Antonio Cisneros: La poesía no era lo más importante

04 de Noviembre de 2012
Fernando Balseca, especial para La Revista

Al mes de la muerte del poeta que festejó la vida a través de la poesía. Un homenaje a las letras peruanas.

Hace un mes, el 6 de octubre, a los 69 años moría en Lima el poeta peruano Antonio Cisneros Campoy, víctima de un cáncer pulmonar. Según testimonios cercanos, el escritor enfrentó sus últimos días con serenidad y hasta con dosis de humor. ¿Qué le había enseñado la poesía para emprender el viaje final?

Quienes trataron de cerca a Antonio Cisneros pueden dar testimonio de su jovialidad ilimitada. Posiblemente sus biógrafos hablarán de su vitalidad, esa condición que lo hacía comprometerse en primer lugar con el lado positivo y esperanzador de cualquier circunstancia. En 1978 llegó a Guayaquil para participar de un congreso de escritores y, desde entonces, trabó una relación entrañable con varios autores ecuatorianos, con quienes compartió su entusiasmo por el verso bien dicho y por la amistad que, a través de los escritores, podía unir a los pueblos de modo más fuerte que, por ejemplo, las circunstancias políticas. Por eso fue un entusiasta del proceso de paz entre el Ecuador y el Perú.

En 1961, a los 19 años, publicó sus primeros versos, lo que significó un acontecimiento decisivo para confirmar su vocación por la lírica: “A pesar del invierno, recuerdo aquellos días con el cielo siempre azul, el sol redondo y un fuerte olor a mar limpio, fresco y sin aguaje. Mi primer librito, Destierro, recién salido de la imprenta de mano del poeta Javier Sologuren, era cosa mejor que un buen verano. Creo que entonces ya no tenía espacio para más felicidad”.

En 1988 rememoraba la emoción de sentirse poeta: “Durante una semana, en mis interminables caminatas por el jirón Camaná y los alrededores de la plaza Francia, me acompañó la sensación inminente de ser reconocido por las masas, mis lectores, felicitado, requerido para un autógrafo o, tal vez, alguna consulta sobre un verso oscuro, pero intenso. Nada de esto ocurrió”.

Cisneros exhibía una gran capacidad para reírse de sí mismo y restarle majestuosidad a la figura del escritor. No es que creyera que la literatura era un asunto sin importancia, todo lo contrario: apostó por la necesidad del rigor y la creatividad en la poesía, pero se distanciaba de aquellos que consideraban al poeta como alguien situado por encima de cualquier otro ser humano.

En 1962 apareció David, que retrata al personaje bíblico desde una perspectiva cotidiana. En 1964, Comentarios reales, un intento por rearmar la historia oficial desde la poesía; obtuvo el Premio Nacional de Poesía en Perú. Aunque ya sostenía entonces que la poesía era una forma de conocimiento, años más tarde este libro le parecería pretencioso, pues intentaba “meter toda la historia del Perú, desde los chamanes de Pachacámac hasta el asesinato de Javier Heraud, en un volumen. Pasando, claro está, por las barbas de los conquistadores, los esclavos, los obispos, los siervos y Túpac Amaru, con los cuatro caballos descuartizadores”.

La paternidad y los viajes

Como profesor de la Universidad de Huamanga, en 1965 se acercó vivencialmente al universo andino y conoció su desolación y su riqueza. En 1966 inició su experiencia de ser papá con el nacimiento de su hijo Diego, nombrado tantas veces –como después sus otras hijas Soledad y Alejandra– en sus versos.

Es cierto que lo que mejor hago es poesía, eso es todo. Pero, en realidad, yo soy padre, soy abuelo. Detesto a esos poetas que no saben dónde están parados porque son muy sensibles… los pobres”.
Antonio Cisneros

En 1967 ya se había instalado en Londres, donde escribió Canto ceremonial contra un oso hormiguero, tal vez su libro más célebre; en 1968 obtuvo el Premio Casa de las Américas de Cuba, la distinción literaria más importante del momento en el mundo de lengua castellana. “Los poemas del libro estaban llenos de vida vivida. Por eso el uso de largos versículos que se enredan en las páginas como serpientes. Necesitaba un espacio donde se reunieran los datos del alma y del cuerpo. El hígado, el corazón y la cabeza. La historia doméstica, la historia de la colectividad. Creo que en buena medida lo logré. El lenguaje se bamboleaba entre la solemnidad y la jerga, en medio de un optimismo socarrón”.

Cisneros se enorgullece de sus treinta años de viajero. Así llegó a Inglaterra como instructor universitario, tarea que combinó con el oficio de lavar platos: de día enseñaba en la universidad y de noche lavaba platos. “Yo era un catedrático lavaplatos”, dijo riendo.

