Animales inspiradores
Los animales están en la aurora de la literatura. Cinco siglos antes de Cristo, en la antigua Grecia, se planteaban conflictos entre ellos, como si fueran seres humanos. Son los que están relatados en las fábulas de Esopo. Cada animal tiene su estilo, su comportamiento: el águila, el escarabajo, la zorra, la serpiente, el cuervo enfermo, el escorpión, el león enamorado, el ratón, la rana, el lobo. Pero antes de eso, incluso, tres siglos antes, en la Ilíada, que fue el primer poema de la civilización occidental, los caballos de Aquiles lloraron ante la muerte de Patroclo.
Desde entonces y hasta hoy los animales inspiraron a los escritores. Elefantes belicosos, tigres selváticos, búfalos pastando en inmensas praderas, caballos como sombras errantes en las pampas, enormes cetáceos en los océanos, el pez espada del Caribe, los burros peludos o los más hogareños perros y gatos, todos ellos habitaron el asombro de la creación.
No hay estadísticas, claro. Pero los críticos literarios aseguran que los gatos, entre los escritores, tienen una más alta estima que los perros. Pablo Neruda en su Oda al Gato escribió: “Los animales fueron/ imperfectos,/ largos de cola, tristes/ de cabeza./ Poco a poco se fueron/ componiendo,/ haciéndose paisaje,/ adquiriendo lunares, gracia, vuelo./ El gato,/ sólo el gato/ apareció completo/ y orgulloso:/ nació completamente terminado,/camina solo y sabe lo que quiere”.
El gato que el argentino Julio Cortázar tenía en París y que bautizó como Theodoro W Adorno –dándole así el nombre de uno de los máximos filósofos alemanes de las pasadas décadas del 60 y 70– fue un felino orgulloso y pensador, decía. (I)
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