Yo, lectora

Por Clara Medina
21 de Agosto de 2016

¿Qué leen los que escriben sobre la lectura? Esta es una de las preguntas que se plantearían en un diálogo sobre periodismo y literatura al que me invitaron como panelista esta semana. Escribo antes de que la actividad se realice (estaba programada para el jueves 18 de agosto), de manera que son muchas las situaciones que podrían ocurrir: que el panel se suspenda, que no conversemos del tema, porque la conversación se disparó por otros caminos; o, por el contrario, que lo tratemos de forma tan breve que se pierda entre otros asuntos.

Algunos podrían dar listas de lo que hay que leer para escribir sobre lecturas. O podrían hablar de cómo forjaron su pasión lectora. O de sus libros clave. O de sus estudios. Yo solo podría decir que soy feliz leyendo. Borges imaginaba el paraíso como algún tipo de biblioteca. También yo. Leer y escribir sobre lo que leo se ha hecho, con el tiempo, parte de mi vida, como para muchos es dar clases, conducir un taxi, cocinar, bailar o practicar algún deporte.

Podría decir que mi pasión lectora se forjó en la infancia, porque en mi casa había una gran biblioteca. O que mis abuelos, que eran devotos lectores, me regalaron una colección de libros que incluía los clásicos. Que a los 9 años ya los había leído y que a los diez ganaba los concursos de libro leído de la escuela. Sonaría lindo, pero sería una ficción. Una construcción. La verdad es que en mi casa había poquísimos libros, mis abuelos no leían (ellos contaban unas maravillosas historias aprendidas de la tradición oral), y en la escuela era tan tímida que pararme de mi asiento significaba toda una aventura.

El nacimiento de mi vocación lectora no tiene asomos de ensoñación. Es fruto de la preocupación de una mujer dedicada al hogar y a su familia, que en las tardes, mientras el esposo trabajaba en la agricultura (somos una familia montubia), hacía practicar lectura a los hijos. Ellos, estudiantes de primaria, leían los textos escolares en voz alta. Y la hija más pequeña, que era yo, y que aún no iba a la escuela, imitaba a los hermanos. En esa imitación descubrí una vocación. Así de simple. Y por simple, bello. Luego vino la instrucción formal: la escuela, el colegio, la universidad, el ejercicio periodístico. Y la lectura, por la que sentí fascinación desde edad temprana, siguió allí. Adicionalmente, la literatura fue ganando espacio en mis preferencias lectoras. Y fui haciendo mi propia biblioteca.

Las lecturas, almacenadas en el cerebro, procesadas, reflexionadas, devienen, con el tiempo, en el patrimonio del lector o lectora. En mi caso, es un pequeñísimo patrimonio frente a la inmensidad que significa el mundo del libro y la lectura. Lo sé. Escribo desde mi posición de lectora. Escribo, en especial, de libros ecuatorianos, que son las obras que menos espacio tienen en los medios de comunicación nacionales y en las librerías. Escribo con la alegría de compartir lo leído. Con la ilusión de entusiasmar a alguien. Escribo, además, porque es mi manera de pensar en lo leído. (O)

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