Después enfiló hacia Niza, en cuya universidad también dictó clases. Agua que no has de beber marcó en 1971 una transición en sus búsquedas por una adecuada expresión literaria. De 1972 es Como higuera en un campo de golf, tal vez uno de los libros más exigentes por las alusiones a lecturas, ciudades y paisajes: “Escribió tres o cuatro sonetos contra la Virgen / y uno a favor. / Y todo fue arrastrado por las aguas”.

La reconversión al catolicismo

En 1974 y 1975 vivió en Budapest. Allí, en un momento de intensa desesperación, decide entrar a una iglesia en la que se celebra la misa. Escucha que alguien se dirige a los feligreses, pero él no entiende ni una sola palabra: “…El sacerdote / lleva el verde de Adviento y un micrófono. / Ignoro su lenguaje como ignoro / el siglo en que fundaron este templo. / Pero sé que el Señor está en su boca: / para mí las vihuelas, el más gordo becerro, / la túnica más rica, las sandalias, / porque estuve perdido / más que un grano de arena en Punta Negra, / más que el agua de lluvia entre las aguas / del Danubio revuelto. / Porque fui muerto y soy resucitado”. En 1978 aparece El libro de Dios y de los húngaros, el poemario de la reconversión.

Al obtener la beca Guggenheim –“Una de las escasas ocasiones donde un poeta pobre puede vivir (algunos meses) como novelista del boom”– se instala entre San Francisco y Berkeley. Crónica del Niño Jesús de Chilca, de 1981, es el esfuerzo por contar las vicisitudes de una comunidad costeña de pescadores y agricultores que se hunde en el tiempo. Las referencias bíblicas se hacen abundantes, como lo muestra Monólogo de la casta Susana y otros poemas, de 1986: “Y de Dios ¿qué más puedo decir / que Él no lo sepa?”.

Sus últimos volúmenes son una especie de despedida de la poesía. Publica menos. Cisneros ha redescubierto y retomado certezas más familiares. En Las inmensas preguntas celestes, de 1992, se consagra a mostrar lo que no se puede saber del enigma del vivir. Un crucero a las islas Galápagos (nuevos cantos marianos), del 2005, nace del asombro de la travesía por el archipiélago detenido en el tiempo; además, es una oportunidad para retomar los motivos entrañables del amor, los hijos y la familia. El arte y la muerte destacan como tópicos de Diario de un diabético hospitalizado, del 2010.

Sobre su fe, Cisneros dijo: “Es casi tan difícil entender la existencia de Dios como sostener su negación. Yo sí creo en una imagen divina que ordena el mundo. A mí me tocó ser católico porque nací en el Perú”.

Después de la literatura ¿qué?

En la Feria Internacional del Libro Zicosur 2012, en Antofagasta, Cisneros declaró que los escritores se reunían para celebrar la comunicación humana y que él ya no charlaba tanto de las letras, sino de gastronomía, fútbol, las mujeres, los divorcios, los niños “y, los que tenemos nietos, pues de los nietos también”.

El poeta peruano terminó seguro de que la literatura latinoamericana gozaba de buena salud, aunque algunos escritores entendían la novelas como negocio: “Los poetas no serán un gran negocio, pero, por lo menos, nadie los apedrea”. Así de socarrón fue toda su vida. Su avidez por la vida le trajo pasiones por el Sporting Cristal, los libros de aventuras y la estrategia militar. “Por supuesto, si yo tengo que escoger entre ir a una lectura de poesía e ir a un partido de fútbol, escojo el fútbol, eso está demás decirlo”.

Cisneros fue comprendiendo que la poesía era otro medio más –no el único ni el definitivo– para descubrir la maravilla misteriosa de la existencia. “En mi vida cotidiana soy una persona absolutamente doméstica, me interesan muchas cosas más que la poesía, no vivo ni para ni por la poesía. Es cierto que lo que mejor hago es poesía, eso es todo. Pero, en realidad, yo soy padre, soy abuelo. Detesto a esos poetas que no saben dónde están parados porque son muy sensibles… los pobres”. Antonio Cisneros fue un poeta que festejó la vida a través de la poesía. Ahora, que descanse en paz.

Poema

Nacimiento de Soledad Cisneros (29 enero 75)

Corrí, caballo rojo, bajo el blanquísimo cielo del invierno,aterrado y alegre entre los cuervos, hasta hallar ese taxi brillante como hoja de afeitar.

El Arca de la Alianza.

Y fue entonces el día de la nieve.
Y Nora era el dolor del duraznero.
Y yo el vigía, guardián de las hogueras en un corredor del hospital.
(Todo el fuego robado a Budapest.)

Fue el día de la nieve.
Y naciste mi dama.
Y yo tu caballero.

 

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