desde el centro de rescate de animales, de la parroquia rural Sayausí, que los entregó para cuidarles. Aquí tenemos de todo, hasta ‘guaguas’ leones”, comenta Juan Lazo, cuidador del parque.

A pocos metros de la amplia jaula de los cusumbos, los estridentes gritos de unas coloridas aves distraen nuestra atención. Posados en la delgada rama de un árbol, tres papagayos reciben a los visitantes. Incapaces de volar por el corte de las “guías” de sus alas rojas, amarillas, verdes o azules se apoyan con el pico y las patas para escalar los troncos y alejarse de las personas.

En otro árbol, dos guacamayos algo más amigables, pues inspeccionaban curiosos la cámara fotográfica, degustan su “desayuno”, que según explicó el guía, consiste en chanca (alimento balanceado), frutas y agua.

Rehabilitación

 

Sin embargo, no todas las aves están en libertad, pues, varios loros se encuentran enjaulados. Ernesto Arbeláez comenta que se debe a su rehabilitación, el maltrato que sufrieron en cautiverio aún no les permite vivir en los árboles. “Cuando estén bien, los soltaremos igual que a los otros”, agrega.

La anunciada lluvia se hace presente y el santuario de aves queda atrás, entre el fango y las piedras el sendero conduce a la última parada del recorrido, donde se encuentran los leones. Confundidos entre el marrón de la tierra seca, por instantes son invisibles a la vista, pero sus rugidos, que pueden escucharse varios metros a la redonda, delatan su feroz presencia.

Recostados en las piedras descansan un macho y dos hembras adultas, una de ellas, Kiara, espera el regreso de sus tres cachorros de dos meses, que salieron “de paseo” fuera del cubil. El instinto de exploración de los pequeños leones, los primeros en nacer en cautiverio en Cuenca, hizo que por los reducidos espacios de la cerca se aventuren al mundo exterior y recorran los alrededores.

Después de regresar a los leones con su madre, el biólogo recuerda con nostalgia su llegada al lugar. Kiara, de siete años, y su hija Afra, de tres, llegaron hace 18 meses. Provenían de un circo donde eran la ‘atracción principal’. “Vinieron flacas, con el pelaje desgastado y con signos del maltrato de sus domadores, que para evitar accidentes durante los actos del circo extirparon las garras de Kiara y la dejaron inválida”, comenta Arbeláez.

Por otra parte Simba, de 2 años, padre de los tres pequeños, fue donado a los siete meses por el zoológico de Guayaquil. Por ser una especie ajena al hábitat del país, estos leones permanecerán de por vida en cautiverio; según la explicación del biólogo, trasladarlos a África, hogar de sus antepasados, representa un “costoso riesgo”.

La mañana se hizo corta para visitar todo el zoológico que alberga a tigrillos, pumas andinos, caballos, monos, reptiles, anfibios y otras especies. “Tal vez no todos sean devueltos a la naturaleza, pero nuestra intención es darles una mejor vida, un futuro distinto al que posiblemente hubieran tenido en manos equivocadas, en manos de gente que piensa que tener un animal salvaje es un ‘trofeo’ y al tenerlos prisioneros los mata lentamente”, resaltó el biólogo.

 

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