Gabriel García Márquez: Periodista nato

10 de Agosto de 2014
Fernando Balseca, especial para La Revista

Las reflexiones del ganador del premio Nobel sobre la dualidad del oficio de escritor cobran inusitada vigencia.

Gabriel García Márquez afirmó: “El periodismo escrito es un género literario. Lo malo es que los estudiantes y muchos maestros no lo saben, o no lo creen”. Y también dijo: “El sustento vital del periodismo es la creatividad y por tanto requiere por lo menos una valoración semejante a la de los artistas”. ¿Es esto así?

Está claro que el referente del periodismo es la realidad; pero la literatura tampoco puede desentenderse de la vida conocida. Ninguna creación humana está basada en modelos extraplanetarios y extrahumanos. Todo lo que inventamos tiene asidero en la imaginación individual y colectiva. Por eso el periodismo y la literatura comparten un escenario común: la palabra.

Tal vez García Márquez tenga razón y la diferencia entre ambos campos sea solo de matiz. Pero de matices está hecha la comunicación humana.

Si el cometido de la literatura –novela, cuento, poesía, teatro– es darnos la sensación de que algo (mundos, afectos, sentimientos, situaciones, amores, etc.) es posible, la literatura y el periodismo operan sobre una misma base, aunque apuntan a hacernos creer cosas distintas a partir de acuerdos tácitos. Al leer Cien años de soledad (1967), no podría decirse que se trata de periodismo; en cambio, cuando empieza Noticia de un secuestro (1996) está claro que no es una novela.

Envenenar al lector

La postura de García Márquez  de que el periodista es tan escritor como el novelista apunta a resaltar el efecto que un texto bien escrito puede tener en una comunidad de lectores. Una de las lecciones más profundas del Nobel colombiano fue la búsqueda de la perfección; no solo que él mismo trató de que fuera cada vez mejor lo que escribía, sino que insistió en una serie de prácticas para solventar las potencias del que él llamó “el mejor oficio del mundo”: “El periodismo es una pasión insaciable que solo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad”.

Todo –o casi todo– lo que escribió García Márquez lo hizo de la mejor manera, tratando de que no hubiera una expresión fuera de lugar, esforzándose en ser consecuente con las sugerencias que daba a los estudiantes que acudían a sus talleres de periodismo, y sin olvidar que “el periodismo se aprende haciéndolo”. “Salgan a buscar buenas historias y a contarlas bien”, cuenta Silvana Paternostro que les exigía García Márquez en sus clases de Cartagena (Gatopardo, junio del 2014), y que siempre insistía en la necesidad de hallar “una gran historia y una manera novedosa de contarla”.

Esos consejos se completaban con otro pedido: “Envenenar al lector con frases perfectas. Si hay algo mal escrito, una coma mal puesta, el lector se despierta y se va”. Calificado como “uno de los más grandes reporteros de todos los tiempos”, la obra periodística de García Márquez es la de un escritor grande e inmenso. Las distancias entre periodismo y literatura se difuminan: ambos géneros buscan poner al lector en una realidad tejida de palabras bien utilizadas. Por eso, además, “la investigación no es una especialidad del oficio, sino que todo el periodismo tiene que ser investigativo por definición”.

El arte del reportaje

La publicación del Relato de un náufrago como libro en 1970 (había salido en el diario en 1955) es la prueba palpable de que el periodismo escrito forma parte de la literatura. Con ver la portadilla y leer el título completo –Relato de un náufrago, que estuvo diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber, que fue proclamado héroe de la patria, besado por las reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad y luego aborrecido por el gobierno y olvidado para siempre– se confirma que la realidad en sí ofrece una desmesura que solo es posible aprehenderla con el cristal de la literatura.

El suspenso de la trama y la fuerza de las frases –“un profundo sueño de un minuto”– nos adentran en un remolino del que no podemos salir con facilidad. Hemos sido atrapados por la fuerza seductora de las palabras que muestran que “la buena primicia no es la que se da primero, sino la que se da mejor”. El veneno de García Márquez se concentra en una frase: “No había tempestad; el día estaba perfectamente claro, la visibilidad era completa y el cielo estaba profundamente azul”, que echa abajo con sutileza literaria la versión oficial de que el naufragio se produjo debido a una espantosa borrasca. El reportaje dejaba en claro que el barco se había hundido por el peso del contrabando que llevaba.

La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile (1986) es otro volumen periodístico que se lee como un cuento de aventuras y suspenso y que cumple a cabalidad con la certeza de que las historias llamativas están a la vista de todos y que lo único que se requiere para revelarlas es el ojo sagaz del reportero. Por eso García Márquez se burla de expresiones alambicadas como ‘Ciencias de la Comunicación’ o ‘Comunicación Social’, para referirse al periodismo a secas, pues él rescata los nombres de la buena tradición: este es un ‘reportaje’, y no crónica, como ahora está de moda nombrar a los reportajes.

El periodismo, literatura;
la literatura, ¿periodismo?

¿Podríamos pensar que una novela –dado que lo que cuenta debe parecerse a la realidad– tiene algo del periodismo? Es importante notar que, después de haber recibido el Nobel de Literatura en 1982, García Márquez siguió incursionando en el periodismo. A lo largo de su carrera de escritor no paró de escribir artículos y reportajes: allí están los libros Textos costeños, Entre cachacos, De viaje por los países socialistas, Crónicas y reportajes, Cuando era feliz e indocumentado, De Europa y América y Notas de prensa, 1980-1984, que recogen lo que redactó para diarios y revistas del mundo entero.

En 1982 escribió para la prensa El avión de la bella durmiente que, diez años más tarde, ¡con el mismo título!, se convirtió en uno de los cuentos de Doce cuentos peregrinos (1992). Es más, cinco cuentos fueron primero notas periodísticas. De esta manera, se podría arriesgar la hipótesis de que la literatura también tiene un eco del periodismo.

La lección de Gabriel García Márquez es inagotable: de ella se nutren los escritores, los periodistas, los hombres y las mujeres que leen los textos del hombre que huyó de la fama y del autobombo porque siempre reconoció la grandeza y la sabiduría de lo que significaba ser simplemente el hijo del telegrafista de Aracataca.

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