Visión humanista: ‘52 segundos’

Por Groucho
28 de Mayo de 2017

"Estamos ante el ejercicio de catarsis de un cineasta que hace un simbólico rescate entre los escombros”.

Escena del documental 52 segundos, del ecuatoriano Javier Andrade.

Empezamos esta columna ponderando el reciente estreno de Killa, de Alberto Muenala, de 65 minutos de duración. Es el primer filme que acoge el kichwa como parte primordial de los diálogos, aunque a ratos suenan algo recitativos y poco creíbles por el uso de actores no profesionales.

La historia tiene como contexto el desalojo de los mineros en una comunidad. Hablada 50% en español y la otra mitad en dialecto indígena, se trata de un filme que es digno de ver por sus cuidadas atmósferas sonoras, la música andina y la fotografía (aunque a ratos caiga en el postalismo). Destaca Jesús Fichamba como la voz over que enfatiza los valores interculturales de esta historia de resistencia. Constituye una gran falencia que no se haya estrenado en Guayaquil y que se haya enfatizado el circuito de exhibición de la Sierra.

A un año de la tragedia de Manabí se estrena 52 segundos, en todos los cines del país. Se trata de un documental de Javier Andrade, el mismo de Es mejor no hablar de ciertas cosas, filme rodado precisamente en Portoviejo en 2012.

Hermano del escritor Juan Fernando Andrade (coguionista de Pescador), Javier se erige como el portavoz de una comunidad en crisis. Con sensibilidad y solidaridad urde su homenaje a una ciudad que ya no existe, a una serie de lugares que formaron parte de un puñado de vidas. Testimonios de portovejenses y sus dramas de desarraigo sostienen este filme tan personal.

A camino entre el cinema verité y el reportaje audiovisual, es la historia del cineasta de ficción que regresa a su lugar natal devastado. De entrada, la voz en off advierte que se trata de un filme sobre su familia: sus padres, tías y hermanos aparecen en todo momento. Una poética de las ruinas se manifiesta ante el espectador que, asombrado, ve cómo la capital de Manabí se ha transfigurado por el cataclismo.

Quien espera ver cadáveres, lágrimas o llanto que vaya a ver un filme gringo. Estamos ante el ejercicio de catarsis de un cineasta que hace un simbólico rescate entre tantos escombros. Al hacer visibles los sólidos lazos de su familia (gran sobreviviente de la tragedia), Andrade está reconstituyendo nuestra imagen regional y nacional. La escena final de la celebración del tercer cumpleaños de la sobrina del director reafirma la vida y la esperanza. De paso, la lograda música de Mateo Herrera ayuda.

Pese a que se trata de un estreno nacional, la respuesta del público ha sido mínima. Las salas no se llenan pues el público prefiere Alien Covenant o la quinta entrega de Piratas del Caribe. Habrá que recordarle a la gente que todo lo recaudado en taquilla irá a la zona del desastre. El ecuatoriano tiene mala memoria; pero Javier Andrade, no. Que su documental sirva para no olvidar que el 16 de abril de 2016 un sismo nos cambió a todos para siempre. (O)

ojosecosec@gmail.com

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